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La suave brisa nocturna le sacó una ligera sonrisa. El ruido a su alrededor se iba disipando poco a poco mientras se adentraba en el balcón. Sungdeuk había estado en lo cierto; la vista era fantástica desde el gran patio, pero desde allí, a las alturas, simplemente te dejaba sin aliento. Más allá de la vegetación que se extendía por la colina se podían vislumbrar las miles de luces, de todos los colores y titilantes, como si fueran estrellas caídas del cielo.

Seúl era preciosa.

Reposando sus antebrazos sobre la moderna baranda de concreto, siguió apreciando el paisaje en silencio. En los exteriores de la lujosa casa habían muchas personas. Todas ellas conocidas; e iban desde amigos de la infancia, a familiares, y uno que otro artista. Algunos comían de los pasapalos que reposan sobre la media docena de largas mesas de madera puestas sobre la grama, otros extendían sus brazos hacia los mesoneros que iban de un lado al otro con ligeras bandejas a rebosar de tragos; y muchísimos otros estaban de pie, conversando amenamente y estudiando las dos figuras de arcilla que se mantenían bajo dos gruesas cajas de cristal. Dos de los últimos trabajos que había hecho mientras aprendía el arte del moldeo.

Era increíble cómo la vida daba tales vueltas.

En los primeros años de su existencia había estado correteando en la granja de su abuela, pensando que ese era el lugar más genial que existía. Luego, en sus veintes, había permanecido durante largos años de pie sobre un escenario, observando las miles y millones de luces que se encendían en medio de la oscuridad, alentándolo, dándole fuerzas para seguir cada uno de sus sueños. Y ahora, a pocos meses de cumplir los treinta y cuatro años de edad, se hallaba en una preciosa casa, presentando las miles de fotos que tomó durante los catorce años que había pertenecido a la familia de Bangtan Sonyeondan.

Una exposición que había prometido un tiempo atrás, en una de sus tantas entrevistas cuando habían estado de gira por Estados Unidos. Una idea que había tenido al momento, pero que había crecido conforme pasaba el tiempo. Los momentos más hermosos de su vida estaban allí, retratados en cada lienzo, cada foto, cada minúsculo objeto que decoraba el lugar.

Nostálgico, sonrió ante los numerosos recuerdos que inundaban su mente. Se había adelantado algunos años, pero su corazón había estado ansioso, desesperado, por compartir. Por recordar y seguir anclándose a esa parte de su vida a pesar de todo.

Siete días.

Ya habían pasado siete días desde su debut como Kim Taehyung, el solista y compositor; ex integrante del grupo que, en otros tiempos, había sido el más importante y querido de la nación.

Era una locura y aún no entendía cómo había logrado debutar con la agenda que tenía. Pero ahí estaba, a una semana de su debut y con seis victorias en el bolsillo. El camino se había sentido muy similar al de sus últimos años como «V» de Bangtan Sonyeondan, con la única diferencia que esta vez lo estaba recorriendo por su cuenta. Completamente solo.

Lo detestaba, y era esa la razón principal por la que había atrasado su debut. Sus primeros años sin Bangtan fueron fáciles de llevar cuando se enfocó en la actuación nada más. Aún se recordaba aguantando las ganas de llorar cuando alguien le preguntaba si no debutaría como los otros miembros. Había sido una lucha constante contra esa parte de él que odiaba la idea de volver al estudio, grabarse cantando, bailar y volver al escenario sin nadie más a su lado.

Pudo sobreponerse a ello sólo cuando el deseo de hacerse escuchar fue más grande que su ansiedad. Y cuando lo logró, cuando terminó de grabar la última canción perteneciente a su primer mini álbum como solista, un único pensamiento rondó su mente: agradecimiento. Un sentimiento que creció día con día mientras veía cómo ARMY ―sólo ellos podían ser― hacía explotar el internet con la noticia de su regreso.

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⏰ Última actualización: Jul 04, 2019 ⏰

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