Capítulo 21

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John caminó hacia el cobertizo y se apoyó en la pared observándolo detenidamente.

—¿Te vas?

—De pesca... —dijo con una sonrisa en los labios, a Martin que lo miraba con la frente arrugada y los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Te das cuenta lo que estás haciendo?

—Preparando los aparejos mientras Oliver busca carnada. —dijo con ironía tratando de no dar lugar a las palabras que Martin le diría.

—Aiden... deja la estupidez que se te ha subido a la cabeza y piensa.

—No me arruines la tarde John, sabes que necesito dispersar mi mente.

—Más que dispersar tu mente la estas alborotando con cosas que sabes que no pueden ser.

—¡¿ Y Por qué?! ¡Dime por qué! —grito ofuscado. — ¿Es que no puedo compartir con mi hijo un instante de paz?

—No es por Oliver que lo digo, y lo sabes; aunque también es por él...

—Déjame John, no estoy de ánimos para oírte. —tomó los aparejos y salió del cobertizo.

Caminó presuroso hacia el establo y dejó a su amigo atrás que no hizo sino resoplar y mirar con preocupación a Elena que caminaba hacia allí con su bastón.

Se acercó a ellos lentamente, con la canasta que Freya había preparado. Había bebido sus preparados y le había colocado el ungüento por segunda vez, esperando que la pierna no le arruinara la tarde.

Caminó nerviosa hacia Aiden que ajustaba la montura de un caballo y colocaba las cosas atadas en él.

—¿Dónde está el carruaje? —él la miró mientras seguía ajustando la montura y sonrió.

—Señora... no se va a pescar en carruaje. —Ella frunció el ceño mientras dejaba la canasta en el piso.

—¿Y en qué se supone que voy a ir?

—A caballo como Oliver y yo.

Lo miró indignada, volvió a tomar la canasta y giró volviendo camino hacia la casa. Se sentía impotente por sus burlas y maltratos constantes y enojada consigo misma por creer semejante idea. Que la invitara le sonaba extraño, pensar que sería algo verdadero, la había convertido en la ilusa más grande. Tragó indignada mientras hacía unos pasos y veía a Oliver juntando lombrices al costado del establo.

Aiden la observó alejarse, terminó de ajustar las cinchas y corrió a ella parándose en frente.

—¿A dónde va?

—¿Usted se divierte burlándose de mí? —preguntó indignada. —Al menos hubiera pensado en el niño, no se los ilusiona de esa manera.

—No me burlé de nada, se lo aseguro.

Lo miró un instante conteniendo sus lágrimas, la idea de hacer algo al aire libre, de ir al río y estar con ellos la había esperanzado de verdad, darse cuenta de que no era más que una tonta, le provocó unas enormes ganas de llorar que pensaba contener a fuerza de lo que fuera, no pensaba darle el gusto de verla así.

Volvió a emprender la caminata hacia la casa pasando a su lado, pero él extendió el brazo y la detuvo junto a él, giró el rostro y le habló.

—¿Tiene usted algún problema en la cadera, en la espalda, en el cuello?

—No.

—No veo entonces por qué no podría montar. Le aseguro que no me estoy riendo ni burlando de usted, al contrario, le hablo muy enserio. Bastará con que le ayude a subir al caballo y el resto lo hará él.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora