El príncipe maldito

470 33 0
                                    

ANTIGUA GRECIA.

Hay una historia que corre por la región.

Esa historia cuenta que la diosa Artemisa disfrutaba de una noche de caza, cuando escuchó un sonido que la estremeció. Ese sonido no era más que el llanto de un pequeño bebé recién nacido.

Ella, con curiosidad, dejó de lado la caza nocturna y se acercó al sitio de dónde provenía aquel sonido que hacía que su corazón retumbara. Escabulléndose en la habitación de un ostentoso palacio, ella oyó las voces de un grupo de mujeres, quienes sonaban tristes y apenadas.

— Pobre niño —las oyó decir a una de ellas—. Tan pequeño y perder así a su madre —agregó, sin quitar sus ojos de la cuna desde donde el llanto provenía.

La diosa sintió tristeza al oír eso y contempló como un grupo de mujeres lavaban el cuerpo de una mujer sin vida, sobre la cama, rodeada de sangre. Aguardó sin que nadie la viera hasta poder ser capaz de acercarse al bebé.

El llanto continuaba, intermitente, y la diosa tocó con sus finos dedos la pequeña manito del bebé. Éste, como si acaso supiese quien era o la conociera, aun cuando la presencia de la diosa era invisible, cesó en sus quejidos y posó sus ojos en ella como si realmente la viera.

Una punzada inexplicable recorrió el cuerpo de Artemisa, instalándose en su corazón, agrietándolo y sanándolo al mismo tiempo. ¿Cómo era eso posible? Se preguntaba pero no tenía respuestas, solo sabía que aquellos ojos del niño la cautivaban. Tan cristalinos como el agua, tan celestes como el cielo, tan brillantes como el sol. No era usual ver aquel tipo de mirada en aquellos lados, y ya podía imaginar las historias que se tejerían alrededor de eso.

El niño de ojos de cielo, que mató a su madre al nacer. Estaba maldito. Eso era lo más probable; los humanos solían despreciar todo aquello que les resultara diferente y que los incomodara. Lo etiquetaban y lo alejaban.

No, no podía soportar que le hicieran eso a un niño tan pequeño. Tan indefenso, tan precioso. Oyó las voces que se alzaban a lo lejos. Voces de desprecio, voces de mando, voces de ruego, y voces de llanto. Ese niño sería odiado pero también amado, y al verlo una vez más se dijo a sí misma, que si nadie lo protegía, ella lo haría.

Y aquel día Artemisa, la diosa de la caza, se convirtió en protectora de aquel niño a quien cuidaría como si fuese un hijo.

En un mundo hostil, ese niño de sangre real, creció en medio de la soledad. Exiliado desde su nacimiento, por ser considerado maldición para su familia y sentenciado a vivir lejos de los lujos de la realeza, preparándolo para la dureza que reparaba la vida militar.

Aunque la fragilidad de su cuerpo parecía indicar que no había posibilidades que pasara los primeros años de infancia, el pequeño de ojos de cielo continuó luchando. Día tras días. Noche tras noche. Los susurros disimulados no dejaban de preguntarse qué era lo que lo incitaba a seguir viviendo.

La dureza de la vida se había transformado en lo único que conocía. Estaba rodeado de personas que lo debían servir pero que lo trataban como un mero objeto. Ignorado y juzgado. No había nada bueno, sin embargo, siempre esperaba por algo que le diera felicidad.

La inocencia, la bondad y la esperanza se fueron escondiendo en las profundidades insondables de una personalidad huraña. Y la fragilidad se transformó en fuerza en un cuerpo amurallado por la austeridad y la soberbia. Zander, el nombre que su madre había querido que tuviese y lo único que habían respetado en su existencia, se convirtió en un adulto cuando era apenas un adolescente.

Convertido en uno de los mejores guerreros, Zander se preguntaba si valía la pena luchar por personas que jamás conocerían su esfuerzo y tampoco le agradecerían. Él estaba considerado maldito, y siempre lo sería.

No me olvides [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora