Debajo de la cama

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Cuando tenía 8 años, la televisión era el escape a todos los problemas que podía llegar a causar a mis padres, lo único que hacían era encenderla y entonces me convertía en una estatua. Mientras estaba sentado ante ese útil electrodoméstico, veía cientos de comerciales, de los cuales lo que más recuerdo son los diversos juguetes que las empresas promocionaban para vender.

No puedo decir que mis padres se rehusaban a darme lo que quería, pues cada festividad era una excusa para darme un juguete nuevo, y no cualquier juguete, sino de los mejores, podía golpearlos cientos de veces contra la pared y seguían como nuevos.

Sin embargo, mis gustos para juguetes eran algo particulares, y mis medios para obtenerlos eran todavía más particulares. Tengo un recuerdo muy claro de mí mismo tomando una hoja de papel y dibujando frontalmente un personaje que había divisado en la televisión. Comenzaba por su cabeza, luego los hombros y los brazos, seguía con el torso y, para terminar, las piernas. Una vez acabado el dibujo, tomaba una tijera y recortaba el contorno de la figura del personaje, obteniendo así, ante mis ojos, un "juguete".

En ese punto, los juguetes que poseía, y que tantos niños deseaban tener, se habían convertido en personajes meramente secundarios en las historias y batallas que libraba en mi habitación. Con el tiempo, mis padres se dieron cuenta de que la cantidad de juguetes de papel iba en aumento, por lo que el número de juguetes reales comenzó a disminuir. En menos de lo que esperaba, los juguetes de papel tomaron el lugar de los juguetes reales, se habían vuelto más importantes para mi que cualquier otra cosa.

En varias ocasiones, algunos de mis juguetes de papel desaparecieron sin dejar rastro, por lo que me di cuenta de que había llegado el momento en que necesitaba un buen lugar para guardarlos, ya no bastaba con apilarlos en el mueble. Investigué en la cocina y tomé una bolsa de plástico de las que mi madre tenía guardadas para botar la basura. No creí que fuera a encontrar un recipiente para muñecos de papel, ni siquiera existían, así que cualquier cosa iba a ser útil. Logré llenar dos bolsas de plástico, cada una con un volumen similar al de una pelota de básquetbol, una comparación irónica de mi parte, puesto que nunca había jugado ni presenciado un partido de básquetbol. Después de todo lo acontecido, ubiqué las bolsas de juguetes debajo de la cama, dónde no estuvieran a la vista de nadie, ya había tenido más de una discusión con mi madre acerca de lo que pensaba de mis "nuevos juguetes" y de lo horribles que se veían en la habitación, así que no quise meterme en más problemas.


El horror empezó cuando las cucarachas encontraron un nuevo escondrijo: las bolsas. Era común para mí abrir alguna de las bolsas y ver una o dos cucarachas dando vueltas adentro. Fueron momentos bastante asquerosos, teniendo en cuenta el gran desprecio que siento hacia los insectos. Pensé que podría seguir viviendo felizmente mientras mis bolsas siguieran en aumento -5 bolsas en ese momento- y fueran la motivación necesaria para aplastar las cucarachas que diariamente aparecían, pero me equivoqué, después de todo, ¿Quién no se equivoca?

Un día, normal como cualquier otro, desperté y miré debajo de la cama con el fin de decidir de con qué bolsa de juguetes me divertiría, pero no fue difícil darme cuenta que me faltaban dos de ellas.

Totalmente enojado, me dirigí ante mis padres para acusarlos de haber destruido algunos de mis juguetes de papel. Se vieron totalmente sorprendidos ante la acusación, diciéndome que no tenían idea de lo que había sucedido con las bolsas. Al principio no les creí, de seguro debido al enojo que me rodeaba, pero luego reaccioné en que mis padres nunca me habían dicho ni una sola mentira, o al menos no que yo supiera. Opté por creerles, pero eso no resolvía el caso de mis juguetes perdidos.

Me recuerdo buscándolos por toda la casa, en cada armario, sin ningún éxito. Habían juguetes que me había tomado meses dibujar antes de recortarlos. Fue un momento triste, pero al menos tenía otras tres bolsas llenas de juguetes de papel con los cuales podía divertirme, sin mencionar que tenía bastante papel como para seguir añadiendo soldados al ejército.

