Extraño, irónico

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Nota original modificada un pelín para Wattpad: Hay algunas cosas que quiero aclarar sobre este fic antes de pasar al siguiente capítulo.

Como se habrá notado ha cambiado el punto de vista. Hasta el 3 siempre hablaba Emma y ahora habla/piensa/relata Regina.

Sobre Hades y el inframundo en los siguientes capítulos: mi Hades no va a seguir la línea argumental general, tampoco parecerse a él. De hecho esta historia es prácticamente un AU, aunque sea un fanfic, así que de por si no la sigue. Que quede claro que no verán lo mismo que en la serie. Bueno, creo que ya ha quedado en parte claro.

Extraño, irónico.

Tardaste una noche entera en regresar, pero volviste. Me sentí tonta la primer noche que estuve esperando que cumplieras tu promesa de volver a mi cuarto. Me sentí estúpida cerrando mi puerta por completo para evitar que Henry nos viera. Me sentí abrumada y me reclamé a mí misma por hacerlo. ¿Por qué cierras? ¿Acaso quieres que se repita lo de la última vez? Estúpida Swan, ¿por qué no te escapas de mi mente de una maldita vez? Pensé que era un síndrome Charming. Los Charming me obsesionan desde siempre, ¿por qué Emma habría de ser una excepción? Era Charming también. Antes fue Snow, después Snow y Charming, ahora Emma Charming Swan. Sonreí estúpidamente escuchándote reclamarme por llamarte "Charming". Según tú no eras nada como tus padres aunque no era totalmente cierto. Tenías ese aire noble y principesco que en una mujer era intrigante. Vaya, bien hecho Regina, ahora Swan te parece más interesante que antes. ¿Quieres dejar de pensar en ella por un maldito segundo?

Me desplomé en mi cama y traté de pensar en cualquier cosa. Storybrooke, la alcaldía, Henry, el cartero, cualquier cosa. Parece que los intentos de no pensar en ti funcionan bien porque apareciste frente a mí de inmediato. No me miraste, primero verificaste que la puerta estuviera cerrada. Eso me puso en alerta y. al mismo tiempo, aunque nunca lo admitiría abiertamente me encendió. No querías ser molestada, eso era porque posiblemente tenías planes. Algo programado. Algo que tenía que ver con las dos. Recuerdo que otra vez me invadió esa estúpida ansiedad paralizante. Fruncí el ceño desencantada con mi poca integridad y te observé acercándote.

Saqué fuerzas de algún sitio de mi razón dormida para tratar de hablar contigo. Quería saber, saber ¿por qué? ¿Por qué me besaste? ¿Por qué parece que me vas a besar otra vez? ¿Por qué quiero que lo hagas? Aunque esa pregunta me la dejaría para mí, para más tarde. Tal vez hubiera conseguido preguntar si no fuera por tu endemoniada lengua que aprovechó el intento de modulación de mi boca para colarse dentro. Una vez más perdí el control y la noción del tiempo. Lo único que había en mí era la sensación de tu boca, de tus labios, de tu lengua, el sabor de tu beso. Mi absoluta y poco conocida sumisión. Mis deseos de que no necesitar del aire que me rodeaba para no tener que soltarte, pero seguía siendo humana así que mi estúpido cuerpo necesitaba respirar y en un chasquido dejaste la habitación. Me quedé sin energías como la última vez mirando el techo y pensando ¿por qué? ¿Por qué te dejaba hacer eso? ¿Por qué lo deseaba? ¿Por qué no funcionaba tu hechizo conmigo? ¿Por qué mil cosas? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué tienes que marcharte cuando más quiero que te quedes? Mi cuerpo recuperó su capacidad de movimiento debido a este último pensamiento y me estremecí con el choque de sentimientos. Me tape la cara contra la almohada para gritar a gusto.

Enfrentarme a mis sentimientos y los tuyos es complicado cuando te veo en las sombras de mi habitación y me puede la anticipación. Solo podía enfocarme en cuanto tardabas en besarme. En tu determinante método para evitar que hablará, en mi maldita sumisión. Y en el estallido de las hormonas de mi cuerpo que cada encuentro nocturno era más violento y estrepitoso. Diablos, Señorita Swan, la comencé a desear tanto que mi mente no me dejaba respirar con sus brotes de imaginación. Tuve que mantenerme lejos de ti durante las rutinas diurnas porque con lo que me quedaba de las nocturnas tenía demasiado con lo que lidiar. Quise saber que sucedía, conocer los porqué hasta que un día de tantos que pasamos separadas anhelando que llegará la luna y te trajera al borde de mi cama, un día de esos me di cuenta que mi razón para desearte era tan simple (y compleja) que me prometí nunca hablar de ello. Me estaba enamorando de ti. O ya lo estaba. Tus deseos oscuros apenas lo estaban sacando a la superficie. Como tantos días me prometí no caer en tus redes si volvías esta noche. Como tantas noches no cumplí esa promesa.

El hecho de que dejará de intentar preguntar te dio alas. Esa misma noche en que rompí mí promesa por enésima vez me descubrí estrechada en tus brazos, sentada en tus rodillas, hundiendo mis dedos en tu pelo mientras recuperábamos el aire y seguíamos adelante. Noche tras noche, llegábamos más y más lejos en esta simbiosis de apetito lascivo. No había palabras. Solo nos lanzamos encima de la otra ni bien nos veíamos y olvidamos todo lo demás. Y así fue hasta que mi boca se abrió por primera vez en días. No pude contener ese gemido que se convirtió en tu nombre cuando sentí tus manos adueñarse de mis pechos erguidos. Vi tu mirada de terror al soltarme y te marchaste sin siquiera darte cuenta que tu hechizo había sido tan débil que apenas fue una estela que no alcanzó a alumbrar por un segundo la estancia.

Me dejaste sentada en la cama en la misma postura que me soltaste, respirando como una frenética. Ardiendo. Deseando volver el tiempo atrás y no decir nada. ¿Si no decía tu nombre en aquel momento habrías seguido? ¿Me habrías hecho tuya? ¿Me habrías hecho el amor? Posiblemente solo habríamos tenido sexo salvaje y luego desaparecerías como siempre. Y al día siguiente yo me haría la indiferente, la ignorante y nunca admitiría que posiblemente habría significado más para mí. Y tal vez lo repetiríamos. Me reí para no llorar por lo frustrante de no poder decirte que era lo que sentía, pero también porque no quería tener miedo, miedo de que nunca más volvieras. Unos días atrás había superado el miedo a no recordar, a que tu magia funcionará y no poder recordar que venías, que de alguna manera me necesitabas. Ahora ese miedo volvía y también el miedo a no volver a tenerte así.

Esos miedos se volvieron terror cuando no regresaste por tres días seguidos. El amanecer del cuarto me encontró a mí observándote, o más bien observando tu casa. Estaba dispuesta a entrar en ella y decirte la verdad, pero algo me detenía, algo me decía que quizás necesitabas este tiempo. No sé qué fue, si fue el cansancio que sentía por no haber dormido en 72 horas o algo más, o si fue que al detener el coche me invadió aquel cosquilleo helado que antes me causaba terror y ahora me causaba ardor. Por primera vez, en el asiento de mi coche y mirando tu puerta entendí que no importaba cuanto tardaras en regresar, lo harías. Y cuando regresarás yo estaría allí esperándote. No sé qué fue lo que me hizo comprender eso, pero fue liberador. Di la vuelta y regresé a casa. Desayuné con Henry y fui a trabajar. Volví y dormí las otras noches hasta la séptima sin que nada me perturbase. Segura de que tú no volviste esas noches.

No te voy a negar que tuviera miedo de que nunca lo hicieras, pero algo me decía que tus razones para venir eran las mismas que me hacían esperarte. Quizás estaba siendo ingenua pero tenía tanta fe absoluta en ese pensamiento. De todo corazón creía en ello. La séptima noche no me desilusionó. La bruma oscura me despertó y te volví a ver por fin. Estabas tan quieta. La mirada clavada en el suelo, el rostro castigado. Sentí dolor inmenso al verte al borde de la locura, de la angustia. Me levanté y decidí ser yo la que se arriesgará esta vez. Me hizo gracia que aquella parálisis ansiosa no te dejará dominar la situación y fuera yo la que tuviera el control después de tantas noches de ser moldeada a tu antojo. Lo tomé como una confirmación de mi sospecha. Quería preguntarte si me amabas, pero creo que eso era evidente en todas las palabras que pronunciaste antes de que el mundo se derrumbe a nuestros pies.

Es extraño, irónico. Esa noche confirmé que ambas sentíamos lo mismo y al mismo tiempo supe que no sabía nada de ti y lo sabía todo. Qué tú sabías mucho más y que me tratabas de prevenir del peligro en el que nos encontrábamos en realidad. En tu respiración noté terror y eso me pareció atemorizante. Que tú, el señor oscuro, temieras del destino que nos esperaba daba tanto pavor. Al mismo tiempo, había un dejo en tu mirada que me decía que estabas allí para protegerme y me hacía sentir extrañamente tibia. Yo solo quería decirte que te amaba y no sabía si lo estaba logrando.

Paradójicamente, con un Hades mirándonos maliciosamente, un pueblo aterrorizado y los héroes del pueblo en guardia, todos en medio de este nuevo Storybrooke sepulcral, tú y yo no podíamos dejar de mirarnos, de advertirnos mutuamente. Como si no existirá nada alrededor. Como si nuestro mundo que ya estaba dañado no estuviera a un paso de colapsar y romperse, para siempre.

Paint it black (Swan Queen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora