Él

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        El autobús se encontraba vacío, como todas las madrugadas cuando volvía del trabajo. En mi mente repasaba si había hecho las cosas bien. Conmigo no había ninguna caja de cervezas, ni hielos, ni nada. Por lo que debía de haber dejado todo en el club.

                Odiaba Lewis, el club nocturno para niños ricos de Howklynd. Odiaba las miradas de superioridad en sus rostros cuando entraba para dejar los recados. Odiaba el olor a dinero que te perseguía hasta que salías del barrio. Odiaba los autos lujosos estacionados en la puerta. Odiaba todo aquello que jamás había tenido.

                Las calles de la pequeña isla se encontraban prácticamente vacías. El conductor silbaba una canción de Sinatra, y yo miraba el negro eterno por la ventana, mientras me deleitaba con los frescos aires de invierno.

                Por algún motivo, el tatuaje en mi mano izquierda latía. No me sorprendí, ya que siempre había sido un misterio. Su forma era como una estrella de cuatro picos, y cada uno de ellos apuntaba a un garabato con distinta forma. Solía dolerme en invierno, aunque jamás había latido.

                Entonces, dejé de pensar en el tatuaje, sorprendida al notar que el  vehículo había frenado.  Jamás frenaba, no a esa hora.

                Un muchacho entró cabizbajo, vestido con jeans y una blusa negra sin mangas. No podía creer como podía estar tan desabrigado.  El verlo me causaba frío.

                Pagó la tarifa y caminó hasta llegar a mi asiento. Miró mis muñecas, como examinándolas. Lo observé, anonada con su belleza. Su cabello era rubio, despeinado. Tenía rostro delgado, con enormes ojos grises y labios carnosos. Era alto, y sus brazos desnudos dejaban a la vista una musculatura perfecta.

                Siguió de largo, y sacudí mi cabeza, como saliendo de un trance.

                En el resto del camino, no me animé a mirarlo. Tan solo eché un vistazo hacía atrás, disimuladamente, cuando llegó mi hora de bajar.

                Él había desaparecido, y creía saber quien era. Sin embargo, solo lo volví a ver en sueños, hasta tres meses después.

               

        El tatuaje daba puntadas increíblemente fuertes, pero era otro el dolor que sentía en aquél momento. El dolor de aquél recuerdo que me había perseguido por años.

        Terminaba mi primer año en el orfanato Juárez, y no había hecho ningún amigo. Aquél día cumplía doce años.

         Nadie me había saludado.

        Sin embargo no existía en mí sentimiento de soledad, jamás, lo que era extraño en una niña que no había conocido a sus padres, que no había recibido el mas mínimo afecto.

        Él siempre estaba junto a mí. Yo podía notar su presencia, y  lo sabía. Sin embargo, pretendíamos que yo no lo sentía, que mi pequeño angel guardian era increiblemente discreto. 

        Hacía tres meses había decidido que le hablaría al llegar mi doceavo cumpleaños, y cuando fue el momento, estaba segura.

-          ¿Por qué nunca te muestras? – le pregunté.

        Nada. Tal como lo sospechaba.

-          Podríamos hablar, podríamos ser amigos. Sé que tú también estás solo.

AkilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora