"¿Por qué es necesaria una etiqueta que distingue a unos y a otros? Pues permite formar una sensación de comunidad y un sentido más fuerte de sí mismos. A través de ella se descubre que existen otros semejantes y que hay una comunidad para apoyarnos."
—No me importa, de verdad. Es que no sé por qué tienes que buscar la aprobación de esa gente, nosotros nos apañamos —protestaba Meda mientras abría la puerta principal de la destartalada casa de la familia, apartada del resto de la ciudad y refugiada en los bosques. Detrás de la chica de cabello ondulado y negro, al igual que sus profundos ojos, de piel morena y semblante esbelto, se encontraba un lobo de un tamaño superior a cualquier humano. Su pelaje color canela ondeaba con el viento de aquella noche, mientras su cara parecía dibujar una expresión seria y heladora que no afectaba en lo más absoluto a la adolescente.
Poco a poco, aquel enorme lobo fue adquiriendo una forma cada vez más humana. El pelo comenzó a caer, las articulaciones encogían en un sonido escalofriante. Poco a poco, aquella bestia se transformó en una joven unos años más mayor que Meda pero con unos rasgos físicos muy parecidos. La más joven sacó de la bolsa que llevaba colgada al hombro un vestido ancho y largo, que la mayor se puso de un movimiento.
—Pues a mí sí que me importa.
—Escúchame, Cally. Son solo una pandilla de pijos que no se manchan las manos con nada.
—Por eso precisamente. A los licántropos se nos tiene siempre apartados por el mero hecho de tener una forma animal. ¡Es que hasta a los trolls se les tiene más estima!
Meda chasqueó la lengua, poniendo los ojos en blanco. Se acercó a Cally, su hermana mayor, y la tomó de los hombros.
—Nunca hemos estado muy unidos ni entre nosotros, de todas formas. No podemos exigirles nada.
—¡Pero papá y mamá querían eso! Querían más derechos, querían más unión. Nos llevamos mal incluso entre manadas. Tenemos que actuar.
Meda se quedó pensativa. No le faltaba razón. Los licántropos habían sido siempre seres de terror, con fama —algo merecida— de erráticos e incontrolables. Tenían una cierta jerarquía que permitía que no se matasen entre los distintos grupos, pero la comunicación interna era nula.
Y aquel era el papel de Meda y Cally. Eran las hijas de los antiguos dirigentes, de los representantes de la comunidad. Cally, la mayor, había seguido los pasos de sus difuntos padres en su lucha por los derechos de los licántropos, mientras que Meda sentía rechazo hacia la comunidad. Sentía rechazo incluso hacia su raza. Solo quería ser una persona normal.
—Cally, descansa. En serio, vamos a barrer las bolas de pelo que has dejado y a meternos en casa —insistió Meda, cansada de aquella repetitiva conversación—. Que no sé ni por qué te has transformado.
—¡Porque así nos veían tal y como somos! Es nuestra naturaleza, ¿qué tiene de malo?
—Al parecer varias cosas...
—Meda, por Dios. Deja esa actitud, tienes casi 17 años. Empieza a asumir la realidad. Tu realidad.
—¿Mi realidad, dices? ¿La de desgarrarme la piel cada vez que me tengo que transformar? ¿La de parecer un monstruo sanguinario? ¿La de que mis sentidos se descontrolen cada vez que estoy emocionada? ¿O feliz? ¿O triste?
Se hizo el silencio. Aquellas últimas palabras habían salido de la boca de Meda como si fuesen cuchillos que se habían clavado en Cally.
—... ¿Estás así por Tina?
—¡¡No metas a Tina!!
Meda enseñó sus dientes, ya transformados en los poderosos colmillos de un lobo. Notaba como la sangre hervía por sus venas, recorriendo cada palmo de su cuerpo. De dentro de la casa surgió aquella anciana, que tomó el hombro de la joven, haciendo que esta regulase su respiración hasta tranquilizarse lo suficiente como para no sufrir una transformación espontánea. Era su abuela, la única con vida que quedaba de la familia aparte de aquellas dos.
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Amor, Identidad y Monstruos
ParanormaalAntología de cuentos sobrenaturales para niños LGBT. Porque lo sobrenatural no está en ellos. Para el concurso Letras Multicolores.