Capitulo. 10

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El intrigante laberinto de la mansión era sin duda uno de los lugares que más recorrí en mi niñez, ocultarme entre los enormes setos perfectamente podados a espera que mi padre me encontrara, por alguna razón me resultaba sumamente divertido en aquella época; ahora era la mejor forma que tenía para acercarme al despacho del abuelo sin ser visto. Las enormes ventanas de marco blanco se alzaban sobre las plantas al fondo del laberinto, sabía bien que una de las salidas daba justo a su ventana principal. Mis recuerdos me llevaron sin mucho problema a través de los matorrales, y cuando finalmente la enorme ventana estuvo frente a mí no dude en treparme por las enredaderas para ver mejor.

Tal y como pensé el interior estaba en completo orden, ni una gota de polvo o telaraña era apreciable en el lugar. Matilde mentía sobre la llave.

— ¿Qué estás haciendo?

Aquella inofensiva vocecita casi me provoca un ataque al corazón, el miedo recorrió mi cuerpo en un parpadeo paralizando mis músculos y llevándome directo al suelo, el risueño rostro de mi hermano apareció entonces ante mis ojos.

— ¿Qué haces aquí, Aiden? — Vaya golpe me había llevado, aun tirado sobre el pasto le observe caminar a mi alrededor demasiado risueño como para compararlo con un buitre.

— Matilde decidió dejarme en paz después de tus comentarios, realmente la hiciste enojar. — Comentó mientras observaba la ventana con curiosidad. — Lo que aún no entiendo es ¿Por qué? ¿Qué estás tramando, Andrew?

— Tan solo quería que te dejara en paz.

— Mentiroso. — Se burló Aiden antes de extenderme su mano. — ¿Qué quieres del despacho del abuelo?

— ¿Muy poco creíble el que tuviese papeleo pendiente? — Le seguí la broma y él alzó una ceja en respuesta. —Creo que puede haber algo importante sobre la herencia allí. Por algo Matilde no me deja entrar.

Observar desde el exterior me daba una idea; sin embargo, aquello no era suficiente, así que bajo la atenta mirada de mi hermano me trepe nuevamente recorriendo el marco de la ventana con mis dedos.

— O... Realmente perdió la llave.

— No seas tan inocente, Aiden. — Me quejé, a veces olvidaba que era solo un niño. — Piénsalo. Si me equivoco, está bien, saldré de dudas y todo terminará allí; pero si tengo razón... — Y finalmente lo encontré, un ligero reborde en el marco de la ventana por la que estaba seguro podría introducir un pequeño objeto que alcanzase el seguro de la ventana. — Lo tengo.

Mi celebración captó la atención de Aiden, quien no dudo en acercarse para ver mejor lo que hacía. El pequeño tenedor, que había deformado para que entrase en aquel espacio, se deslizó sobre la madera hasta llegar a la clavija que evitaba que pudiese abrir la ventana.

— Andrew. — Llamó Aiden con claras intenciones de detenerme.

Pero entonces la clavija se movió y el magnífico sonido del metal, golpeando el suelo, resonó como si de un trueno se tratase. Sin dudarlo tiré del marco de la ventana y en un instante esta se abrió ante mí. Aún no me creía que lo había conseguido... Irónicamente, el truco le pertenecía a un joven Abraham que no dudaba en abrir las ventanas para robar las galletas que el abuelo resguardaba en su despacho. De un salto me colé dentro obviando todo recuerdo que entorpeciese mi mente.

El despacho del abuelo no había cambiado nada con los años o el incendio. El elegante papel tapiz dorado y rojo escogido por la abuela aún adornaba las paredes junto a algunos cuadros antiguos, la pequeña chimenea de madera parecía no haber sido usada en mucho tiempo, el minibar estaba organizado y los sillones rojos no tenían una sola gota de polvo al igual que el escritorio y la silla del abuelo. Sin embargo, fue la enorme biblioteca del abuelo la que capto mi atención... Los libros estaban desordenados.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora