La hora marcaba las siete de la mañana con cuarenta y ocho minutos. Ella apenas había podido dormir, sus ojos ardían y se sentían pesados, pero no podía continuar recostada.
Algo se sentía mal.
O más bien todo se sentía mal.
Acomodó su ropa y se puso los zapatos, bajando de inmediato a la sala, sabía que la pelinegra ya estaba despierta y se encontraba ahí.
—¿Por qué no sigues durmiendo? —desvió su vista del televisor.
Peridot avanzó hacia ella y se colocó justo enfrente de la chica, quien la observó confundida.
—¿Te pasa algo? Te ves... rara.
—¿Ayer hablaste con Lapis?
—Ya te dije que no —soltó con cansancio.
—Entonces, ¿qué estaba haciendo cuando te fuiste?
—No lo sé... no le pongo atención —se encogió de hombros.
—Aquamarine.
—¿Por qué quieres saber? ¿Qué te dijo ella que te trae pensando tanto?
—¿Ella se fue con Jasper?
—Es lo más seguro, son una pareja, seguro tenían cosas que hacer, ¿no?
—Mmm... sí —rascó un poco una de sus mejillas, desviando la vista.
—Te ves muy estresada —tomó una de sus manos, guiándola hacia ella.
—Lo estoy...
—No lo estés.
—Vaya, gracias —bufó.
La joven rió y la tomó de la cintura con su otra mano, Peridot se resistió un poco pero terminó por aceptar lo que la otra chica quería: que se sentara sobre sus piernas.
La rubia sabía que la otra estaba orgullosa por eso, pues Aquamarine le estaba sonriendo triunfante.
—Oye —la ojiverde se acercó más a ella.
—¿Qué? —seguía sonriendo.
Peridot colocó su rostro sobre su cuello, cerca de una de sus orejas, la pelinegra tenía sus manos sobre su cintura, acariciándola.
—Si te pido algo... ¿lo harías?
—Por supuesto.
—¿Cualquier cosa? —frotaba sus labios en la piel de la otra, dejando pequeños besos.
—Lo que sea, princesa —apretó la tela sobre donde se marcaban las curvas de la ojiverde.
—¿Segura?
Rió —Sí...
—Bien —alejó su rostro—. ¿Qué te dijo Lazuli?
La expresión de la ojiceleste cambió de inmediato, había fruncido el ceño. Bufó y soltó su cintura.
—Tramposa.
—Lo prometiste, ¿no? ¿O acaso me mentiste? Vaya, ¿le mientes a la persona que te gusta?
—Me estás manipulando.
—Tú me manipulaste primero —acarició una de sus mejillas, sonriendo—. ¿Entonces?
La otra rió y negó con la cabeza, mordía sus labios mientras la ojiverde se debatía entre quitarse o no de ahí de una vez.
—Dijo que la esperara —murmuró—, pero la ignoré, no quise quedarme —la vio de nuevo—. Cuando me fui...