La cucaracha

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Mi padre era esa clase de hombre que le encantaba ejercer todas las profesiones necesarias para construir una casa. Un día podía estar reparando la conexión de gas, en otro revisaba la térmica y el disyuntor, y otro estaba en el techo reparando los agujeros por donde entraba agua.

Amaba a mi padre, era un héroe para mí. Era capaz de resolver todos los problemas que aparecieran. Sin embargo, debo aclarar tristemente, nunca fue capaz de descubrir lo que le sucedió a nuestro gato.

No sé mucho de gatos, aún ahora que soy adulto, pero soy capaz de describir al que teníamos en nuestro hogar. Su nombre era Baltazar, era precioso. Su color de pelo era de un tono gris pero también con algo de azul, y tenía algunas franjas blancas. Se comportaba como todo un caballero, aún cerca de nuestro perro, pues siempre los veíamos jugando juntos. No tenía ningún problema con que lo levantara y lo acostara en mi pecho o en mis piernas, recuerdo que hasta durmió en mis brazos en más de una ocasión.

Todo era diversión con ese gato, dejarlo entrar a la casa era solo para que toda la familia terminara riendo.
Me gustaría darle el crédito por el gran trabajo que hizo acabando con la invasión de cucarachas que había en la casa. La época de la humedad había llegado y, junto con ella, cientos de cucarachas que buscaban refugio de los pisotones de humanos como yo.
Hubo ocasiones en las que oía sus asquerosas patas caminando por las paredes de mi habitación mientras yo intentaba dormir. Mis dos hermanitos, con quiénes compartía mi cuarto, podían dormir tranquilamente, pero yo no. Me era imposible estar tranquilo sabiendo que uno de esos horribles insectos estaba dando vueltas dentro de mi habitación. Normalmente me levantaba, iba por el insecticida y me sentaba en mi cama, esperando a que apareciera para matarlo.

Podría considerar que me había vuelto un profesional en el arte de matar cucarachas, pero no tenía ejercer dicha profesión, ya que Baltazar era el cazador de la familia.
Mi madre estaba muy contenta con el trabajo de Baltazar, hasta el día en que una cucaracha apareció caminando por sus sábanas. Recuerdo el grito de mi madre, fue muy gracioso pero, si hubiera estado en su lugar, tal vez habría gritado aún más fuerte. De cualquier forma, mamá no estaba para nada contenta. Me mandó a buscar a Baltazar para que lo dejara cerca de su cuarto, en caso de que aún anduvieran algunas cucarachas dando vueltas.

Salí afuera de la casa y miré alrededor, usualmente se hallaba jugando con algunas de las plantas de mi abuela, pero no esta vez, no podía verlo en ninguna parte. Fui por su tazón y lo llené de comida, pero tampoco vino.

No quedó más opción que buscarlo yo mismo, aún era temprano así que no tendría que buscarlo en la oscuridad. Revise varios lugares sin éxito, hasta que lo vi en el galpón de la casa de mis abuelos, quienes tenían su casa en el mismo terreno que la nuestra. Me acerqué gritando su nombre, "Baltazaaaar", pero ni se inmutó. Al llegar a él, me di cuenta de que se hallaba algo asustado, si así podía decirse.

Baltazar estaba sentado encima de un tronco, parecía una estatua, su cola estaba hacia abajo, no se que podría significar, pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, estaban fijos en dirección a mi casa, no los apartaba ni por un segundo.

Recuerdo que, en ese momento, también pensé que miraba hacia nuestra casa, pero no era así, en realidad estaba mirando una parte específica de la casa. La casa tenía unos límites casi iguales a los de nuestro terreno, los cuales estaban delimitados por dos paredes de cemento, una de cada lado. Entre el lado derecho de la casa y la pared habían, tal vez, un espacio de unos 50cm, solo entrabamos ahí para limpiar alguna que otra planta; pero entre el lado izquierdo y la pared la distancia difería un poco, allí había un espacio de más de un metro. Mi padre solía usar ese lado de la casa para guardar cientos de cosas que "tal vez" le podrían servir para construir alguna clase de invento futurista, aunque más de una vez lo tachamos de acumulador compulsivo. Varias veces había entrado con mi madre para limpiar y botar varias de las cosas de papá, aunque a él no le gustara mucho. Las veces que habíamos entrado fueron durante la mañana, mientras el sol brillaba, había que tener en cuenta que habían muchísimas cosas y, entre tanta oscuridad, no podríamos ver nada de lo que encontráramos o botáramos.

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