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Era muy consciente de que Ana había puesto la radio solo para llenar el silencio que reinaba dentro del vehículo. Si bien era verdad que los silencios entre nosotras nunca habían sido incómodos, en aquél momento mi mente estaba muy lejos de la suya. Y ella lo notaba, porque no dejaba de mirarme por el rabillo del ojo.

No me podía creer que la historia se estuviese repitiendo. Tenía un vago recuerdo del primer perrito que tuvimos en casa. No recordaba muchas cosas, pero sí recordaba cómo había llorado cuando mis padres me dijeron que ya no volvería más. 

No hacía ni un año y medio que teníamos a Yaco, pero ya se había convertido en un miembro esencial de nuestra familia; y el saber que lo habían atropellado por mi culpa, era algo que no me lo iba a perdonar nunca.

Y por otro lado estaba allí, con una Ana que no era la de antes. Ni mejor ni peor, pero distinta. Una Ana que hacía una semana justa me rechazaba y que en cambio ahora quería hablar conmigo y me llevaba a la clínica veterinaria como si se sintiera con el deber de hacerlo.

—¿Cómo estás? —preguntó de repente, devolviéndome a la realidad.

Su mano se posó en mi muslo, acariciándolo cariñosamente. Miré su mano, atónita, intentando obviar las sensaciones que aquél roce a través de la tela me estaban produciendo, y luego la observé a ella, pero no me miraba. Sus ojos estaban fijos en la carretera, y ni siquiera pestañeaba. Seguramente se estaba preguntando qué coño hacía, y si aquél gesto no había sido demasiado arriesgado.

—Bien —respondí simplemente. —Gracias por llevarme —añadí, no queriendo ser demasiado seca.

—No es nada. Es lo mínimo que puedo hacer por ti.

Suspiré.

—Ana... no tienes la obligación de hacer nada por mí.

No lo dije en un tono tajante ni de reproche, sino más bien de agotamiento. Del cansancio mental que llevaba encima desde su llegada. De la culpabilidad. Porque no me hacía falta ponerle los cuernos a Héctor para saber que no estaba haciendo las cosas del todo bien.

—Pero quiero hacerlo —respondió ella, manteniéndose firme en su posición.

Y entonces sí me miró. Me observó unos instantes, en los que mis ojos se encontraron con los suyos, y luego volvió la vista a la carretera.

En media hora durante la cual no intercambiamos palabra, llegamos a la clínica. Realmente era enorme, tanto que parecía incluso un hospital para personas. Nunca había estado allí, ya que siempre lo habíamos llevado a clínicas más pequeñas y que mi padre ya conocía.

Dejamos el coche en el parking y Ana me miró justo después de estacionar.

—Miriam, sé que no es el momento, pero...

—No, Ana. No lo es —la corté, nerviosa. —De verdad.

No tenía ni idea de qué quería decirme, pero yo ya me estaba maldiciendo por lo que le había pasado a Yaco y tenía suficiente en mi plato como para añadirle más contenido. Definitivamente, no era el momento.

—Solo quería pedirte perdón por lo que te dije el jueves pasado. No fui del todo sincera y hablé desde...

—Ana... —suspiré con fuerza, cortándola otra vez. —Gracias por haberme traído hasta aquí, pero de verdad, será mejor que hablemos en otro momento.

—¿No quieres que suba contigo? —preguntó, sorprendida.

Negué con la cabeza mientras me desabrochaba el cinturón.

Me hubiese encantado; pero no era lo correcto en aquél momento. Yo estaba nerviosa y tenía un cúmulo de sensaciones dentro que no quería que le estallaran en la cara.

Aún me tienes. QLBEPL2 🦋 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora