EN LAS ENTRELÍNEAS DE LA MANO...

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Parte 1

La literatura debería ser una rama de la biología: trato a las palabras como a seres vivos que, de un momento a otro, pueden despegar del papel y salir por ahí, sin autor ni destino. Por el momento tengo 14 años y ningún libro publicado, pero vivo soñando con ser escritora y vivir de la imaginación, que en mi caso reniega del orden cronológico y alfabético y vive postergando el punto final.
Me gusta dejar mi mano suelta para escribir lo que se me ocurra y saltar de un tema a otro a mi antojo, sin preocuparme por las fechas, la lógica o el sentido común. Pretendo ser guionista de cine o tal vez autora de telenovelas; modestia aparte, creo que me sale bien inventar historias llenas de sorpresas y cambios.
El problema de las telenovelas es la extención: ¡hace falta paciencia para soportar la mosma historia durante meses! No sé cómo mi madre aguanta tragarse tantos capítulod sin saber quién va a acabar con quién, quién es el autor de las cartas anónomas o cómo morirá la bruja que hecha veneno en la vida de los demás personajes.

A mi padre también le gustan las telenovelas. Finge que no, pero le gustan. Se queda sentadito en la sala, con un periódico a la altura de la cara, y de vez en cuando echa una ojeada por encima de las noticias para ver qué pasa en la pantalla.
El orto día, mi madre le preguntó por qué no hacía dos agujeritos en el periódico, uno para cada ojo. Así podría ver la telenovela sin tener que bajar el periódico. Mi padre se enojó por la broma, dijo que ni siquiera podía leer en paz y se fue de la sala más avinagrado que el dueño de la inmobiliaria del culebrón de las ocho. Pero antes dobló el periódico, estiró el dedo y dijo que todas las telenovelas deberían tener im sólo capítulo, el último, que es cuando se acaba la rutina.
Como futura escritora, esa sugerencia me pareció bastante interesante: una telenovela con un solo capítulo sería menos agotadora, sin contar con que podría aumentar el índice de audienca. Pero a mi madre no le hizo ninguna gracia. En realidad, se puso a llorar, aunque en silencio, con los ojos fijos en la televisión como si estuviera emocionada... ¡Con uma publicidad de detergente en polvo!
Profesora de historia en la facultad, mi madre es especialista en la vida y obra de Juana de Arco: especialista, fan y devota. Cuando hizo el doctorado, defendió la tesis de que la patrona de Francia fue la primera feminista de la historia y obtuvo la nota más alta, a pesar de enfrentarse a una mesa examinadora compuesta sólo por hombres. Pero, al contrario de la santa guerrera, mi madre sólo es feminista de la boca para afuera y de la puerta del salon para adentro.

Ese rollo de mujer independiente, dueña de su propia nariz respondona, no funciona en casa. Frente a la familia, ella se comporta como una esposa pasiva y resignada, que se limita a refunfuñar por los rincones de la casa (¿existe peor forma de silencio?) cuando su hombre deja la toalla del baño en el suelo, se pasa la noche del sábado jugando futbol con sus colegas de la clínica o se olvida del aniversario de bodas.
Cuando supo que iba atener una niña, madre decidió ponerme el nombre de la santa. A mi padre no le gusto la idea: insistía en que la primera hija se llamara Rosalía, como su madre, que había muerto hacía poco y merecía un homenaje. Después de muchas discusiones y propuestas de toda la familia, mis padres hicieron un pacto extravagante y me bautizaron con esta obra maestra: ¡Juana Rosalía! Pero fue o
Solamente una tregua. Mi madre no se llevaba bien con su suegra y sólo me llamaba Juana, mientras que mi padre, de puro porfiriado, insiste en decirme Lía.
No sé si fue en esa época cuando comenzaron las riñas, pero sospeché que la elección de mi nombre ayudó a estropear el matrimonio de mis padres. Para librarme de esa culpa, adopté una actitud radical: un día, en medio de la comida, cuando los dos intercambiaban ironías debido al condimento del bistec, me subí a la silla y prometí que de entonces en adelante me cepillaría los dientes después de las comidas, me pasaría el hilo dental, haría mi cama y comería verduras todos los días, imcluidos brócolis y domingos, y no me olvidaría de bajar la palanca ni dejaría la luz del cuarto de baño encendida ni pellizcaría a mi hermano si se ponía a imitarme. Parecía un político en plena campaña, candidata al cargo de hija perfecta.

PODEROSA  ( una chica con el mundo en su mano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora