El aguaje

Unos metros más adelante está la casa de mis abuelos; justo al llegar a la curva. si se viaja al sur cuando se entra; viceversa, se sale de la curva. Es una casa simple, pero muy bonita. Un portal amplio, una cocina echa de vara blanca y techo de lamina. Los techos: lozas de barro sostenido por viguetas de madera que hará unos 50 años labrara mi abuelo. La casa es espaciosa y antigua con olor a nardo en todas sus habitaciones. Un lugar que guarda los recuerdos de mi abuelo; quien parece siempre llegar e irse, entre los rayos de luz diáfana que se filtra a través de las paredes.

Si se va un poco hacia la montaña (sierra madre occidental) puedes divisar el pequeño pueblo en la lejanía. Si tienes suerte y es el tiempo de las aguas; en la canícula de agosto, serás testigo de ver un sol radiante levantando la niebla que parece quedar atrapada en la teja de las casas. Maravilloso, como si las nubes durmieran sobre el pueblo buscando el calor de la gente.

En las tardes se echan andar las hornillas y un humo negro aparece con olor a palo de brasil quemado, cubriendo un pedazo de cielo de cenizas. Las personas te saludarán donde quiera que te encuentren, en un gesto de amabilidad; siempre, pero no todas. Recuerdo siempre este pueblo, una parte de mi niñez quedó ahí; corriendo sabe donde por las piedras y los arroyos. Quedó pausada, como si todas las hojas desprendidas de un árbol en medio de un ventarrón aun no tocaran el suelo.