LXXXIII. Votos

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Kings Landing

Atravesó la ciudad encadenado. Las miradas a su alrededor eran hostiles y burlonas. No recordaba alguna vez que esa ciudad lo hubiera amado.
Solo en los torneos celebraban sus victorias, y tan rápido como tumbaba a su oponente, los jolgorios terminaban y el pueblo llano volvía a ocuparse de sus asuntos. Olvidaban el nombre del campeón, y recordaban solo al hombre sin honor, al Matarreyes.

Aunque habían pasado tres lunas desde que se diera la fallida reunión de paz en el Pozo Dragón. La guerra, aparentemente, no había hecho estragos físicos en la capital. La realidad que se escondía detrás de las altas murallas, era otra, hambruna y miseria por doquier. Niños y ancianos tirados en las calles, muertos o muriendo.
La Targaryen y su ejército de inmaculados bloqueaban el ingreso de comida de El Dominio. Tras haber tomado Highgarden por segunda vez, todo el ejército de eunucos centraba su ataque en no proveer alimento a Kings Landing.

Osmund Kettleblack tironeó de las cadenas, tan fuerte que estuvo a punto de hacerlo caer. El otro guardia era más joven y menos osado, sostuvo a Jaime antes de que tocara el suelo. A pesar de todo, seguía siendo un Lannister y el hermano de la Reina que conservaba el Trono de Hierro.

—Es un traidor, Ben —exclamó Kettleblack.

—Pero Lord Jaime es... —gimoteó el muchacho.

—¿Lord? —Osmund arqueó una ceja— Ya no es Lord de nada. Su mujer perdió Roca Casterly y hasta donde sé, Aguasdulces ha vuelto a ser de los Tully.

Jaime guardó silencio mientras ambos hombres discutían. En el pasado, Kettleblack había sido su hermano juramentado en la Guardia Real. Según lo dicho por Tyrion, también solía servir de "consuelo" para su hermana durante sus largas ausencias.

—¿Por qué volviste a la capital? —le preguntó Osmund.

—Para hablar con la Reina —respondió Jaime.

—La Reina, ¿eh? —Kettleblack le escupió a los pies— ¡Mentiras! Todos saben que Ellys Reyne conspira junto a la Targaryen.

«Ellys...» Su nombre parecía una blasfemia dicha en labios de Osmund Kettleblack. Jaime tiró de la cadena, y con la mano de oro le golpeó la boca con tal fuerza que uno de los dientes del guardia se desprendió de la encía.

Estaban a pies del Red Keep, y cuando Kettleblack quiso responder el ataque, fue detenido por la enorme mano del guardia personal de su hermana.

—¡La Reina lo declaró traidor! —gritó Osmund, limpiandose la sangre de la boca— Debería dejar que corte su cabeza aquí mismo y se la lleve a su Alteza como señal de justicia.

—¡Oh, sin duda Su Majestad dictará justicia! —la voz no provenía de la gigantesca mole, sino de Qyburn que estaba parado detrás de él— Sabíamos que vendría, Lord Jaime. La Reina lo espera en el salón del Trono.

—Él me atacó —recriminó Kettleblack.

—Ya lo veo, Ser —dijo Qyburn, con voz cálida—Pero ya habrá tiempo de que usted y Lord Jaime aclaren sus deudas. Ahora él debe venir conmigo, la Reina Cersei lo aguarda.

Eso no fue ninguna sorpresa. Era lo que esperaba de su hermana. Trataría de humillarlo lo más posible antes de dictar una sentencia.

Qyburn se deshizo de sus cadenas, y el monstruoso Clegane los escoltó hasta el Gran Salón.
Adentro del castillo, escaseaba la gente. Los guardias llevaban armaduras de distintas casas. Las que más llamaron su atención fueron las que tenían emblemas Tarly, Rowan y Hightower.

—Pensé que los Hightower apoyaban a la Targaryen —observó Jaime.

—Los Hightower prefieren mantenerse neutrales, pero dada su cercanía con la Citadel y la poca tolerancia que tienen hacia la magia y los dragones, de vez en cuando hacen llegar a la capital algunos cajones de grano —contestó Qyburn— Los hombres de Tarly y Rowan que ve aquí, son los restos de un ejército que fue calcinado a puertas de la capital.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora