Capitulo XXIX - Final

1.1K 101 36
                                    

Normal POV

-          Fénix – susurró ella al ver las trizas en el suelo –. Ya tengo las siete voces.

Las piezas de Kuro lentamente se tornaron negras y se perdieron en el aire.

Kuro oficialmente había muerto.

-          Sí, eso lo veo – respondió él, y casi se podía oír cómo rodaba los ojos –. Y bien, Yui, ¿a quiénes eliges?

-          ¿No sería mejor decirte mi respuesta cara a cara? – no obtuvo respuesta –. Es decir… es algo muy difícil para mí. Odiaría que alguien tan maligno como tú se perdiera mi sufrimiento.

Se hoyó un bufido. Yui miró el espejo negro del cielo, sujetando los orbes con fuerza mientras se preguntaba si Fénix aceptaría su oferta. Y, mientras tanto, meditaba sobre qué hermanos se merecían seguir adelante, con sus vidas, con sus altos y sus bajos; quién era merecedor del placer de respirar. Del amar y del ser amado.

Del estar vivo.

-          Bien, como sea.

Se obligó a cerrar los ojos, y al abrirlos otra vez se encontró en una habitación completamente distinta. Redonda, con paredes de oro y plata y ventanas gigantescas por las cuales se colaba la luz solar; unas cortinas con incrustaciones de diamantes se sacudían por la brisa y el suelo guiaba a la joven hacia un altar. Podía ver las estatuas de ángeles en las paredes, los mosaicos creados con objetos que no llegó a reconocer y el bello candelabro que colgaba del techo con gracia. Fénix, que iba a su lado, la tomó del brazo y la obligó a seguirle por el sendero de marfil, enterrando sus largas uñas que recordaban a garras en la piel de la rubia sin hacerla sangrar.

El altar era largo y se dividía en siete. Cada sección contaba con un bello espejo del cual se desprendían leves brillos de un color en específico, yendo desde el amarillo hasta el plateado. Había una almohada en cada uno, lista para recibir algo que cuidar en sus manos de terciopelo, y una llama blanca se armó detrás de cada uno apenas Yui se acercó.

- Cada orbe en su altar. - ordenó Fénix.

- ¿Acaso sabías que iba a matar a Kuro? - preguntó ella al darse cuenta que sólo habían siete altares en vez de ocho.

- Perdicción, Yui. Predicción.

Le asintió y comenzó a dar pasos lentos hacia el frente. Su cuerpo iba envuelto en un vestido largo, escotado y con una capa transparente en su espalda que se arrastraba tras de sí. Iba descalza y su cabello estaba sujeto en un moño elegante y sofisticado, dejando ver leves botes de hielo en las puntas. Ya decidida, colocó los orbes en sus respectivos altares, dejando a Shu, el mayor, a un extremo, y a Akia, la menor, en el otro.

- ¿A quién? - susurró Fénix en su oído, acariciando sus hombros desnudos mientras le hablaba en tono seductor -. ¿A quién eliges, mi amada Yui?

Un escalofrío recorrió su espalda ante el contacto con el hombre, pero no dijo nada y se dejó tocar. Sintió la respiración de Fénix en su cuello, sus manos en sus caderas y el fuerte pecho del hombre en su espalda.

Pero no dijo nada al respecto.

- ¿Me llamas 'amada', y recién nos conocemos? - susurró,  y los labios del pelirrojo se delizaron por la piel de su cuello.

- ¿No es igual cuando adoptas a una mascota? Desde el primer momento lo amas y le das todo tu amor. ¿Acaso no es lo mismo?

Ella tragó saliva. Sabía a dónde iba esa conversación y por mucho que quisiera negarlo, también iba a su favor.

- Yui, ¿no te gustaría quedarte a mi lado por el resto de la eternidad? - le ronroneó Fénix, subiendo las manos hasta su cintura -. Si lo haces, todos los hermanos volverán a la vida y tendrán una vida pacífica. ¿No te encanta la idea?

Ella tenía los ojos clavados en el orbe negro. Si Reiji la estaba observando, debía estar tratando con todas sus fuerzas desmembrar a Fénix o quitarle los ojos con sus propias manos. Pensar en el chico de los ojos rojos le hacía sentirse viva de nuevo; pensar en su cabello negro, su piel pálida y la noche de luna creciente en la cual tuvieron tanta cercanía.

Con eso, sonrió y se giró, quedando frente a frente con Fénix. Llevó sus manos a las mejillas del hombre y le sonrió.

- Acepto.

Casi al instante, Fénix la tomó por los hombros y la atrajo en un fogoso beso, desesperado por sentir la piel de la muchacha que tenía al frente. Y ella, sin dudarlo, le devolvió el beso. Fénix la liberaba de la capa y del vestido, y ella le quitaba la túnica que llevaba en los hombros. La ropa iba cayendo al suelo al igual que los orbes, que se deslizaban hacia el fuego que crecía tras ellos mientras la lujuria llenaba a Fénix.

Él ya estaba prácticamente desnudo cuando cayeron al suelo, Yui sobre él. Sonrió con malicia y deslizó sus manos por el pecho desnudo del hombre, mostrando los colmillos mientras él reía, falto de pudor. Disfrutaba ver a la vampiresa que, aunque no estaba desnuda, tenía una silueta seductora y unas manos tersas que ardían en su piel.

Cayeron los orbes de Subaru, Raito y Akia al fuego, desapareciendo, al mismo tiempo que el moño de Yui se desató y sus mechones rubios cayeron hacia el frente. Fénix sonrió cuando cayó el de Ayato y el de Shu.

- Oye, Fénix - le susurró ella al oído -. ¿Te puedo preguntar algo?

- Lo que sea - respondió este.

Kanato cayó.

- ¿Te das cuenta de lo presos de lujuria que estamos?

Él se congeló. El encargado de castigar a los lujuriosos estaba preso del pecado al querer acostarse con alguien que no fuese esposa suya. Yui sonrió.

Reiji cayó a la llamas.

Y una Reina dorada apareció y lo imitó, apagando las llamas.

Luciana... bienvenida de vuelta.

El sufrimiento de Shu había acabado, pero el de Yui no.

Y, con eso en mente, Yui envolvió sus manos alrededor del cuello del tirano.

- Morirás por tu pecado.

Comenzó a ahorcarlo con tanta fuerza que Fénix se comenzó a retorcer por el dolor. Ella, firme, seguía usando todas sus fuerzas para hacer que dejase de respirar, viendo cómo sus ojos parecían querer salirse de su rostro en ese momento. Al no ser suficiente, levantó la cabeza del pelirrojo del suelo y la golpeó con toda su fuerza contra la superficie repetidas veces, viendo la sangre crecer en el suelo antes de que el cuerpo del hombre dejase de moverse.

Se levantó y se vistió lo más rápido que pudo, sus ojos clavados en el cadáver que se iba convirtiendo en cenizas. 

Pero antes, oyó que de los labios del pelirrojo salía un susurro.

- Komori Yui... arderás en el infierno...

Eso ya lo sabía. Hacía mucho había caído en esa horrible realidad.

- Ya lo sé, Fénix. Créeme que lo sé.

Ya casi no quedaba nada del hombre.

- Arde... arderás... arderás tú y...

¿Y?

¿Quién más arderá?

- Tú y tu hijo...

Te dije que tenías que proteger a alguien. ¡Felicidades, Yui! ¡Estás embarazada!

Pesadillas e Ilusiones [Secuela de Soñando con un Final Feliz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora