La misa

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Miles de corazones se trasladan hacia el templo. Aunque no pueda presenciar fisicamente aquella perigrinación, mi alma los acompaña. Sus pasos no se oyen porque el sonido de sus voces opaca cualquier otro ruido, hasta el del motor de este micro desde donde los observo con una sonrisa. Sus cantos celestiales se adueñan del pavimento de aquella calle que nos direcciona al edén.
Hoy me levanté temprano y me dirigí hasta la ventana para ver los rostros de los vecinos del edificio donde nos hospedamos, pero la ciudad era un desierto. Todos sus habitantes, que comparten la misma pasión, se encuentran en las cercanías del santuario de cemento. Se vistieron de gala, con sus mejores vestimentas porque la situación lo amerita. Sus pieles se tiñen del color carecterístico que, hace más de un siglo, distinguen al club de mis amores.
Domingo por medio, amigos, familias y niños, asisten a la comunión que se lleva a cabo en esos tablones y que da inicio con la salida de once hombres por la puerta principal. Yo soy uno de ellos, que se posa en el altar para cautivar a los asistentes con una cermonia de dos horas. Para demostrarles a nuestros fieles peregrinos que la esperanza debe ser lo primordial para que las grandes hazañas se produzcan.
Como hace varios años, encabezo la fila de jugadores con el balón en la mano (un cáliz redondo) y la cinta de capitán en mi brazo derecho, que corta el blanco de nuestra camiseta, que simula la túnica del obispo.
Las tribunas explotan, oigo sus gritos, siento sus abrazos como si fuera parte de ellos y sus cánticos elevan mi alma hasta el cielo. No puedo evitar que mis ojos se nublen por las lágrimas de emoción. Pronto suena la campanada inicial, se produce un silencio y todos se ponen de pie, la misa comenzó.

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⏰ Última actualización: Feb 25, 2015 ⏰

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