Seguí con mi manía de dibujar personajes que veía en televisión o videojuegos, y luego recortarlos. Para mí era todo un proceso, convertir una hoja blanca en un ser con brazos y piernas, que se moviera acorde a lo que yo deseara, era como darles vida. Fue entonces cuando llegué a tener 6 bolsas de papel, reemplazando y superando las anteriores 2 que habían desaparecido. Un día, sin embargo, desperté y al mirar debajo de mi cama, hallé que nuevamente habían 3 bolsas, esta vez había desaparecido la mitad de todos los juguetes de papel. Me es difícil explicar la rabia que pasó por mi mente, estuve a punto de ir ante mis padres para quejarme, pero ese deseo no duró más de 10 segundos, en el fondo sabía que ellos no tenían idea de lo que había sucedido, pero entonces, ¿Qué había pasado?

Decidí que iba a descubrir por mi propia cuenta la razón de la desaparición de mis juguetes, aunque siendo sincero no habían muchas opciones. ¿Mis padres? Tal vez, pero tendrían que haber realizado un curso avanzado sobre cómo mentir, ¿Ratas? Posiblemente, pero lo dudaba, nuca había visto una en casa ni en los alrededores. Dejé de preocuparme por esas vagas y pobres deducciones, y preparé un plan.

Volví a crear personajes de papel, los suficientes como para llenar una bolsa entera. Al finalizar, la coloqué junto a las otras, debajo de mi cama. La noche llegó y me acosté, y allí permanecí esperando.

Miré el techo durante varias horas, para la mente de un niño, y entonces sucedió. Poco a poco, un sonido empezó a oírse. Era idéntico al sonido que realizamos cuando refregamos la lengua entre los dientes y por todo el paladar, no se porqué lo hacemos, pero supongo que es bastante natural. El sonido parecía estar amplificado, debido a la agudeza y claridad con que podía oírlo.

Tomé las sábanas y me cubrí por completo, pero mis ojos no podían cerrarse, estaban inmersos en descubrir la fuente de origen de semejante sonido. Al principio tuve miedo, pero luego recordé las palabras de mi padre: "Todos tenemos miedo, es normal, así que no se trata de evitar tener miedo, sino de controlarlo".

Hice todo lo que pude para hacer valer esa afirmación y permanecí con los ojos y los oídos bien abiertos, mientras el sonido seguía oyéndose. Entonces, fue cuando la cama comenzó a levantarse, como si mi padre estuviera reparando alguno de los tablones que se hallaban debajo, pero mi padre no estaba allí. La cama se tambaleaba, tal y como si alguien, o algo, se encontrara debajo de ella, y quería salir. Sujeté un extremo de la sábana que me cubría con la punta del dedo índice y del dedo pulgar, y la levanté un poco. Podía ver la puerta en ese pequeño espacio, pero no era mi propósito huir, quería saber quién había sido el responsable de la desaparición de mis juguetes.


Bajé la vista, mientras me asomaba de a poco para mirar debajo de la cama. Antes de asomarme por completo, algo como una serpiente apareció en medio de la oscuridad. Se movía lentamente, y al salir gran parte de su cuerpo, comenzó a apuntarme con su cabeza, como si me diera un aviso de que sabía de mi presencia.

Me quedé impactado ante tal escena y estando yo a punto de tomar a la "serpiente" y estrangularla con mis manos, me di cuenta que su fino cuerpo comenzó a estirarse más y más. En milésimas de segundo, otras dos "serpientes" aparecieron al lado de la primera. Comenzó a ser algo poco creíble aún para mí mismo, pero la cosa empeoró cuando las "serpientes" finalizaron sus cuerpos con una unión entre las tres. Llegué a la conclusión de que no se trataba de serpientes, sino de dedos, dedos tan largos y con tanta agilidad y flexibilidad que, tenido en cuenta la oscuridad en la cual se desarrollaba el momento, pudieron confundir aún mi mente tan infantil.

Cuando la extraña y alargada mano estuvo fuera de la cama, comenzó a palpar los alrededores a los que llegaba. Una parte de mi quería encender la luz para poder presenciar de una manera más total al ser que vivía debajo de mi cama, pero mi otra parte solo quería que desapareciera. Pronto, sentí el sonido de una bolsa que estaba siendo rascada, como si ese par de manos estuviera manoseando mi amada bolsa de juguetes de papel.

No pude seguir visualizando lo que estaba pasando, simplemente me tapé con las sábanas otra vez y allí permanecí, escuchando como el extraño ser continuaba tanteando el terreno y rascando las bolsas de mis juguetes de papel, hasta que me quedé dormido.

Desperté con el sol alumbrando toda la habitación. Cuando abrí totalmente mis ojos, recordé todo lo sucedido y me levanté bruscamente. Estaba convencido de que lo que había sucedido no se trataba de un sueño, pero quise cerciorarme de ello.


Quería revisar debajo de la cama y ver lo que allí había, aunque hacerlo era más difícil que decirlo. Lentamente, y con algo de miedo, me asomé y entonces me di cuenta de todo. Solo habían dos de mis bolsas de juguetes.

Esa cosa, sea lo que sea, se llevaba mis juguetes, no sé cuál era la razón, pero lo hacía, ella era la culpable. Más que temor, una extraña irá llenó mi pecho, no quería que esa cosa se llevara mis juguetes, no quería permitírselo.


Me levanté y decidí que, si iba a perder mis juguetes, pues yo mismo me encargaría de darles un final. Tomé las bolsas restantes y todo otro juguete de papel que estuviera en mi habitación, y los destruí con mis propias manos; no dejaría que esa extraña cosa volviera a tomar mis juguetes.

A mis padres les llamó mucho la atención ver tal acto de mi parte, hasta pensaron que estaba enojado o algo por estilo, pero no era así, me sentía gozoso de lo que hacía.


La noche llegó y volví a mi cama alegre, como si hubiese triunfado en una guerrilla. Hacía frío pero no me cubrí, mi rostro estaba totalmente descubierto.

Las horas pasaron y la cama comenzó a temblar poco a poco, mientras oía el sonido de la lengua refregando los dientes. Me volteé un poco para mirar, cuando su mano emergió de debajo, rasgando el suelo, como si buscará algo.

"No iba a encontrar nada, ya no quedaba nada para llevar", fue lo que pensé.

Me vanagloriaba de mi victoria cuando, repentinamente, otra mano apareció al lado de la primera, también rasgando el suelo. Comencé a inquietarme un poco, no fuera que mi acto hubiera provocado una clase de enojo en el extraño ser.

Cuando parecía que ya había visto suficiente, las manos clavaron sus garras a una distancia bastante lejana de la cama y comenzaron a hacer fuerza. La cama se tambaleó, por un momento creí que iba a darse vuelta, dejándome en el suelo, pero no fue así. Comenzó a inclinarse hacia el lado opuesto, mientras una silueta aparecía. Era como un montículo, una especie de cilindro pero no tan regular, sino que con alguno que otro relieve.

Yo me hallaba con el rostro hacia el otro lado pero aún así volteé todo lo que pude para mirar, algo que no podía evitar. El montículo o cilindro que estaba ante mi comenzó a moverse, dando una especie de vuelta. Pude ver, a pesar de la oscuridad, un ojo, con iris y pupila, tal como los míos, salvo que era uno solo. Estaba abierto inmensamente, y era tan grande que, cuando forcé la vista, pude ver mi propio reflejo. No fue difícil descifrar que era parte de la criatura, pues se movía de manera tal que daba la impresión de que estuviera respirando.

Permaneció un momento de esa manera y luego volteó, aún realizando ese sonido de lengua refregando dientes. Entonces se ocultó nuevamente. Lo último que vi de ella fueron esos dos brazos largos y flexibles, retorciéndose para volver a la oscuridad que había debajo de la cama.

Permanecí perplejo, hasta pensé en mirar debajo para verificar si seguía allí o no. Sea como sea, lo había logrado, salí victorioso. Fue difícil para un jovencito descifrar lo que había sucedido esas dos noches, pensé que tal vez de adulto lo entendería, pero creo que, en realidad, se volvió aún más difícil.

Que han visto mis ojos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora