➻ diecisiete

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—¿Qué es lo que hay que saber? —preguntó intentando no parecer muy interesada.

—Lo primero que es un muy buen chico. Gastón me ha dicho que nunca habría superado las muertes de Emma y Lucas de no haber sido por él.

Emma había sido la primera esposa de Gastón y hermanastra de Nina. Lucas era su hijo, un niño autista. Los dos habían muerto en un accidente de tráfico.

—Gastón me contó que Matteo lo empujó a seguir adelante, más allá de lo que cualquier amigo hubiera hecho. Dice que gracias a él no perdió la cabeza.

La verdad es que a Luna no le sorprendía.

—Además, es genial con las niñas —continuó Nina—. Me sorprende que un hombre soltero se haga cargo por los bebés como lo hace él. Pero siempre les trae juguetes y se tumba en la alfombra para jugar con ellas. Las gemelas lo adoran. Por otro lado su familia, siempre pendiente de que a su madre no le falte nada. Y se lleva muy bien con sus hermanos, incluso ha avalado el crédito que Simón necesitó para comprar la escuela para niños problemáticos.

—¿Simón es el que tiene fama de chico malo? ¿Ése del que todas hablaban anoche? —preguntó Luna.

—Parece que era un poco rebelde de joven. Matteo cree que esas experiencias lo ayudan a entender ahora mejor a los chicos que ayuda. Gastón me ha contado que, cuando eran unos adolescentes, Matteo llegaba a incluso a culparse por algunas fechorías de Simón para que éste no se metiera en problemas.

—¿Y cómo es que este chico tan asombroso ha escapado de las garras de las mujeres de Northbridge? De mujeres como Yamila Sánchez —comentó Luna.

—Sé que hubo alguien, pero no sé nada más, sólo que lo pasó muy mal. Ahora sólo quiere encontrar a alguien, echar raíces, casarse y tener una familia.

—Entonces, está claro que no es el hombre que me conviene —repuso ella con sarcasmo.

—¡Venga, Luna! No lo dirás en serio. Solo porque las cosas no salieron bien antes...

—No es sólo eso, Nina y tú lo sabes. Yo soy el problema.

—Hiciste lo que tenías que hacer.

—Pero a lo mejor necesitaba hacerlo porque tengo una especie de fobia al compromiso y no reconozco lo bueno cuando lo tengo delante. Nina, ¡Me ha pasado dos veces!

—Eso fue lo que te dijo la madre de Michel. No me gusta nada que se te haya quedado grabado un comentario tan rastrero como ése.

—Bueno, tuviera razón o no, creo que no es justo que un tipo como Matteo tenga que arriesgarse conmigo.

Nina se encogió de hombros.

—Bueno, entonces supongo que será para Yam —repuso bromeando.

Luna no quería que su amiga supiese lo que le dolía el comentario, así que fingió de nuevo indiferencia.

—Muy bien, volveré a Northbridge para hacer también su pastel de bodas.

Nina se rió con ganas.

—No te preocupes, ¡Te visitaré en la cárcel cuando te condenen por envenenar a la novia!

Luna no salió de casa de Nina hasta pasada la medianoche, ella le había dejado el coche, porque Gastón no había vuelto aún a casa.

Las calles de Northbridge estaban desiertas, como lo habían estado la noche anterior. Se imaginó que aún seguirían celebrando la fiesta de despedida de soltero en el restaurante y, cuando salió del coche y pasó al lado de la puerta de la cocina, la invadió una ola de curiosidad.

Se preguntó qué era lo que de verdad ocurría en ese tipo de fiestas. No era algo por lo que hubiera tenido curiosidad en el pasado, pero en ese instante estaba tan cerca de una que su imaginación comenzó a trabajar. Le resultaba difícil subir simplemente a su apartamento cuando tenía la oportunidad de echar un vistazo. Se paró frente a la puerta, preguntándose si debería hacerlo o no. Su conciencia le decía que no, que sería una estupidez, algo típico de una quinceañera, no de una mujer hecha y derecha como era ya, pero no se movió de donde estaba, incapaz de olvidarse del tema y subir las escaleras hacia su piso.

Se le ocurrió que Matteo prácticamente la había invitado, recordándole que se merecían que ellas aparecieran por la fiesta cuando ellos habían hecho lo mismo con la de Nina. Quizás podía limitarse a echar sólo un vistazo, algo rápido. Sabía que estaba haciendo una tontería, pero de todas formas abrió un poco la puerta de la cocina, lo suficiente para ver qué había dentro y si alguien estaba allí. Estaba vacía. No había moros en la costa. No sabía qué iba a hacer si la pillaban.

Se moriría de vergüenza si alguien la descubría con la nariz pegada a la ventanita de la puerta batiente que daba al comedor del restaurante. Y esa mera posibilidad debería detenerla y hacer que se diera media vuelta. «Así que cierra la puerta, sube las escaleras y a la cama», se aconsejó a sí misma.

Pero no se movió de donde estaba. No sólo tenía curiosidad por ver lo que pasaba en las despedidas de soltero sino que se daba además cuenta de que si no echaba un vistazo a la fiesta iba a pasarse todo el día sin ver ni una vez a Matteo. Quizás fuera por eso por lo que estaba allí y se había estado engañando hasta entonces. Lo que escondía la fachada de su curiosidad era el simple deseo de ver a Matteo y ver lo que él estaba haciendo en la fiesta. Quería saber si había alguna mujer desnuda o semidesnuda allí dentro con él. Otra razón más para no llevar a cabo esa arriesgada misión. Había decidido que iba a luchar contra la atracción que sentía con él, no dejarse llevar por ella.

Pero, a pesar de lo que su conciencia le repetía insistentemente, Luna abrió un poco más la puerta para meterse dentro de la cocina, que estaba iluminada. De puntillas, se acercó hasta la puerta batiente. Podía oír música y voces masculinas, procedentes de la parte del restaurante, pero era imposible distinguir lo que decían.

El problema fue que, cuando llegó al lado de la puerta, se dio cuenta de que la ventana estaba mucho más alta de lo que recordaba y no podía ver nada. Pero, como había llegado tan lejos ya, decidió que un pequeño obstáculo como ése no iba a pararla. Miró a su alrededor, buscando algo en lo que subirse, pero no vio nada apropiado. Al lado de la basura, no obstante, había una caja de madera. Fue por ella y volvió de nuevo a la puerta. La colocó y se subió a ella. Le daba más altura de la que necesitaba, así que se puso de rodillas para después subir poco a poco.

Lo que vio cuando por fin se asomó no tenía nada de espectacular. No había ninguna mujer, ni con ropa ni sin ropa, ni ningún pastel gigante del que pudiera salir una bailarina en cualquier momento. Sólo eran unos cuantos hombres, sentados a las mesas, que estaban llenas de jarras de cerveza. Parecía que estaban haciendo brindis, porque uno de los hombres parecía hablar en voz más alta y los demás hicieron chocar sus jarras de cerveza en cuanto terminó.

—Más palabras que acción —murmuró ella mientras buscaba a Matteo entre todos.

Regalo De Bodas › Lutteo {Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora