CAPÍTULO 2

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Mis piernas se entrelazan con los suyos, las sábanas blancas con olor a orquídeas se entrelazan en nuestras partes íntimas, las almohadas recogen gentilmente nuestras mentes eróticas, mi mano se divierte deambulando en su torso; su pecho, su abdomen, su cintura, sus tetillas, su cuello, todo eso juega perfectamente en mis dedos delicados y uñas sólidas; su olor y respiración varonil desmaya mi consciencia como si una novela romántica tuviera el suficiente poder de desmayar a un público entero fanática de dicha novela, y sus ojos se pierden en los míos perfectamente. Este es uno de los momentos donde nunca quisiera que terminara, donde me dan ganas de seguir viviendo y me hacen sentir de una manera como si nadie más estuviera en mi vida además de él.

—¿Qué hora es? —le pregunto después de mirar al frente nuestro, donde hay un gran ventanal, donde los árboles, el cielo, el sol, los pájaros y las nubes nos exhiben una fantástica película silenciosa y pacífica. Apenas el sol se está poniendo, haciéndome suponer que son las ocho de la mañana aproximadamente.

—¿Interesa en estos momentos el tiempo? —él pregunta, pero no en un tono brusco, como si le enojara mi pregunta, tal como un machista del siglo XXI, no, sino como un joven encantador que quiere dar a entender que entre nosotros el tiempo jamás importará, pues sabemos manejarlo y el tiempo es un fenómeno débil que jamás comprenderá nuestro intenso y duradero amor.

—Tienes razón.

—Me encantó esta noche, cariño.

—Siempre te encantan las noches donde mi cuerpo es una escultura carnal en cueros, Austin —le doy a entender, entre risas, donde él también se ríe un poco mientras sus piernas se entrelazan más en los míos, logrando que nuestros cuerpos se unan más de lo que deberían de estar. Eso me hace sentir un poco más caliente; excitada, provocando que mis vasos sanguíneos se expanden un poco más y una pequeña cantidad de sangre se dirige a mi zona pélvica.

—Bueno, quisiera más noches así, donde no importa más que nuestros cuerpos se comuniquen delicadamente y la seguridad, la confianza, el fanatismo, el erotismo, la delicadeza, el amor, la pasión y los orgasmos se hacen presentes constantemente.

—Yo también, pero recuerda que hay algo más que nos vuelve locos.

Entra a la habitación el señor silencio; nadie dice nada, pero él sabe a lo que me refiero.

—La sangre.

—El sufrimiento.

—El dolor.

—La desesperación.
—La habilidad.

—La inteligencia.

—Y los juegos —decimos al mismo tiempo. Una palabra que nos identifica en todo aspecto, aunque nadie sabe sobre dicha palabra involucrada entre nosotros. Jamás podíamos creer que una palabra tan simple iba a marcar nuestras vidas, como si un libro que definiera nuestras vidas hasta el momento de nuestra muerte se auto llamará "juegos" especializándonos en ese contexto. Y no solo son juegos, son juegos arriesgados, violentos y donde no se juega la habilidad ni la experiencia, sino la vida y la muerte.

Su mano se pone en contacto con mi mano que deambulaba en su abdomen, se entrelazan y su pulgar acaricia lentamente la palma de mi mano. Puede demostrar seguridad, pero también duda acerca de lo que dijimos.

Le entiendo, todo esto ha sido complicado para nosotros, una cosa es planear o pensar en lo que quieres y otra cosa es cuando realizas eso lo que has querido. Todo ser humano ha deseado en algún momento de su vida matar a otro, así sea por venganza, rencor, envidia, o solo curiosidad. Pero el ser no se atreve a realizarlo porque existe un marco legal que impone el derecho a la vida, a respetar la vida del otro, sin importar quien sea, o el motivo por romper esa norma; vida es vida, y hay que respetarla, según la sociedad. Es por ello que no es lo mismo pensar en alguien muerto a tener un cuchillo ensangrentado en tus manos y al frente un cadáver. Si no existiera dichas normas que nos prohíben el hecho de acabar con la vida de otro, la persona automáticamente desearía reducir la población sin ningún remordimiento y provocaría caos.

Al paso de las horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora