Capítulo único

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El estoico estudiante universitario William T.Spears se encontraba maldiciendo su infortunio, bajo la sombra de un frondoso árbol. El tiempo corría con el tic tac de su pequeño reloj, marcando así la llegada de una cálida tarde Esa mañana en clase, la estricta y muy respetable profesora asignó un proyecto de investigación en parejas.

Por esa razón estaba impacientemente esperando a su despreocupado compañero de clase: Ronald Knox. No le agradaba tanto la idea, pero era preferible que hacer pareja con ese excéntrico sujeto que era conocido entre los estudiantes como Undertaker, ese chico tenía un humor extraño. William personalmente prefería realizar el trabajo solo. No necesitaba ayuda de nadie, por alguna razón cuando se hacen trabajos en grupo no siempre salen bien, sin embargo para alargar su racha de mala suerte fue muy específica la profesora al mencionar que quería que ambos alumnos trabajaran, mientras escogía las parejas al azar.

A la distancia logró vislumbrar el particular cabello de Ronald, que brillaba con la radiante luz del sol, quien lo saludó con una alegre sonrisa. El estudiante de semblante serio simplemente asintió con la cabeza en forma de saludo.

-Jefe, realmente no entiendo porqué tuvimos que empezar hoy el trabajo si se entrega en dos semanas- mencionó el recién llegado.
William tenía demasiadas razones para empezar el trabajo el mismo día que lo asignaron, como: conseguir una puntuación completa, tener tiempo libre después y asegurarse de tener una tarea decente para entregar cuando se tiene a ese holgazán como compañero.

-Ronald Knox, como siempre irresponsable. Puedo asegurarte que si no empezamos esa tarea ahora, se acumulará y la dejarás a último momento. No quiero imaginar el escenario donde te encuentras un día antes o aún peor, una hora antes de entregarlo tratando de terminarlo con ayuda de Internet.
-No tienes que ser tan duro conmigo Jefe- se frotó la parte posterior del cuello. Sabía en el fondo que gran parte de eso era cierto.
-De acuerdo, supongo que lo mejor sería buscar un lugar tranquilo, como la biblioteca.
-La biblioteca es aburrida, jefe, y si me aburro no trabajo. Porqué no vamos a algún bar o algo así. Bebemos algo, nos relajamos un momento y empezamos.
-No- espetó
-¡¿Qué?!, ¿por qué no?
-Si vamos a uno de esos lugares te distraeras con facilidad. Además son muy ruidosos.
-De acuerdo déjame pensar...¿Qué te parece en una cafetería? Conozco una que es tranquila y tiene ambiente para trabajar. No está muy lejos de aquí.
-Mmm.
-He ido a ese lugar cientos veces, es aburrido, con gente aburrida, con ambiente aburrido y estudiantes estresados. Perfecta para ti.

Ir a una cafetería era el precio para que Ronald dejé de insistir y ayude… por él estaría bien. Ajustó la desgastada mochila a sus hombros.

-Bien- dijo resignado- llévame a ese lugar.
-¡Si! Te aseguro que será divertido.


El lugar era tranquilo justo como Ronald lo había descrito. Habían grandes ventanales por donde entraba el sol de la tarde. El cálido aroma del café llenaba el lugar, que por cierto se hallaba con varios clientes, en su mayoría estudiantes. Claro, ellos iban a ese lugar para relajarse y disfrutar del Wifi gratis, era el pensamiento de William.

Escogieron uno de los lugares al fondo, asientos cómodos los recibieron, mientras una hermosa mesera con ojos marrón y cabello castaño los atendía. Ahora sabía la razón por la cual el chico de cabello bicolor frecuentaba ese lugar.

Se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz, podía sentir la irritación crecer al notar que la mesera coqueteaba con su compañero de manera descarada. Que molesta. Era mejor interrumpir la incesante charla de esos dos.

-Hola, queremos dos tazas de té de moras. Gracias.
La chica no hizo más que mirar sorprendida, anotar el pedido y alejarse hacia el mostrador un tanto indignada. El chico de cabello bicolor miró la escena desconcertado. Antes de decir algo, William lo interrumpió.

-Ahora, Ronald, será mejor que empieces a trabajar a menos que quieras hacer horas extras. Escogí estos libros antes de llegar aquí. Ponte a escribir.- Habló seriamente, sabiendo que de esa manera lo asustaría. Tenía un trabajo por terminar y nada lo iba a distraer, o al menos ese era el plan…


-¿Jefecito, podemos acabar por hoy, por favor?- suplicó el siempre animado chico después de llevar más de una hora, sentado en la misma posición, una hora en la cual se intercambiaba miradas coquetas con la mesera,  sin dejar de escribir en el computador portátil.

Pensó que si presionaba de más a su compañero no trabajaría bien. Suspirando en derrota farfulló
-Bien, ya puedes irte. Continuaremos con esto mañana, aquí a la misma hora.- dijo el estoico joven con gafas mientras revisaba su reloj- yo continuaré un poco más.
-¡Genial! Te veré mañana jefe, ahora si me disculpas me despediré de  Kandy-
Poniéndole esa tonta sonrisa se alejó dejándolo solo.

Entre murmullos y risas, William de gustaba su tercera taza de té. La música de fondo era relajante aunque casi nadie le ponía atención al estar tan absortos en sus propios asuntos. Si ponía atención se escuchaba el susurro del viento rozando con las verdes hojas de los árboles afuera.

No había razón ni motivo por el cual interesarse en mirar alrededor, empero,  lo hizo, desvío la vista en dirección a una gran ventana de donde provenía una sonora risa.

Un hombre de cabellera rubia y aspecto fuerte se reía a más no poder, sujetando su abdomen con ambas manos por el punzante dolor que provocaba la carcajada. A la par de él estaba sentado un adorable chico de alegres ojos verdes, con cabello igualmente rubio  y sonrisa brillante. Se le notaba feliz, pues al parecer logró hacer reír a sus amigos.Sin embargo eso no fue lo que le llamó la atención. No, aunque a la mayoría de clientes se les ofreció una disculpa en general por parte del chico más grande, por haberlos interrumpido de sus actividades, el joven estudiante universitario no regresó la mirada a su computador portátil.

Lo único que podía hacer era fijar la vista en un tercero que se encontraba en esa mesa.Era el más pequeño de los tres. El cabello azul ceniza oscuro rodeaba el delicado rostro, un hermoso color zafiro iluminaban los ojos, mejor dicho ojo ya que si se observaba con atención se vislumbra un parche color negro cubriendo el orbe derecho debajo del flequillo. Piel blanquecina, rasgos finos, nariz respingada, boca pequeña, labios finos… ¿labios? ¡¿Qué estaba haciendo pensando en los labios de otro hombre?!

Obviamente lo que llamó la atención del joven con gafas fue la gran cantidad de azúcar que el niño mezcló en la taza de café. Nada más.

Regreso la mirada a los papeles y libros sobre la mesa. No tenía motivo para seguir observando a ese pequeño grupo.


Durante la siguiente hora realizó su mejor esfuerzo para concentrarse en el mar de letras que tenía enfrente. No podía despegar la vista del niño, cada vez que intentaba leer a los pocos minutos se hallaba a sí mismo contemplándolo una vez más. Por intervalos de tiempo se fijaba en las acciones que realizaba el chico peliazul durante la animada charla, por lo que podía analizar, los acompañantes del niño eran simplemente amigos, también podía jurar que desde que lo llevaba observando, ya había pedido alrededor de tres rebanadas de pastel de chocolate para él solo. Tan solo de verlo le dio dolor de muelas, es decir, cuánta azúcar comía ese niño. ¿Qué edad tiene, quince, dieciséis años? No lo sabía y no le interesaba.

De esa manera, cansado física y mentalmente recogió sus cosas, se ajustó las gafas, y dando una última mirada a la otra mesa, pagó la cuenta y se alejó de la acogedora cafetería.

No debía molestarse en pensar en ese niño, ni siquiera lo conocía, además no tenía tiempo para socializar o eso creía el ingenuo estudiante. Ese mocoso, de seguro es de las personas singulares que solo ves una vez en la vida, pensó.



Si alguien le preguntará a William T.Spears, porqué seguía visitando esa cafetería después de casi tres semanas desde la primera vez que llegó; no sabría qué rayos responder.

No podía poner de excusa el maldito proyecto de investigación, cuando ya habían transcurrido algunos días desde que llegó la fecha límite para entregarlo. Él sabía la respuesta a esa pregunta, pero, no era fácil explicarlo con palabras.

Durante sus días de experiencia en la cafetería, días donde gastó parte de su dinero en relajantes tazas de té, días en los que llegaba sólo, otras veces acompañado por Ronald; notó que la pequeña belleza azul frecuentaba ese lugar casi todos los días, siempre alrededor de las tres de la tarde, la mayor parte del tiempo acompañado por los chicos de la primera vez o con una chica con cabello rojizo y gafas, personalmente creía que era agradable aunque a veces un poco torpe. Otras veces lo encontraba envuelto en la tibia soledad, absorto únicamente en la compañía de un libro. Justo como se encontraba ahora.

William realizaba tareas y estudiaba, levantado la vista de vez en cuando para mirar al niño que la mayor parte del tiempo se le veía malhumorado o sarcástico. Parecía que la cantidad de azúcar que el peliazul consumía equilibraba el carácter que posee.

Y allí se encontraba, otra vez como un espectador, no es que le gustará el niño, por supuesto que no, simplemente le parecía interesante, ¿cierto? Es decir el niño lleva un parche,¿en qué parte del mundo eso no se considera interesante?

Agobiado por sus propios pensamientos estúpidos, no se percató del hecho en donde la pequeña belleza azul se había levantado de su mesa, llevando a su libro consigo, para llegar y sentarse en el asiento vacío frente a él, dejando sobre la mesa dos tazas de café.

Los ojos verdes, ocultos detrás de las gafas se sorprendieron por un momento antes de volver a su típica máscara vacía de emociones.
-Hola- mencionó el menor observándolo con una pequeña sonrisa divertida, el joven estudiante universitario se aclaró la garganta y preguntó:

Estupidez con sabor a caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora