Capítulo 1

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"Solo existe un monstruo tan cruel que es capaz de comerte vivo, y se llama escuela."

Eran las 12:30. Aún quedaban 15 minutos de clase que parecían eternos. Y más porque el profesor Arriola explicaba las lecciones como si contara una historia para dormir. Tenía mi cabeza recargada en una de mis manos sobre la paleta del escritorio, probablemente babeando mientras observaba medio adormilada como el profesor señalaba unos números junto a letras en la pizarra.

¡¿Quién fue el que tuvo la "grandiosa" idea de agregar letras a las matemáticas?!

Como si con los números y signos no fuera ya lo suficientemente complicado agregan letras. En lo personal yo llegué a pensar que dependiendo de la posición de la letra en el abecedarios correspondía a su valor: a = 1; b = 2; c = 3;...

– Pss, pss, ¡Silvanna! –

Me volteé hacia atrás para dirigir mi vista a mi amiga.

– ¿Me acompañas a la cafetería en el receso? – me preguntó mientras enredada una hebra de su cabello castaño oscuro entre sus dedos.

– Ah, claro Eleanor –.

– Señoritas – el profesor nos miraba cansadamente – por favor, les pido de la manera más atenta que guarden silencio y respeten la clase, – Ay no – los valores son importantes para su formación en especial el respeto jóvenes – No otra vez – este les abrirá muchas puertas en el futuro y mejorará su vida... –.

Y otra vez su sermón. No es que me caiga mal el profe pero... es matemáticas señor, no civismo. Al menos ya no volverá con sus letras numéricas. Lo que restaba de la clase se la pasó contando anécdotas sobre su juventud y el respeto mutuo que existía en su escuela secundaria.

Al fin el dichoso timbre se hizo escuchar y salí a acompañar a Eleanor a la cafetería.

– Vaya tiempos de oro que tuvo el profe – comentó Eleanor sin mirar a mis ojos.

– Y si, otra vez con sus historias de vida – bajé la vista al suelo justo en el momento que iba a tropezar con el pequeño escalón de la cafetería. No volvería a caer otra vez.

Eleanor solo me miraba extrañada por mi comportamiento, aunque solamente le había sacado la lengua a aquel escalón y sonreído victoriosamente por mis reflejos. Al parecer la gente de ahora no celebra sus progresos.

Ella pasó a la caja abriendo su monedero. En realidad que me gustaba su cierre plateado y en especial su llavero peludo. Se me afiguraba a un lindo y esponjoso hámster, como Clarice. Pero al tener esa tonalidad azulada me recordaba más a un algodón de azúcar, como esos de los que comes cuando vas a la feria...

– ¡Silvanna! – parecía que Eleanor tenía ya un tiempo llamándome pues ya se le notaba desesperada.

– ¿Ah? ¿Qué pasó? –.

– ¿No tendrás dinero que me prestes? Es que al parecer lo que tengo no me alcanza y en realidad que tengo mucha hambre –. Me preguntó – No he desayunado y me ha estado doliendo la cabeza – cerró los ojos cansadamente por un momento. No podía dejar a mi amiga con hambre, así que abrí mi monedero y le di algo de cambio para que pudiese acompletar.

– ¡Gracias! En verdad eres una buena persona – rápidamente esos ojos cansados pasaron a abrirse normalmente. Eso me alegraba pues al parecer mi amiga ya iba a poder recuperar las fuerzas para el día escolar.

Mi madre siempre me ha enseñado a compartir, a ser bondadosa con quien lo necesite, más aún me extraña que fuese la 3° vez en esa semana que no desayunaba, ni traía algún refrigerio o dinero suficiente para el desayuno estando en un colegio de élite.

~ * ~

Últimamente habían ocurrido sucesos un tanto extraños, dentro de lo que cabe.

Todo comenzó estando en clase de química. Estábamos en el laboratorio en una práctica que incluía el uso de catalizadores. Me encontraba sentada en la mesa que compartía con mi equipo, agregando el catalizador a la primera sustancia para acelerar el resultado, mientras que mi equipo... ¿en dónde estaba mi equipo?

Comencé a buscarlas con la mirada por el laboratorio. Solo veía a mis demás compañeros pero ni rastro de ellas. ¿Y si las habían llamado de dirección? ¿Habrían hecho algo tan malo como para llegar a que les llame el director? ¿Tal vez el feto de gato dentro de la vitrina de exhibición había tomado venganza? O solamente se habían saltado la clase, era algo que solían hacer mucho.

Fue entonces cuando un ruido me saco de mis teóricos pensamientos. Volteé hacia el gran ventanal que daba hacia las canchas de básquetbol del instituto, donde jugaban los de otra clase. Me asomé ligeramente y noté que era la clase A, puesto que ahí se encontraba él; su clara cabellera se hacía notar entre las demás y no sé si era realidad o un juego de mi mente pero podría jurar que alcanzaba a ver sus ojos claros.

No pude evitar dar un suspiro y quedarme embobada viéndole como jugaba, pasando aquel balón a otro compañero y corriendo de acá para allá.

Él era un catalizador que aceleraba los latidos de mi corazón.

Estaba tan perdida en mi nube de enamorada cuando por el rabillo del ojo pude ver que algo se movía a mi lado. Lo extraño de esto es que fuera lo que fuese tenía que estar pegado a la pared y eso no era bueno. Lentamente dirigí mi mirada hacia la derecha encontrándome con una ¡ENORME IGUANA!

– ¡AAAH UN ANIMAL! – grité volviendo a entrar al laboratorio y chocar de espaldas con la mesa de trabajo, haciendo que los tubos de ensayo dentro de la gradilla se agitaran un poco.

Mis compañeros y el único laboratorista se exaltaron y comenzaron a acercarse hacia el ventanal. En realidad ni hizo falta porque aquel animal ya había entrado sin algún inconveniente al laboratorio, y se estaba acercando.

Me moví rápidamente hacia la otra mesa de trabajo, no pensaba quedarme viendo y esperar a que aquel animal se interesase en comerme. Pensé que ya estaba en un lugar seguro, lejos de su vista y sus fauces, pero entonces ocurrió el principio de todo.

El asqueroso monstruo volteó su cabeza y comenzó a seguirme.

Si no fuera porque mi vida corriese peligro me hubiera reído del cómo caminaba: moviendo su cola como si quisiese golpear a todos. Estuve corriendo por todo el laboratorio, extrañada por si yo corría muy lento o ese lagarto se movía muy rápido. Mis compañeros solo se dedicaban a observar y quitarse del camino, sin hacer siquiera algo. Probablemente alguno estuviese grabando el momento.

¡¿Qué acaso el animal no veía a los demás?! ¡¿Por qué solamente me seguía a mí?! ¡¿Acaso apestaba a rata muerta y por eso me seguía?!

Una laboratorista se acercó con una escoba y comenzó a espantar a la iguana que rápidamente volvió hacia el ventanal por donde había entrado, y la laboratorista lo cerró.

Probablemente la reacción de mi práctica ya había pasado, no había tomado nota e iba a tener un punto menos en mi calificación.

_Nathens

Bajo mi cama - VerdadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora