El Espíritu de la Luna

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Érase una vez, hace mucho tiempo atrás, cuando las personas despertaban con el sol y se acostaban con la llegada de la luna, existió un ser, un misterioso espíritu que deambulaba por las noches y rondaba un pueblo a las afueras de un gran imperio

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Érase una vez, hace mucho tiempo atrás, cuando las personas despertaban con el sol y se acostaban con la llegada de la luna, existió un ser, un misterioso espíritu que deambulaba por las noches y rondaba un pueblo a las afueras de un gran imperio.

Quienes llegaron a verlo y sobrevivieron para contarlo, decían que tenía un cuerpo humano, como el de una mujer, con la piel tan blanca como la nieve, y cabello tan negro como la misma noche en que la pequeña Athea desapareció. Dice la leyenda que el espíritu solo aparecía en las noches de Luna llena, cuando los montes se llenaban de niebla espesa, la marea estaba quieta y el viento soplaba con vigor.

Creían que era el Espíritu de la Luna, con unos hipnotizantes y enormes ojos azules, como el mismo cielo, como el mismo mar. Que obligaba a las personas a caminar hasta el océano, como si algo más fuerte que ellos los llevara, hasta que finalmente se sumergían y el espíritu les hablaba. Sino le decías lo que quería escuchar no regresabas.

Esa noche, Athea había terminado de cenar, cuando posó su vista por la ventana luego de que un fuerte viento la azotara hasta abrirla, la luz de la luna se filtró en el pequeño espacio de su cuarto y dos enormes zafiros azules la hechizaron. Athea se levantó de su cama y salió con pequeños pasos de su casa, en un silencio sepulcral siendo guiada por el espíritu, hasta la playa.

Una vez en la orilla, justo antes de que sus pies descalzos sintieran el agua helada, escuchó su voz, el espíritu le preguntó, eso que le preguntaba a todos los que se llevaba y dejaba, a todos los que le había tocado, porque una parte de Athea sabía que ella no era la primera, pero no que sería la última, la elegida.

Sus padres salieron a buscarla cuando no la encontraron en su cuarto para darle las buenas noches, corrieron hasta la playa, y al llegar presenciaron lo que nunca en sus vidas hubieran deseado, cómo el Espíritu de la Luna se llevaba el alma de su hija para no volver jamás.

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