12.

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Capítulo 12: Las cartas sobre la mesa. (¡Qué emocionante!)

El domingo Saúl no salió, me dijo que tenía que hacer algo muy importante. Me pregunto qué será.

Dediqué la mañana a ayudar con los deberes a Álvaro y a terminar los míos. Eran pocos, pero demasiado largos. El peor fue el trabajo de filosofía, creía que me moría haciendo algo tan aburrido.

Por la tarde pasé todo el rato en la piscina interior y en el gimnasio. En realidad, lo que hacía era esquivar a Roberto. Cuando él iba a la piscina, yo al gimnasio; y cuando él iba al gimnasio, yo a la piscina.

No quería que volviera con el tema de Saúl y si me gustaba o no me gustaba. Primero tenía que poner en orden mis propias ideas antes de enfrentarme a nadie más, y estaba demasiado insegura. Tenía miedo de mi propia verdad, ¿Y si de verdad me gustaba?

Esa noche, después de comer, cuando Álvaro se fue a la cama, Roberto a ver la televisión a su cuarto y yo me quedé con mi padre en el salón, él leyendo y yo reconcomiéndome por dentro; estuve a punto de contárselo a mi padre, quizás era el único que podía entenderme en ese momento, ¿no?

Pero me daba vergüenza, como era tan típico de mí últimamente.

Luego, al despedirme de él y subir a mi habitación, al pasar por la de mi hermano... casi la abro para hablar con él.

No pude dormir esa noche.

¿Qué pasaría si Saúl me... gustaba?

La semana pasó tan despacio como la anterior, nada nuevo.

Saúl no volvió a comentar nada a cerca de lo que pasó el sábado, y yo no hablaba de ello para no cagarla (aparte de que me moría de vergüenza).

Me pareció que estaba un poco distante, se comportaba de una forma extraña conmigo, no era el mismo desde el domingo, y eso hacía que me sintiera... mal.

Sí, me sentía mal porque no sabía lo que le pasaba y no era capaz de preguntárselo por miedo a una contestación que no me gustara un pelo. Soy una cobarde en ese sentido.

Soy su amiga, si no se lo pregunto yo... ¿Quién lo hará? Pero no, claro, como la cagada de la niña no se atrevía... pues nada. Él sufriendo por dentro y yo sin saber hacer nada. Es una vergüenza.

No. En realidad, soy una vergüenza. ¿Cómo puedo ser tan cobarde con mi propio amigo?

He estado toda la semana dándole vueltas al asunto, pero cada vez que me decidía a preguntarle porqué estaba así... volvía a entrarme mieditis por lo que pudiera contestarme.

Hoy ya es viernes a última hora de clase: tecnología. Es una de mis asignaturas favoritas, pero ahora mismo me es imposible concentrarme.

Saúl no está, no tenemos ésta asignatura en común. En realidad, sólo tenemos cuatro: matemáticas avanzadas, filosofía, inglés y educación física.

Suena la sirena por fin y salgo casi a la carrera a la calle. Miro al cielo, hoy hace bastante mal día, parece que el cielo se ha puesto de acuerdo conmigo. Hay muchas nubes oscuras, por lo que lo más probable es que esta tarde llueva. Lo que me faltaba hoy.

Algo me toca el hombro y me giro para verle caminar hacia el aparcamiento.   

-              Vámonos.-me dice al pasar por mi lado.

¿Qué nos está pasando?

Me meto con él en el coche y al instante arranca, dando un acelerón.

No puedo evitar entristecerme. Antes teníamos una relación... perfecta. Siempre nos estábamos riendo, picándonos, diciendo tonterías...

¿Por qué ha cambiado eso?

La historia de mi penosa vida adolescente: Loretta.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora