Tan sólo el débil andar de la aguja de un reloj se hacía oír en la habitación. Un ambiente frío, desolado y carente de alegría; así era la alcoba donde el pequeño de piel y cabellos blancos se entretenía con uno de sus tantos juguetes, sin importarle nada más que no fueran aquellos robots de plástico a los que tan acostumbrado estaba. Fingiendo con una impasibilidad impecable que jamás llegaría a sentirse hastiado de ellos, de esas figuras inmóviles con las que había compartido tantas tardes de soledad. Tardes de una dolida amargura idénticas a aquella; porque tan sólo era un día más en el calendario, un día tan cotidiano como todos los demás de aquel lúgubre mes de Agosto. Un día que nadie tenía la obligación de recordar por ningún hecho en especial. Por absolutamente nada.
Una vez más miró con pesar el almanaque que colgaba de su pared; debía de ser la vigésima vez que repetía aquel insignificante movimiento en lo que iba de la tarde. Sus ojos negros se posaron en aquel número maldito mientras sentía el odio bombear la sangre desde su corazón. El delicioso impulso de llorar lo recorrió de pies a cabeza, pero siendo quien era él no podía darse el lujo de un acto semejante; apenas cerró los puños para luego enfocar toda su atención en los muñecos frente a él, en un vano intento de acallar sus pensamientos y junto a ellos, su angustia.
Al fin y al cabo, aquellas chatarras que tenía por juguetes eran sus únicosamigos. Y tal vez fuera gracias a ese mismo detalle que temía la llegada de aquel día como a pocas cosas; sabía a la perfección que cuando el momento llegara, no habría nadie allí para dedicarle una sonrisa. Un obsequio, una tarjeta, siquiera unas palabras sin un real significado. Desde que había llegado a la Wammy's House, ningún otro niño se había molestado en saludarlo aquellos días que suponían ser una alegría en la vida de todo chico. Y quizá fuera por esa sencilla razón que aquella fecha marcada con rojo en su calendario no era más que un tormento para él, una pesadilla; un peso más que soportar sobre los hombros.
Aun así, después de todo...un montón de gente inútil y ordinaria volviéndolo loco por un día entero no debía resultar una experiencia muy agradable; o al menos así quería creerlo él, a pesar de desear en silencio que alguien recordara su existencia siquiera una vez en la vida.
Dejó escapar un suspiro antes de alzar la vista hacia el reloj; ya hacía horas que estaba allí sentado sin hacer mucho más que chocar sus juguetes entre sí, de una forma ciertamente monótona.
-Sé qué día es hoy -soltó entonces una voz a sus espaldas, quebrando el continuo silencio que reinaba en la habitación.
Near se obligó a contener un sobresalto y, recobrada su habitual indiferencia, se volteó hacia el infiltrado; se preguntó en qué momento había entrado al cuarto y con cuánto sigilo lo había hecho para que ni siquiera se percatara de ello. O tal vez fuera que él mismo había estado demasiado ensimismado como para notarlo.
-Mello, ¿qué haces aquí? -preguntó en un tono cansino.
El joven rubio sonrió con cierta maldad.
-Sé que día es hoy -repitió.
El albino suspiró nuevamente para luego volver a encorvarse sobre sus muñecos; apenas se inmutó cuando oyó unos pasos detrás suyo, acercándose a donde él estaba.
-Oh, ¿qué pasa? ¿Acaso estás triste porque nadie lo recordó?
Near se limitó a fruncir los labios, mientras continuaba ignorándolo. Si no le prestaba atención, seguramente se iría tan rápido como había llegado. Además, ¿para qué se había molestado en ir hasta allí? ¿Tan sólo lo visitaba para arruinarle aun más la tarde?
-En mi día -su tono petulante comenzaba a resultarle irritante-, todo el mundo me saluda y recibo montones de regalos. Incluso Watari me prepara un pastel de chocolate sólo para mí. Todos se acuerdan siempre, no como ocurre contigo.