Capitulo. 11

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Que había hecho, que había hecho, ¡Que había hecho!

La mañana llegó más rápido de lo que pude asimilar, llevaba dando vueltas en la cama toda la noche, pues cada vez que cerraba los ojos, su voz y su mirada parecían perseguirme. Aun se me erizaba la piel de solo pensar en lo sucedido hacía algunas noches atrás y me avergonzaba enormemente admitir que cada noche, desde entonces, esperaba volver a verle entrar a la posada.

El cantar de nuestro gallo me agobiaba y me hallé deseando que se callara con todas mis fuerzas, no quería salir de la habitación y ocuparme de tantas responsabilidades, yo sola, no tenía cabeza para ello y tan solo estaba causando catástrofes por no ser lo suficientemente madura para ignorar mis pensamientos, recriminaciones y quejas propias. Y allí estaba de nuevo, sentada en el borde la cama, rememorando una y otra vez mis palabras y acciones mientras sostenía la brillante daga de los Russo en mis manos... Realmente aún no entendía el porqué mi madre tendría aquello o como es que había terminado en manos de la familia Russo, pero ahora tenía muy en claro a que se refería mi antiguo vecino cuando me la dio. La daga era un recurso de defensa, un regalo con la esperanza de que me sirviera para proteger a mi familia... Pero ¿Y si hubiese cometido una locura? De nada servía en mis manos, si mi mente era capaz de tornar tan valioso obsequio en un enorme peligro.

— ¿Naomi... ¿Qué es eso? — La pregunta de Eleonor me sobresaltó al punto en que casi tiré el cuchillo. Sin duda no debía verse nada bien. — ¿De dónde lo sacaste?

— Fue un obsequio de los Russo. — Expliqué rápidamente mientras buscaba la bolsita de piel donde lo guardaba. El que Eleonor descubriera aquel objeto aumentaba mi nerviosismo de sobre manera.

Jamás podría revelarle lo que estuve a punto de hacer con tal objeto. El miedo era un enemigo peligroso. Y no existía ser a quien temiera más que a Andrew Stephen... Aún podía paladear el amargo sabor de mis propias palabras disculpándome para su regocijo. Era un ser despreciable, pero el dueño de New Hope... Y hasta donde sabía, de nuestras tierras. Así que, aunque no se mereciese ni el más mínimo gesto positivo a causa de su actitud, debía tragarme mi orgullo y comportarme lo mejor posible si llegaba a topármelo nuevamente... Quizás de ello dependiese nuestra permanencia en New Hope.

— Pues vaya obsequio... Será mejor que la escondas bien, sería un desastre si alguno de los pequeños la encontrara. — Se quejó ella. Y tenía razón.

Eleonor avanzó por la habitación buscando todo lo que necesitaría para el día, hacía semanas que no veía a mi hermana más de un par de horas al día, sabía bien cuan cansada estaba... Pero también sabía que jamás se quejaría de ello. Todos estábamos luchando por mantener nuestro hogar en pie, y a mí se ocurría dejarme llevar y discutir con el hombre que podría echarnos con solo una palabra. Aún no podía entender por qué lo había hecho. Me repetí una y otra vez que le trataría como cualquier otro cliente, pero es que él no era como cualquier cliente y en cuanto sus "bromas pesadas" encendieron algo en mi interior, ya no pude parar. Estaba tan furiosa con el hecho de que estuviese allí emborrachándose en lugar de cuidar de su hermano pequeño, yo ni siquiera podía ocuparme como quería hacerlo con los míos, y él elegía obviarlo al punto en que el pequeño decidió escapar en un pueblo desconocido. Había echado a muchas personas de sus hogares sin preocuparse en lo más mínimo por ellos; era arrogante y estaba segura de que esperaba le tratasen como un rey. Mamá solía decir que quien juzga pierde la oportunidad de conocer, pero sin duda los hombres como Andrew Stephen no eran seres que me interesase conocer en lo absoluto.

Pero desvariar entre mis pensamientos no me ayudaría en nada a resolver nuestra situación. Aun desde la cama podía escuchar a mis hermanos hablar en el comedor, mis salidas nocturnas habían ocasionado que Jacob y Jane tomasen gran parte de las responsabilidades mañaneras en nuestra casa, mientras Harry y yo nos esforzábamos por conseguir el dinero que tanta falta nos hacía... Las alacenas comenzaban a vaciarse y los huevos y leche de nuestros animales no eran suficiente para alimentar a una familia tan grande. Sería suficiente con que lo que mi hermano y yo conseguíamos, pero las medicinas de Elizabeth eran una prioridad que hacía cada vez más agujeros a nuestros bolsillos.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora