INTERLUDIO 1 - Junto a la fuente

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Tensos, con las piernas juntas y un vaso de plástico color rojo en la mano se removían en sus lugares por quinta vez en dos minutos. Los habían invitado a la fiesta, sí. Habían contado mentiras a sus padres diciéndoles que era en la casa del amigo de toda la vida, sí; que no había alcohol, sí; que no había nadie mayor, sí. Habían ido porque se rumoraba que cierta chica de la cual el grupo estaba enamorado y pronto se iría al bachillerato iría a esa fiesta; también se sintieron atraídos cuando leyeron que la descripción incluía la frase «Peda del siglo». Sin dudarlo pagaron los $35 para entrar, y otros $50 cuando llegaron; que por los que no llegaron, les dijeron.

«Shot de bienvenida», dijo un tipo del que jamás habían oído ni volverían a oír. Juntos, negaron con la mano. Se sentaron junto a la fuente de piedra que había en una esquina del patio. Cuando les ofrecieron algo para beber, ellos aceptaron. Y ahora se miraban, «No, güey», «Sí, güey», «Tú primero», «Cómo crees». Mientras ellos discutían, uno del grupo, quien recientemente había terminado con su novia una semana después de que esta le practicara una felación
¡Una semana!
en la sala de su casa, tomó la botella de güisqui más cercana y lleno más de la mitad del vaso. Pensó en cómo su padre se había embriagado la semana pasada, cómo la voz se le hizo aguda, y cómo le regaló $500 pesos. Justo cuando ponía el vaso en sus labios y el tufo del alcohol le acariciaba las fosas nasales pensó también que su madre había pasado una semana en el hospital después de que su padre chocara ebrio en una gran y larga avenida.
Pero de eso hace ya tres años.
E inclinó el vaso.

Le escocía la garganta, pero se forzó a tragar.
Seguro que a Vanesa no le gustan los cagados.

Si te soy sincero, le daba igual. Cuando la malta golpeó su estómago por segunda vez, decidió que lo mejor era bailar, y bailó; pero aún mejor era cantar, y cantó. «No se hagan pendejos, acompáñenme», les dijo antes de servir los tragos y decir que no pasaba nada.

La tercera vez se dio cuenta de que había luces, había sonido y personas; la irrealidad inundaba todo. Calor, tal vez demasiado, y humedad; sí, eso era todo lo que había.

¿Por qué tiene que acabar?

Biologicamente, podría decirse que la irritación causada por el alcohol en exceso desemboca una serie de reacciones que van desde la gastritis hasta el vómito. He ahí.

Mientras el cuarto de baño se impregna con un olor fétido y el escusado se manchaba con una viscosidad, el chico era socorrido por alguien cuyo nombre y saliva había intercambiado. Si no hubiera sido por aquella dama, el ahora soltero hubiera amanecido ahí mismo, pálido y ahogado. Decían que la dama estaba medicada.

Mariell, o la circunspecta y refinada historia del cineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora