𝓜𝓲 𝓫𝓮𝓵𝓵𝓪 𝓮𝓼𝓽𝓻𝓮𝓵𝓵𝓪.

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Cuenta la leyenda, que algún día existió una hermosa princesa...
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—¡Ciel!—Llamó el rey a su preciosa hija.

—¡Ya voy, padre!—Respondió esta, dejando el vestido que estaba confeccionando con tanto amor a su padre.

La princesa vestía un hermoso kimono rosa, el cual brillaba galantemente junto al sol. El clima en aquel castillo era realmente hermoso. Su cabello azulado recogido en dos coletas revoloteaba con el viento que entraba por las ventanas, sin contar aquel flequillo que cubría su ojo derecho.

El Rey Vincent, temido por muchos y amado por muchos otros, se encontraba sentado en la mesa, esperando a su bella hija para almorzar.

—¿Qué tal amaneciste?—Preguntó mientras tomaba los palillos y se dedicaba a comer una carne de cerdo.

—Bien, aunque no terminé de dormir.—Respondió la chica, mientras mezclaba su carne con un poco de condimento.

La mirada de preocupación en Vincent se hizo presente. Cosa que la menor pudo reconocer. Así que sólo se dedicó a sonreírle a su padre.

—Estoy bien, realmente soy feliz haciendo vestidos, padre.—Juró la princesa.

Pero su padre no sólo no estuvo de acuerdo, sino que la mandó a tomar un poco de sol. Pidiéndole que descanse, le dijo que salga a dar un paseo por la extensión del patio perteneciente al castillo.

Sin embargo la princesa, siendo pícara y fan de las aventuras, decidió ir un poco más allá. Corriendo, se divertía en el enorme pastizal en donde habitaban las vacas y los bueyes del rey. Acariciaba a algunos, se le quedaba viendo a otros, etc.

Entonces, mientras corría comenzó a bajar la velocidad de sus pasos, habiéndose quedado frente a un apuesto joven al que tan sólo le llegaba hasta el pecho.

Tenía el cabello negro y un flequillo a cada lado de sus mejillas. También contaba con un pequeño mechón cayendo por su frente. Sus hermosos ojos color carmesí podían cautivar a cualquiera.

Vestía un yukata negro, y sostenía un palo de bambú que tenía más que obvio como función, la de guiar a los bueyes hacia donde fuera correcto.

—¿Princesa...?—Preguntó el trabajador. Con una expresión de ligera sorpresa.

—Sí...—Fue la única respuesta de la menor.

—Es...Un verdadero honor que usted esté aquí.—Haciendo una reverencia, el mayor dejaba ver sus nervios. Pues, nunca antes había visto a la princesa en persona. Simplemente había escuchado las descripciones de los trabajadores.

—No, no es necesario que haga eso...—Suplicó la chica con un ligero rojo adornando sus mejillas. Para luego esperar a que el trabajador se vuelva a poner derecho.—¿Le molesta...Que le vea trabajar por un rato...?

—No...

El pastor de bueyes estuvo trabajando con normalidad. Algunas veces respondía preguntas que le hacía la princesa, otras, bromeaba con ella con el nivel de respeto debido. También la guió en sus deberes, la forma en la que dirigía el ganado y qué era peligroso hacer. Por su parte, la princesa miraba todo asombrada, no se perdía un sólo detalle.

La princesa siguió fielmente cada cosa que hacía el trabajador, hasta que el sol había comenzado a ocultarse. En donde la princesa se posó frente al trabajador de negro.

❝La Leyenda de Tanabata❞. - SebaCiel°.• [One Shot]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora