Su sueño había vuelto a ser exactamente el mismo. Dolor, gritos y el aroma a madera quemada impregnaban el ambiente. Todo pasaba a través de sus ojos demasiado rápido, sorprendentemente vívido; incluso había ocasiones en donde a ella le costaba creer que no era real.
Empezó igual que veces anteriores, con una mano empujándola, seguido de la voz aguda y desgarrada de una mujer que le gritaba “¡Corra, Ledi! ¡Corra y no mire para atrás!”. Ella en camisón, confundida y desubicada, luego la visión de un pasadizo secreto en un edificio en el que nunca había estado. El retumbar de las balas, el sonido de los cuerpos cayendo inertes y las protestas de los hombres pidiendo justicia volviéndose cada vez más cercanos. Y por alguna razón desconocida ella estaba en medio de todo esto, obligándola a huir; aunque llevaba con ella la sensación de que algo le faltaba.
Y el deseo de buscar ese algo era grande, pero no sabía que era. Aunque tenía el presentimiento de que era importante.
Mientras corría, recordaba haberse encontrado a sí misma pensando que quería llorar, despertarse. El pasadizo, cuyo recorrido le pareció extrañamente corto, la llevó a un establo cubierto de nieve. Y el viento helado que soplaba aquella noche le traspasó los huesos pese a que fuera ficticio. Un frío seco, árido, cargado de una negrura sofocante. Nunca en su vida había sentido un frío igual que aquel.
Entonces volteó al suelo, dándose cuenta al instante de que iba descalza. Sus pies, pequeños y morados, parecían un par de albóndigas incapaces de sentir otra cosa que entumecimiento. Pero pronto eso dejo de importar, porque ahí, llamando su atención con un silbido, se encontraba un mozo alto y gallardo que la esperaba sujetando un enorme garañón por las monturas.
Y él era siempre lo más resaltable del sueño. Porque su piel lucía demasiado pálida, y su cabello era blanco cómo la nieve. Si el invierno tuviera cara, sería similar a la suya.
Pero lo más extravagante eran sus ojos. Directos y rojos. Similares a la sangre, brillantes cómo rubíes. Abrazadores cómo fuego ardiente.
“Un fuego ardiente que ocultaba tras de sí un corazón de hielo”, se dijo después para sus adentros.
En cuánto se acercó, él comenzó a hablarle, gritándole algo con desesperación. Pero ella no lo escuchaba, solo podía observar cómo su boca se movía a toda prisa. Luego hizo una pausa. Y entonces lo escuchó, oyó las palabras “Ich liebe dich” susurradas con cariño cómplice.
Y mientras él se inclinaba para besarla… ella despertó.
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Corazón de hielo
Non-Fiction"Si no eres capaz de arriesgarte en la vida, no mereces vivirla. Si tomas todas tus decisiones intentando complacer a los demás, entonces no eres mejor que un esclavo. Si no eres capaz de amar y entregarlo todo, no eres digno de tener un corazón".