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Noche de tradiciones [II]

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Noche de tradiciones [II]


Emma entró en la habitación del hotel con su omega en brazos al estilo nupcial.

Otra tradición que habían adoptado de los humanos y, sinceramente, la última que haría.

Estaba un poco, bastante, cansada de las tradiciones y de los comentarios de las personas sobre lo mucho que el destino arruinaría su matrimonio si no las hacía al pie de la letra.

Su matrimonio no se arruinaría y mucho menos debido a una superstición.

Samuel hizo un ruidito fruto de la sorpresa al ver la decoración de la habitación.

Pétalos rojos esparcidos de forma delicada sobre las finas sábanas de la gigantesca cama.

La baja iluminación de la habitación, lo que le daba un toque más íntimo y, además, un cubo con muchos hielos que impedían que el champán situado dentro de éste se calentara en una de las mesitas de noche.

Frente al cubo se encontraban dos finas copas de cristal, talladas con una estrella que les daba un toque peculiar, listas para un último brindis.

— Esa cama tiene una muy buena pinta, amor —comentó Emma con una sonrisita maliciosa en su rostro— ¡Vamos a probarla!

— ¡Alfa! —chilló Samuel entre risas.

Emma lo tumbó delicadamente sobre la cama, inclinándose levemente hacia él, colocando sus manos en el colchón a cada lado de la cabeza de su omega.

— Es muy blandito, ¿no crees? —inquirió con emoción, provocando más risitas por parte del omega.

— Sí que lo es, alfa —concordó Samuel, soltando un pequeño suspiro.

Los nervios habían regresado para él.
Sería la primera vez que se entregaría a su alfa y las típicas preguntas no paraban de merodear por su mente.

« ¿Y si no le gusto? »
« ¿Y si no lo hago bien? »
« ¿Y si...? »

— ¿Estás bien, mi amor? —inquirió Emma con una pequeña sonrisa, incorporándose para dejar de invadir su espacio personal— Sabes que no tenemos que hacer nada de lo que no te sientas cómodo todavía, mi vida.

Fingió un pequeño bostezo, provocando que el corazón del omega se estrujara ante el buen sentimiento que se instaló en su pecho.

Amaba muchísimo a su alfa y la forma en la que nunca lo presionaba para hacer o decir algo.

— Esta vieja alfa no está para estos trotes a las cuatro de la mañana —comentó, guiñándole un ojo.

Alfa, quiero un nido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora