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Huimos. Huimos siendo las cobardes más valientes de todas.

Los kilómetros hasta el caminito de piedra que llevaba a nuestras casas, nunca se me hicieron tan lentos, y mira que íbamos bastante pasadas del límite de velocidad.

No podía apartar mis ojos del perfil perfecto de Ana. Ella conducía con premura, sobrepasando lo que sería correcto teniendo en cuenta el añadido del alcohol en su sistema y que una de sus manos se aferraba a mi muslo, casi clavándome las uñas. Como si temiera que en cualquier momento le dijese que todo aquello era una locura y que volviéramos atrás.

Ana aparcó de cualquier forma delante de casa de su tía, y rebuscó las llaves con impaciencia en su bolso. Una vez las tuvo, entró, y después de dejarme pasar, cerró la puerta y tiró el bolso en el suelo de cualquier forma.

Agarró mi cara con ambas manos, mientras que su lengua se perdía explorando mi boca con ansias. Yo sentía como me flaqueaban las piernas y como una sensación, cálida y llena de anticipación, se apoderaba de mi cuerpo. Chocamos contra una de las paredes de la entrada y jadeamos mirándonos a los ojos.

Estaba pasando.

—Vamos a mi cuarto —dijo bajito, pero en tono de orden.

Las escaleras hacia el piso de arriba las habíamos subido corriendo, caminando, de la mano, con ansias, con ganas de devorarnos; pero nunca con aquella intensidad. Nos mirábamos en silencio, lanzándonos miradas cortas llenas de deseo a cada peldaño.

Cuando Ana abrió la puerta de su habitación, las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Aquél cuarto olía exactamente igual que siempre. Seguía siendo la habitación de Ana, en toda su esencia. Ni siquiera su habitación en Barcelona, la que se suponía que era su hogar, gritaba "Ana" tanto como lo hacía aquella habitación.

—¿Estás bien? —preguntó con un cariño que contrastaba con el calentón que llevábamos encima.

Acarició mi rostro con el dorso de su mano mientras peinaba mis rizos con la otra. Yo tragué saliva y asentí.

—Es que esto es...

Ana colocó un dedo sobre mis labios, después de asentir. Lo retiró brevemente y entonces puso sus labios encima de los míos.

—Te he echado de menos —susurró.

Fue el detonante. La pegué a mi cuerpo sin contemplaciones, mientras que mis manos recorrían el suyo, aun cubierto por el vestido. Nuestras bocas se enzarzaron en una guerra de lo más placentera, buscando saciarnos; aunque con unos besos no nos bastaría.

Mis lágrimas se añadían al sabor que tenían nuestras bocas, pero a ninguna de las dos nos importó: no eran los primeros besos con lágrimas que nos dábamos, y ya había empezado la cuenta atrás que nos llevaría directas al éxtasis.

—¿Estás segura de esto...? —pregunté.

Diez. Mi chaqueta en el suelo.

—Muchísimo, Miriam.

Nueve. El vestido de Ana abandonando su cuerpo y cayendo en medio de la habitación.

Ocho. Mis ojos puestos en su cuerpo desnudo, su ropa interior de encaje color crema, resaltando con su piel ya morena de por si, y aún más bronceada después del verano.

Siete. Mis manos recorriendo su cuerpo, queriéndola memorizar.

—No sabes cuánto te necesito...

Seis. Su rostro jadeante, cerca, mientras se deshacía habilidosamente de mi bralette, dejando mi pecho al descubierto.

—Qué preciosa eres, Miri...

Aún me tienes. QLBEPL2 🦋 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora