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Raoul no era capaz de pensar en otra cosa que en conseguir que su almohada dejase de vibrar. Tampoco era capaz de abrir los ojos, y el dolor de cabeza le dificultaba mover el brazo para arrancar la almohada de debajo de él y tirarla al suelo.

Cuando por fin consiguió la fuerza de voluntad suficiente como para mover el brazo, la vibración paró. Gruñó, frustrado, y cuando giró el cuerpo para recostarse y seguir durmiendo, su cerebro le recordó que su almohada no vibraba. Se frotó los ojos y cuando los abrió tuvo que pestañear unas cuantas veces para asegurarse de que la imagen que tenía en frente era real.

Estaba a unos centímetros del rostro de un chico moreno, con pelo y barba oscuros, y un lunar en el lado izquierdo de la cara. Sus ojos, enmarcados por unas pestañas oscuras y largas, estaban cerrados, y sus labios rosados entreabiertos, mostrando unas paletas ligeramente separadas.

Raoul tardó unos segundos en poder respirar de nuevo y se deslizó lentamente hasta el borde de la cama, teniendo cuidado en no despertarle. Observó la habitación, que era completamente blanca, desde los colores de las paredes hasta el color de la cama, y tras acercarse a la ventana se dio cuenta de que estaba en un hotel que no era el suyo.

Volvió a acercarse a la cama, y tras levantar la colcha y la almohada, encontró su móvil. Lo primero que vio al desbloquearlo fue treinta mensajes de su madre, pero solo leyó uno de ellos antes de cerrar la app de mensajería y abrir la app de mapas. Entonces, procesó el mensaje que había leído de su madre.

—¿Cómo que me he casado? —susurró, cerrando la app de mapas y volviendo a abrir la de mensajería. Antes de que pudiese leer los mensajes, su móvil se apagó y la señal de batería agotada apareció en la pantalla—. Mierda —volvió a susurrar. Miró al chico que seguía tumbado en la cama para asegurarse de que seguía dormido antes de caminar de puntillas por toda la habitación, recogiendo su ropa y rezando internamente por que el cargador del móvil estuviese en alguno de sus bolsillos. Soltó unas cuantas palabrotas al no encontrarlo, y decidió irse al baño para cambiarse de ropa y con suerte encontrar unos antiinflamatorios para el dolor de cabeza.

El baño del hotel era blanco, como la habitación, aunque los detalles eran negros, creando un contraste agradable visualmente. Raoul cerró la puerta del baño, también blanca, con cuidado y tras dejar su ropa sobre el lavabo de mármol oscuro se observó en el espejo.

Tenía el pelo completamente despeinado, sucio y pegajoso, seguramente a causa de algo que cayó en él durante la noche. Tenía las ojeras más marcadas que nunca, y tenía una marca de pintalabios en forma de beso en la mejilla.

También se dio cuenta de que tenía algunos moratones en los brazos y tras bajarse un poco los calzoncillos vio otro en su cadera izquierda, señales de que se había pasado demasiado con el alcohol la pasada noche. Suspiró y comenzó a vestirse, dispuesto a ir a recepción para preguntar las direcciones a su propio hotel antes de que el chico con el que había dormido se despertase.

Abrió los armarios del baño buscando algunos antiinflamatorios, pero no tuvo ningún éxito. Se apoyó en el lavabo, y tras lavarse la cara y mojar un poco su pelo, guardó su móvil en el bolsillo trasero del pantalón y salió del baño con el mismo cuidado de no hacer ruido que antes. No sirvió de mucho, porque en cuanto cerró la puerta del baño se dió cuenta de el chico estaba sentado en la cama, observándole con los ojos muy abiertos. Tenía un papel en la mano, y lo observó un momento antes de volver a mirar a Raoul.

—¿Tú eres Raoul? —su voz era suave, y tenía un ligero acento que Raoul no fue capaz de descifrar de dónde era.

—Em... Sí —hubo unos segundos de silencio incómodo, en los que Raoul no podía apartar la mirada de ese chico—. ¿No tendrás por casualidad un cargador? —preguntó tímidamente.

—Creo que sí, espera —dejó el papel en la mesilla, se levantó y tras sacar una maleta a medio hacer de debajo de la cama, comenzó a buscar en los bolsillos interiores—. ¿No estaba en el baño? —preguntó tras un minuto de búsqueda.

—No, pero si quieres vuelvo a... —el chico le cortó antes de que Raoul acabase de hablar.

—Ah no no tranquilo, está aquí —se levantó con el cargador en la mano y se lo tendió a Raoul con una sonrisa.

—Gracias —enchufó el cargador y tras conectar su móvil y dejarlo en la mesilla volvió a mirar el chico—. Esto... no me acuerdo de nada de lo que pasó anoche.

El chico se quedo unos segundos mirándole, y después estalló en una carcajada. Raoul le miró confuso, pero no pudo evitar sonreír al oír su risa.

—Menos mal, porque yo tampoco —dijo cuando por fin terminó de reírse. Raoul sintió cómo se le quitaba un peso de encima.

—¿Entonces cómo he acabado aquí?

—No lo sé —el chico chasqueó la lengua, cogió el papel que había tenido en la mano antes y se lo tendió a Raoul—, pero me he despertado con esto debajo de mi almohada. La verdad es que no sé qué es porque no tengo ni idea de inglés, pero pone nuestros nombres.

Raoul observó el papel, que estaba ligeramente arrugado, y en lo primero en lo que se fijó fue en el nombre del chico.

—Agoney —susurró para sí mismo antes de seguir leyendo. Entonces, su corazón se paró durante un segundo.

—¿Qué pasa? —preguntó Agoney al notar que el rubio se estaba poniendo pálido.

—Es... es una licencia matrimonial —dijo en un hilo de voz, con sus ojos todavía fijos en el papel.

—Me estás vacilando —respondió Agoney, escéptico.

—Ojalá, pero te lo estoy diciendo completamente en serio —se acercó a Agoney y le señaló la parte del papel donde lo decía—. Es una licencia matrimonial, y creo que es oficial.

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2019 ⏰

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