El relato de Sally Mendez

97 2 4
                                    

« ¿Qué hizo para merecer esto?

   Esa era la única pregunta que habitaba mi cabeza mientras seguía a Marty, mi hermano mayor, por la calle esa fatídica noche en la que su vida se vino abajo.

   Había decidido seguirlo por una corazonada, el no poder sacar de mi cabeza que algo andaba mal con mi alguna vez tranquilo y relajado hermano.

   Cuando lo vi seguir de frente y doblar a la derecha, me relajé un poco. Sabía a dónde iba. Estaba yendo a la casa de su mejor amigo desde la infancia, Sanders. Esa certeza me hizo parar y comenzar a dar la vuelta hacia mi casa cuando recordé algo. Últimamente la relación entre ellos estaba bastante tensa.  Y todo por culpa de esa puerca.

   Su nombre era Madelyn, y en mi opinión, era ella la razón de todos sus problemas. Ella era la típica diva de instituto, linda, popular, con una personalidad que contrastaba enormemente con su físico. Era astuta como un zorro y manipuladora como ella misma, y aun así había conquistado el sensible corazón de mi hermano. Todo el instituto sabía que ella tenía ciertos problemas con determinadas sustancias ilegales, pero Marty había hecho caso omiso a esto, cayendo en sus garras y convirtiéndose en su perro faldero. No exagero que él era su esclavo, su súbdito; para él, Madelyn era una diosa sobre la faz de la tierra, y él le servía y obedecía como tal. Si necesitaba que la lleven o la recojan, mi hermano dejaba lo que estuviera haciendo e iba.  Si necesitaba hacer un proyecto, mi hermano lo hacía por ella. Si necesitaba dinero para sus “medicinas”, mi hermano vendía algún objeto de su valiosa colección de discos para solventar sus gastos. Así de sumiso y moldeable era mi hermano, ella lo sabía y se aprovechaba de eso.

   Mi hermano estaba atontado, no atendía a razones si el asunto era ella, todos sus amigos, en especial Sanders, se oponían a su relación, le insistían que no era saludable, así que él comenzó a alejarse de ellos. Inició intentando que no sea muy obvio, para no levantar sospechas y aumentar las protestas de mis padres a las quejas sobre su relación. Decía que iría a reuniones con ellos, a veces era cierto, otras veces se notaba en su sonrisa de tonto ilusionado que en realidad había ido a otra parte.

   De esa manera mi hermano parecía destruir de manera irremediable sus lazos con Sanders, aquel amigo que había acompañado desde que comenzaron el jardín de niños a  los tres años, el mismo año que yo nací. Estaba acabando una amistad tan vieja como yo misma.

   Volviendo a esa fatídica noche, mientras seguía a mi hermano, era fácil notar que él estaba tenso, nervioso y preocupado. Miraba en todas direcciones, como si esperara que no haya nadie que lo vea yendo a donde iba, se palpaba los bolsillos constantemente para verificar que no se le había perdido nada y se secaba el sudor de las manos en los pantalones cada pocos pasos.

   Después de quince minutos de caminata, al fin llegamos al modesto bloque de apartamentos en el que vivía Sanders. Marty tocó el timbre, esperó a que la luz del intercomunicador le indicara que se podía hablar, musitó algunas palabras y entró al bloque. Corrí intentando llegar antes de que se cerrara la puerta, pero llegué demasiado tarde. La puerta estaba trancada y no veía forma alguna de entrar. Estaba a punto de desistir en mi persecución cuando vi a un inquilino acercarse a la entrada del edificio, lo que me dio una idea. Esbocé mi mejor sonrisa de adolescente olvidadiza y cuando él llegó al edificio, lo convencí de que me había olvidado la llave dentro,  y de que mis padres se enojarían conmigo por tal descuido, de que me castigarían por ser tan distraída, y parece que el hombre se apiadó de mí, pues me ayudo a entrar. Una vez que estuve fuera del campo visual del amable señor, eché a correr hacia donde sabía que era el departamento de Sanders. ¿Qué estaría haciendo ahí mi hermano después de tanta insistencia en alejarse de él? Desde luego disculparse no era, porque justo esta mañana había tenido una de sus citas con Madelyn. ¿Por qué mi hermano vendría aquí a estas horas de la noche? Era algo que debía averiguar.

   Cuando llegué a las escaleras, vi desde abajo algo que me heló la sangre. Sanders estaba yendo a la azotea, temblando, con ambas manos a la cabeza, y atrás de él iba Marty, apuntándole a la espalda con el revólver de papá.

   Apreté el paso y subí las escaleras lo más rápido que pude sin hacer ruido, pensando en qué podría haber causado esto, pero al parecer yo no era la única con interrogantes pues más adelante se escuchaban voces.

    -¿Por qué me haces esto?- sollozaba Sanders

    -¡No te hagas el inocente conmigo!- gritaba Marty, obviamente intentando controlar sus nervios- ¡Tú sabes bien por qué hago esto! Madelyn me explicó lo que realmente querías.

    -¿Madelyn? ¿Pero de qué estás hablan--?

    -¡Calla puerco asqueroso!

   Mientras gritaba eso, pude ver cómo golpeaba con el revólver la cabeza de su viejo amigo y lo hacía avanzar. Los vi como finalmente llegaban a la azotea, y me apresuré a llamar a la policía, aunque tardarían un poco en llegar a un suburbio alejado del centro como este. Llorando por los nervios, no pude más que observar la escena a continuación.

   En el centro de la azotea  estaba parado Sanders, con los gestos contraídos por el terror puro que sentía, mientras que mi hermano estaba parado al borde de la azotea, apuntando hacia él y… ¿Sollozando? Aún no salía de mi asombro cuando lo vi abrir temblorosamente el tambor del arma, sacar tres de las seis balas, hacerlo girar, y cerrarlo.

    -¡Tú me obligaste a hacer esto!- dijo Marty con la voz quebrada- Le conté a Madelyn todo lo que tú decías sobre ella. Me dijo que eras un mentiroso. Que solo querías separarnos. Que la habías estado intentando seducir y que como no te había hecho caso decidiste arruinar nuestra relación. Le dije que no le creía. Y ella me dio un ultimátum: “Decide, o es él, o soy yo. O te encargas de ese calumniador, o no me vuelves a ver en tu vida”. Le dije que no podía elegir, y ella simplemente se fue.  No te puedo matar, pero tampoco puedo vivir sin ella. Dijo que tus mentiras sobre sus medicamentos harían que la alejen de mí. Lo dejaré al destino. Hay la mitad de posibilidades de que este tiro te mate. Si no pasa al primer tiro –miró a sus pies sobre el borde del edificio y al abismo a sus espaldas- Pues retrocederé un paso. Sin ella no vale la pena vivir, y no pienso apretar dos veces el gatillo contra ti.

   Mientras decía esto último, comencé a escuchar las sirenas de la policía a la distancia, pero llegarían demasiado tarde. El miedo me paralizó mientras veía como se tensaban los músculos de su brazo, ponía el dedo en el gatillo y… »

  Así termina la declaración hecha a la policía por Sally Mendez, 16 años, el 17 de setiembre. El resto de páginas que siguen fueron destruidas por el fuego durante un incendio en la comisaría. Esto fue encontrado al hacer inventario, fue lo máximo que se pudo encontrar.

Esa fatídica nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora