CAPÍTULO 2 - Un perro con hipo y un averno que prometía

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Cuando Mariell conoció a Fido Correasuelta no estoy seguro de poder comprender qué le pasó por la cabeza. Tal vez fuera pena, quizá desconsuelo, a lo mejor pesar o el desconocido y siempre presente amor. El caso es que el perro y ella iniciaron un noviazgo.

Llámenme discriminador o ignorante, pero solía creer que su relación duraría; en especial porque ambos estaban por debajo de la estatura media. Pero sabía que ni siquiera era un interés mutuo: no importaba cuántas veces llorara el can en el baño, cuántas veces golpeara la pared o cuántas veces hablara a sus espaldas diciendo barbaridades y variopintos rumores; siempre que estaban abrazados miraba hacia otro lado, en las nubes, la tierra o escrutando fijamente en el averno... Bueno, si podemos definir 'averno' como otro ser humano. Entonces podemos decir con seguridad que Roberto Pope era un averno con todas las de ley. Siempre me he cuestionado qué pudo haber visto en él. Desafortunadamente este humilde narrador no puede ofrecerte más al respecto.

Lo inevitable sucedió y la ama cortó lazos con el sabueso. Fido se encontró desolado por una semana, cuestionando en qué había fallado; tal vez fue mi aroma, tal vez que no fui romántico, tal vez que no le presté atención... Un sinfín de razones dieron vueltas en la cabeza de Correasuelta. Después de mucho pensarlo y poco analizarlo llegó a la conclusión de que una fiesta era la solución... Nunca lo es. Pero al menos sirvió para fijar poner sus servicios en manos de otras féminas. 

Ahí donde estábamos se celebraba a lo grande en los días festivos. Uno de esos días era la Navidad, luces, pinchadiscos y buena música. Fue ahí cuando la curiosa atracción entre aquella a quien las pastillas se le habían hecho un hábito y aquel a quien le cayeron los meteoritos en la cara y le dejaron bellas pecas... floreció. El modo en que ocurrió se asemeja a la fantasía, a los cuentos de hadas donde hay torres y armaduras relucientes: se separaron del rebaño que bailaba, una vez lejos comenzaron a hablar, hablar de esto y lo otro, pero no te olvides de esto y no te olvides de aquella y lejana nimienda; comían una botana cuando él la puso en el suelo ─a la botana, claro está─ y posteriormente se arrodilló a los pies de ella. Después entrelazar sus manos con las de ella, le mira y exhala.
─Oye, me gustas mucho.
El corazón de Mariell da un vuelco.
Después de todo, es posible que los cuentos de hadas tengan algo de cierto.
─Me gustaría que fuéramos novios.
Mariell está atónita, sorprendida y maravillada. Le dice que sí mientras se seca las lágrimas que le corren por los ojos y se tapa la mano con la boca para esconder una mueca.
Roberto está sonriendo.

Juntan sus labios como si cerraran un acuerdo tácito, las condiciones y letras pequeñas se disolvieron en su lengua.

Mariell, o la circunspecta y refinada historia del cineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora