Quizás fue el destino

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El paisaje que me ofrece la ventana a mi derecha me recuerda una y otra vez que ya no estoy en casa, una ráfaga de añoranza me golpea con fuerza, pero rápidamente se ve sustituida por un remolino de expectación ante lo que me espera a bajar de este tren.

Me siento así desde que me comunicaron que había sido elegida para un nuevo proyecto del gobierno, la creación de un instituto para los alumnos más destacados de toda España, siendo sincera no me esperaba para nada que yo fuese uno de los elegidos, sí que es verdad que mis notas son bastante buenas, pero nada parecido a sacar siempre matrículas de honor, cuando hablé con el director que dijo que la razón de ser escogida fue sobre todo mi gran talento a la hora de escribir, según él podría darme el tema más aburrido del mundo y yo podría convertirlo en un éxito, mi opinión está muy lejos de coincidir con la suya.

Y por eso estoy ahora aquí, en un tren con destino a Madrid, que me lleva hasta mi último año de curso, el temido y odiado Segundo de Bachillerato.

El tren avanza más y por fin los edificios de la capital de España inundan mi vista, empapándola de altos rascacielos y calles abarrotadas de gente, es muy diferente al pueblo donde me he criado estos dieciséis años de vida.

El transporte frena y el nudo en mi estómago se aprieta.

Cojo mi maleta, me coloco la mochila en el hombro y dirijo mis pasos a la salida, donde la gente se pelea por salir, yo soy una de ellas.

Mis pies tocan el arcén y mi móvil comienza a sonar, descuelgo mientras salgo de la estación a paso rápido.

-¿Diga?-pregunto a través del altavoz.

-Lana-confirma mi madre que es mi voz, nombrándome.-¿Has llegado ya?

-Si.-contesto, esquivando a una mujer que está a punto de caérseme encima.-Acabo de bajarme del tren.

-¿Qué tal el viaje?

-Bastante corto.-respondo, parándome en la entrada de la estación, para esperar al taxi que el instituto me envía.-Esto del tren de alta velocidad es un gran avance, lo único de lo que me puedo quejar es de la película que me han puesto, muy aburrida.

Noto la sonrisa de mi madre a través de su voz.

-¿Estás nerviosa?

-¿Cómo lo sabes?-pregunto, abanicándome con una mano, ¡Que calor hace en Madrid a mediados de septiembre!

-Siempre que estás nerviosa comienzas a hablar mucho.-responde, como se nota que es mi madre.

-Es verdad.-sonrío.-¿Y tú que tal llevas eso de que la mejor hija que cualquier madre podría desear se haya ido a la capital?

-Se está muy tranquila por aquí sin ti, la verdad. ¿Y tú no nos echas de menos?

Suspiro por el sofocante calor.

-Solo han pasado cuatro horas desde que me fui, mamá, dame algo de tiempo.

Su risa inunda mi oído.

-Tienes razón.-hace una pausa.-Marina ha preguntado por ti.-me comunica, seria.

Lanzo un bufido al aire.

-No quiero que me eches la misma charla, mamá, no podía decirle a mi mejor amiga que me iba a pasar el último año de instituto a Madrid, hubiese estado insoportable.

-No voy a decirte nada.-replica mi madre.-Ya eres mayorcita para saber lo que haces.

Sonrío.

-Gracias.

En ese momento un cartel llama mi atención, en el se lee “Lana Amor Velázquez”, mi nombre.

-Lo siento, mamá, tengo que colgar, el taxi acaba de llegar, hablamos esta noche.

Quizás fue el destino (EN PAUSA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora