Florecer

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―No sé de qué estás hablando ―se apresuró a replicar Natalia. La pelirroja adoptó una expresión socarrona.

―Está bien, no revelaré tu secreto, no le contaré al mundo que la famosa Natalia Lacunza es una puta. No obtendría ningún beneficio al hacerlo. Tampoco te he seguido para armarte un escándalo por haberte acostado con mi marido así que no estés a la defensiva, guapa.

La morena alzó una ceja desafiante antes de clavar su mirada sobre la de la mujer a través del reflejo.

―Entonces ¿qué quieres?

La desconocida apretó los labios y sacó de su cartera una pequeña tarjeta de contacto. La depositó sobre el lavamanos sin dejar de observar el rostro de la modelo.

―Llámame cuando se te pase la desconfianza. Preciso tus servicios.

―No trabajo para mujeres...

―Te pagaré el triple así que piénsalo. ―La sensual pelirroja dio por finalizada la conversación y salió tranquilamente. La modelo quedó aturdida durante unos segundos hasta que logró tragar el nudo que le impedía respirar. Su identidad había sido revelada y eso la hacía sentir insegura. Aunque se tratara de una sola persona, su secreto corría peligro. Estaba en las manos de una desconocida que podía destruir su carrera en apenas unos segundos. La angustia comenzaba a ahogarla así que decidió salir. Al cruzar la puerta recordó que no estaba cenando sola. No había pensado en una explicación para Alba por la demora. Su noche estaba arruinada y lo confirmó cuando llegó a la mesa que minutos antes había compartido con la rubia. La activista se había marchado. Natalia la buscó a su alrededor, pero un gesto de su representante la desesperanzó. Al sentarse se percató de que había dejado dinero y una nota con una caligrafía preciosa en color azul.

''Perdón. Me ha surgido algo urgente. Igualmente gracias por esta velada y por enseñarme este maravilloso lugar. A. R.''

―Eres tan escurridiza, Alba. Me lo pones difícil ―murmuró la morena para sí misma.

***

La periodista caminaba apurada debajo de una de las últimas noches del invierno. Se maldecía internamente por no poder decirle que no a Aitana. Su ex la había llamado mientras Natalia estaba en el baño y le había rogado que fuera a verla porque no se encontraba bien de salud. La rubia no pudo negarse cuando la chica le dijo que ninguno de sus seres queridos se encontraba en la ciudad. No tenía otra alternativa, no podía dejarla sola, se hubiera sentido culpable. Soltaba el aire de manera violenta con la mirada gacha. Veía pasar velozmente una baldosa tras otra. Las luces de los faroles también pasaban. Le dolían las piernas. Se arrepentía de haberse bajado antes del cabify, pero no tenía tanta pasta. Afortunadamente le faltaba poco para llegar al edificio de Aitana. Necesitaba dejar de castigarse mediante razonamientos. Alzó la vista cuando reconoció el jardín. Juntó valor para acercarse al portero eléctrico. La voz familiar respondió entusiasmada y le indicó que entrara. Alba se sentía como una ex adicta que estaba a punto de tener una recaída.

―Pasa. ―La castaña se apartó para dejar pasar a la activista y cerró la puerta detrás de ella.

―Deberías meterte en la cama. Te prepararé un té y varias compresas de agua fría. ―Alba intentaba sonar lo más seria posible. No quería mostrar flaqueza.

―No sé para qué vienes si vas a estar con ese humor. Me haces sentir más sola.

La rubia continuó dándole la espalda mientras esperaba a que se terminara de llenar un recipiente. Conocía tan bien aquel piso que el ambiente le resultaba familiar. Tenía las manos apoyadas en el borde de la encimera y la vista fija en la llave de agua fría cuando, de repente, unos dedos temerosos y helados se colaron por debajo de su abrigo hasta alcanzar la piel de su cintura. Tembló.

―Aitana, ¿qué... ―No pudo terminar de formular la pregunta porque un beso en la parte de atrás del cuello la hizo jadear. Estaba demasiado estupefacta como para detener a la chica que comenzaba a presionarla con fuerza contra la encimera. El rostro de Aitana se hundía impetuosamente en la nuca rapada de Alba mientras dejaba un rastro de besos. La periodista no podía ignorar que había extrañado ese calor tan corrosivo. Su cuerpo reaccionaba hambriento a esos estímulos y su ex se aprovechaba de eso.

―Dejemos de engañarnos, mi amor... Empecemos de cero ―imploró Aitana.

―No pued... ―Las manos de la castaña se precipitaron a los pechos turgentes de Alba y los masajearon con afán. La rubia luchaba con sus ganas de girarse y comerla. Con avidez, Aitana le desabrochó el pantalón y la dio vuelta. Se preparó para recibir un empujón por parte de la periodista, pero, para su sorpresa, la arrollaron unos labios cálidos y palpitantes. No demoró en corresponder.

Alba terminó de quitarse el pantalón y se apresuró a sentarse a un costado del fregadero. Aitana le abrió con torpeza las piernas y se depositó entre ellas. Recorría sus extremidades a lo largo y a lo ancho mientras la besaba con dedicación. Peleaban por tener el control. Alba se aferraba a los hombros que la habían acunado durante tanto tiempo mientras que Aitana le clavaba las uñas en el culo para atraerla más a su cadera. Cuando se despojaron sincrónicamente de sus prendas superiores la castaña, que continuaba de pie, no dudó en rozar suavemente con sus yemas la zona más sensible de su ex novia. La humedad de Alba traspasaba sus bragas e incrementaba la excitación de la otra joven que, inmediatamente, se arrodilló ante el encaje de la periodista y lo cubrió con su lengua. La cocina no tardó en colmarse de gemidos a veces roncos, a veces agudos. Con habilidad, Aitana volvió a pararse frente a la activista e hizo a un lado el tejido íntimo para frotar su clítoris. Los movimientos eran circulares y expertos. Alba se retorcía sobre la encimera mientras tiraba la cabeza hacia atrás. Su cuello pálido exponía unas marcas rojizas recién hechas. Sin mediar palabras tomó la muñeca de su ex, la llevó a la altura de su rostro e introdujo a su boca los dedos lubricados. Se deleitaba con su propio sabor mientras le dedicaba una mirada felina a la mujer de cabello oscuro que jadeaba frente a ella.

―Quiero tenerlos dentro, Aitana ―le reveló la rubia después de succionar cada uno de sus dedos.

La castaña obedeció a la periodista que la rodeó con las piernas y se pegó más a su figura. El interior de Alba se acompasaba con las embestidas de Aitana que iban aumentando el ritmo y la intensidad. Ambas ardían. Ambas gemían. La rubia se estremecía cada vez más. Sus latidos le martillaban el pecho. Sabía que no podría soportarlo mucho más y que en cualquier instante alcanzaría el climax. Aitana no merecía su orgasmo, pero no estaba en condiciones de hacer justicia. Le daría con el gusto por última vez.

―Córrete, Alba. Lo quiero sentir.

Alba dejó de pensar. Su mente quedó en blanco, su columna se arqueó y su vientre vibró. Sus músculos se tensaron aprisionando a una agitada Aitana que descansó su frente en una de las clavículas de su ex novia. Alba sintió que sus heridas habían terminado de cicatrizar. Aitana sollozó.

―Tengo que irme ―anunció la periodista en un tono neutro. Cinco minutos después se halló sonriente mientras caminaba por la acera. Se había vaciado de viejas toxicidades. Había acallado aquellas voces que solían quitarle la paz y un sentimiento danzante floreció en su interior.

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⏰ Última actualización: Jul 07, 2019 ⏰

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FEMINISTA  ♦ Albalia/AlbayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora