Corría velozmente por el bosque. Se trataba de una persona cubierta de harapos y con una capucha que escondía cada centímetro de su rostro, menos sus ojos, que brillaban con el resplandor de la enorme luna en forma de moneda que se encontraba esa noche en el cielo. Cada vez parecía ir más rápido, portaba en su mano izquierda una espada de tamaño normal, con unos extraños símbolos y figuras que la hacían parecer parte del bosque en el se encontraba.
Continuó su carrera hasta que llegó a un claro en el bosque. Se detuvo, miró hacia atrás un segundo y volvió su mirada hacia adelante. Frente a él había un tocón de madera, que no era más que los restos de un enorme árbol que había antes en ese lugar y que fue cortado con una precisión que daba miedo. Era un corte perfecto. El chico bajó su capucha, dejando unos rizos rubios y brillantes a la intemperie. De un momento a otro, tomó la espada y la clavó profundamente en el tocón. Miró fijamente con sus enormes ojos negros hacia la espada, y luego hizo una plegaria. Después de terminar, retomó su carrera y se adentró en el bosque.
Tiempo después de que se fue, la espada que clavó en el tocón comenzó a brillar, y de repente el viento a su alrededor se hizo fuerte y agitado. La espada se recubrió con ramas y flores, y la luz que emitía pasó de ser excesivamente brillante a una luz cálida y tenue.