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     Abajo en las profundidades de Cybertron, donde los lentes del puente de Energon Geosynchronus brillaban con un brillo semejante al de las estrellas, se encontraban Megatron y Cleodata.

     Estaban solos —o eso creían—, en silencio. Megatron abrió uno de sus compartimientos y removió un lingote vibrante de energon oscuro. Lo sostuvo con la mano que no sostenía a Cleodata, observándolo como si nunca hubiese visto algo que le causara tanta satisfacción.

     —Te pierdes este placer —dijo Megatron brincando el lingote en su mano.

     —Estoy bien con el que me otorgas, gracias —contestó Cleodata admirando a Megatron desde arriba, quien le devolvió la mirada lanzando un sexy ronroneo.

     De todos los Decepticons, Cleodata fue la única que no se le antojaba el poder del energon oscuro; lo sentía sucio y deshonesto. El poder de estar a lado —o encima— de Megatron le era más que suficiente.

     Megatron se aproximó a los lentes y bajó a Cleodata de su hombro, quien sostenía la Cámara de Energía Plasma. Lentamente —demostrando Megatron un inusual titubeo— unieron el lingote de energon oscuro dentro del cilindro de la Cámara de Energía Plasma.

     Por un momento, no ocurrió nada. Entonces la Cámara de Energía Plasma empezó a brillar, su brillo creció. Creció hasta hacer a los dos líderes Decepticons gritar de ardor en los ópticos. Megatron apretó rápidamente a Cleodata contra su pecho para bloquearle la vista, mientras que él se tapó con su inmenso brazo.

     Después eso empezó, lenta y horriblemente, a brillar con el enfermizo y hambriento tono violeta del energon oscuro.

     El brillo, aún intenso, disminuyó. Megatron volvió su mirada, pero era incapaz de mirar directamente. A ciegas buscó los lentes con la mano que uso para taparse de la luz mientras mantenía a Cleodata contra su pecho, después los posicionó juntos hasta que estuvieron alineados con la Cámara de Energía Plasma.

     Los lentes dispararon un rayo de luz violeta hasta el núcleo del Cybertron mismo. Megatron bajó la mirada a ver a Cleodata, ella no había visto nada desde que le bloqueó la vista. Él sonrió en triunfo y la alzó desde la cintura. Su amada se sostuvo de sus hombros y él comenzó a dar vueltas de la emoción del éxito. Megatron y Cleodata, tan solo un gladiador y una reportera, habían invertido todo lo que alguna vez fue Cybertron, cambiándolo a sus propios propósitos.

     Por un momento ellos se sentían padres de los Decepticons; ahora sus hijos no pasarían más hambre por el energon oscuro. Ahora los Autobots tendrían que buscar y mendigar por cualquier parte de Cybertron vetas de energon . . . si es que los Decepticons no lo encontraban primero para entregárselo a Cleodata.

     Si no han ganado la guerra con esta conquista, era cuestión de tiempo que lo harían gracias a la escasez de energon.

     Ahora que los líderes lograron lo que querían . . . ¿en dónde estaba lo divertido en pelear una guerra si no habría más porqué pelear? Para Megatron solo quedaba pelear para tener a Optimus Prime bajo la suela de su zapato. Ese era el gladiador dentro de él. Jamás moriría, aún cuando reinara sobre Cybertron o . . . Megatron bajó a Cleodata y miró hacia arriba, reflejando el universo en sus ópticos, ¿qué otros mundos estaban ahí para ser conquistados? La femme lo admiró, entonces supo en lo que su amado estaba pensando.

     Cleodata sujetó su cabeza con ambas manos y bajó su mirada, obligándolo a verla. —Construyamos una nave —ordenó ella con una sonrisa.

     Muy en la superficie, evitando ser detectado por los líderes Decepticons, Bumblebee miraba. No, hubiera intentado decir, pero no podía hacer nada. Ahora Cybertron generaba energon oscuro, y no había vuelta atrás. Solo podía regresar a Iacon y reportar a Optimus Prime y a Alpha Trion lo que había visto.

Gladiador GrisáceoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora