➻ dieciocho

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Él no estaba con el resto, sino atendiendo la barra, a la derecha del campo de visión de Luna.

Su corazón comenzó a latir con fuerza, al verlo y al darse cuenta de lo cerca que estaba. Lo bastante cerca como para verla si le daba por girar la cabeza en ese momento. Pero ni siquiera eso hizo que se diera por vencida y abortara su arriesgada misión. Así que se quedó absorta, mirándolo.

Llevaba pantalones beige y una camisa blanca, con las mangas enrolladas hasta los codos. Nada espectacular, al menos no en un hombre corriente. Matteo, en cambio, era una visión para cualquiera. Una visión que no quería perder, a pesar de que sabía que cuanto más se quedara allí, más aumentaba la posibilidad de que la pillaran con las manos en la masa. No podía resistirse. Matteo sonreía y reía sin parar. Pequeñas arruguitas se formaban alrededor de sus ojos y podía ver con claridad los hoyuelos de sus mejillas desde su posición ventajosa. No podía apartar la mirada. Hasta que él giró la cabeza y miró en dirección a la cocina.

Entonces se agachó rápidamente y pasó algo terrible. El cambio de peso en la caja de madera hizo que su pie atravesara un listón medio roto. Luna perdió el equilibrio y cayó al suelo, con un grito involuntario. Se hizo el silencio en el restaurante. Como si no hubiera suficientemente castigo que la pillaran mirando, ahora se caía de espaldas en el suelo y llevaba una caja de madera a modo de zapato. Su instinto le decía que saliera de allí cuanto antes. Sacó el pie de la caja, se incorporó y fue hasta la puerta como una loca. Justo cuando salía oyó cómo alguien abría la puerta batiente y ésta chocaba contra la caja que había abandonado en su huida.

No sabía si la habrían visto salir, pero no esperó a que Matteo pudiera atravesar la cocina, salir y verla aún en el callejón. Corrió escaleras arriba, abrió la puerta y la cerró detrás de ella.

—Creo que has perdido la cabeza —susurró en la oscuridad del piso.

Poco después de que Luna huyera de la escena del crimen, comenzó a oír cómo daban por terminada la fiesta los del restaurante. Se había pasado los últimos minutos curándose los arañazos del tobillo y sacando astillas de madera del mismo. Así que cuando oyó a alguien llamando a la puerta y, a pesar de que ya era la una de la madrugada, aún estaba vestida con los pantalones cortos blancos y camiseta rosa que había llevado todo el día. Ni siquiera había tenido tiempo de desmaquillarse.

Así que si no abrió la puerta de inmediato no fue porque no estuviera arreglada adecuadamente.
Lo que le preocupaba era que Matteo hubiera subido a preguntarle por lo que había pasado minutos antes en la cocina. Porque si sabía que ella había sido la que había estado husmeando, tenía claro que Matteo no iba a dejar de comentárselo. Y ella iba a tener que enfrentarse tarde o temprano a sus acciones. Así que decidió pasar el mal trago cuanto antes.

—Ha llegado mi hora —murmuró mientras iba hacia la puerta.

Pero cuando la abrió, no había nadie al otro lado. Matteo estaba sentado en la escalera, con la espalda apoyada en el balaustre y sus ojos reflejando la luz del porche.

—Sal y ven a sentarte conmigo —le dijo con voz profunda y sin perder el tiempo en saludos.

—Es tarde —respondió Luna.

La verdad era que se alegraba de verlo, a pesar de todo.

—Aún estás levantada —contrarrestó él—. Y vestida. Así que sal de todas formas.

No sonaba bebido, pero sí que parecía extremadamente relajado. Y atrayente. Se le ocurrían mil razones por las que no sería buena idea hacer lo que le decía, pero, aun así, salió y cerró la puerta tras ella.

Él sonrió y tocó el trozo de peldaño que quedaba libre a su lado.

—Ahora ven a sentarte conmigo.

Luna lo hizo, acomodándose en el pequeño espacio que dejaba libre Matteo, a sólo unos centímetros de él. Después levantó la vista y vio que su sonrisa se había vuelto pícara. Tenía las piernas dobladas y los brazos apoyados sobre las rodillas. Levantó un dedo para señalar el tobillo de Luna.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Desde donde estaba podía ver los arañazos, así que Luna no supo con certeza si sabía cómo se los había hecho. Ella no estaba dispuesta a admitir nada antes de que tuviera que hacerlo.

—No es nada —dijo mirando su propio tobillo y quitándole importancia. Pero él sonrió aún más y con más picardía.

—¿Y qué tal está el resto de tu cuerpo? Por lo que oímos, debiste de darte un buen golpe...

Así que lo sabía. Pero no sabía qué responderle.
Intentaba pensar en algo deprisa.

—No lo niegues. Vi tu cabeza en la ventana y después oí el ruido.

—Sentía curiosidad por saber lo que hacen los chicos en las despedidas de soltero —confesó ella por fin levantando orgullosa la barbilla.

—Te perdiste las mejores partes de la fiesta —repuso él con voz insinuante.

—¿Sí? ¿Qué me perdí?

—Nunca te lo contaré.

—Seguramente porque no hay nada que contar —lo retó ella.

—Si pensaras eso, no te habrías subido a una caja de madera para curiosear.

No podía decirle que lo que verdad quería era poder verlo, así que se calló para hacerle creer que tenía razón.

—Eso sí, sólo quería decirte una cosa —comentó Matteo—. Si estás pensando en cambiar tu carrera profesional, no te dediques al espionaje.

Estaba claro que estaba disfrutando con la situación.

—Bueno, supongo que tendré que seguir dedicándome a hacer tartas para las bodas —repuso ella sonriendo también.

Al menos se sentía aliviada al ver que él no estaba enfadado o disgustado con ella.

—No, en serio. ¿Te hiciste daño?

—Algunos arañazos y astillas clavadas cuando atravesé la caja. Mi orgullo también se ha llevado un buen golpe. Por lo demás, estoy bien.

—¿Puedo hacer algo por tu orgullo? —preguntó él mirando a Luna donde se terminaba su espalda.

—Creo que no.

Aunque lo cierto era que la mera sugerencia le daba escalofríos de placer.

Regalo De Bodas › Lutteo {Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora