Aclarando el panorama

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—¡Qué estúpida soy!—se recriminó Letizia—, él no tiene culpa de que yo esté enferma ¿por qué me enojo?

 Quiso levantarse con idea de hacer las pases, pero, de golpe, el piso la recibió  en plena cara. Todo le daba vueltas. Fernando oyó el crujir de las maderas que alojaron el cuerpo adolorido de su irascible compañera y llegó en dos trancos, asustado. Una vez que observó a la chica, tendida de bruces, pero sin heridas, no pudo obviar el "te dije que te cuidaría, ¿qué querés inventar? Mirá como estás". Con estas frases,  que no pudo dejar de emitir, mientras la miraba con gesto de disgusto, Letizia se arrepintió de querer disculparse y arremetió con una docena de improperios que a Fernando le causaron mucha gracia.

—¡Mirá la señorita! Parecés un barra brava. Dejá que te ayudo y quedate quieta, la fiebre te dejó débil, no quieras pasar por heroína.

Los padres de Letizia venían siguiendo angustiados todos los recientes acontecimientos: el tema de la sudestada que los mantuvo incomunicados y la devastación que dejó a su paso. Se hicieron presente en los estudios para pedir que los llevaran en el viaje y comprobar que su hija estuviese bien; sin embargo, su asistente les aseguró que ella se ocuparía y los tendría al tanto de las novedades, como efectivamente ocurrió. Una vez reanudada la transmisión, les preocupó la enfermedad que aquejaba a su hija, pero pronto estuvieron de acuerdo en que ella se encontraba en buenas manos.

—Parece un buen muchacho —decía su madre, esperando que el marido apoyara su impresión.

—Si puede con nuestra Letizia, no es un muchacho, es un mago.

Ambos reían anhelando en su interior, que al fin, su hija supiera lo que era el amor.

La atolondrada Letizia, se dejaba arropar en su cama con la cara raspada por el golpe y enfurruñada, por la imagen de vulnerabilidad que creía estar dando ante aquel hombre.

—Todo se mueve—se quejaba.

—No tengas miedo, la gravedad nos mantendrá unidos a la tierra.

—Jajaja, ¡qué gracioso!

—Dormí un poco, recuperá fuerzas—aconsejó fernando, sin enojo—, esta semana nos dirán cómo siguen el resto de los participantes.

Las pocas palabras que ella pudo cruzar con su asistente, le dejaron en claro que las mediciones eran excelentes y ellos seguían siendo los favoritos por el voto del público. Pero la suerte es infiel y puede cambiar de destino en el momento menos pensado.

—Ponete bien, falta poco y ya no tendrás que volver a soportarme. Se que no soy de tu agrado, pero por mi desgracia vine así de fábrica—y haciendo una graciosa reverencia, volvió a la cocina donde preparaba uno de sus brebajes, los que a pesar de sus críticas, a Letizia le gustaban cada vez más.

Mientras la comida se hacía y Letizia descansaba, una de las lugareñas , sobrina del almacenero de la lancha, se acercó a Fernando con la excusa de mostrarle su cosecha. Él no podía dejar de reconocer la belleza de los frutos, que seguramente le quitarían de las manos en el puerto.

—¡Es asombroso! Parecen pintados  a mano.

—Es porque estamos preparados para el río y no como ustedes que creyeron ganarle—se reía la chica y le hacía una caída de ojos con sus enormes y negras pestañas. 

Al oír la charla amena y desenfadada, la convaleciente, no pudo con la curiosidad y se levantó en puntas de pie, tratando de que la rechinante madera no la denunciara y asomó un ojo por entre la cortina de la ventana.

—¡Pero mirá la desfachatez de esta mocosa! —mordía las palabras indignada—¡Meterse con un hombre ajeno! ¡Descarada, desvergonzada!

De golpe se quedó perpleja, sorprendida por unos celos injustificados que le clavaban el pecho. Movía la cabeza de lado a lado negando la realidad y tuvo que hacerse cargo de lo que se le revelaba.

—No puede ser, no puede ser—decía en voz baja, olvidando que del otro lado era observada por miles de personas, atentas a cada novedad que surgía en la casa.

Repentinamente, pretendió escapar de la escena, antes de ser notada, cuando perdió el equilibrio . Al querer sujetarse de la alacena, una pequeña libreta cayó al suelo.

—Chau, saludame a tu tío y decile que no abuse con las remarcaciones.

Fernnando iba a entrar de un momento a otro ¿Qué haría?, la escondió entre sus ropas y fingió abrigarse cruzando los brazos.

—Parece que tuviste visitas —atacó para no dejar lugar a que él hablara primero.

—Era Teresa, me estaba mostrando las cosa que lleva a vender al puerto.

—Seguro que te quiere mostrar muchas cosas más.

—¿Qué es esto, una escena de celos?

—Jajaja—rio Letizia, con la seguridad de que no podría ocultar por mucho tiempo el hecho de que estaba enamorada.

—Bueno, ya se que es ridículo, pero no te burles tanto. ¿Comemos?—preguntó con gesto avergonzado.

—Me levanté para ir al baño—mintió la chica.

—¿Podés sola?

—Sí. Vuelvo enseguida, vos andá sirviendo.

Con la libreta entre las manos, se sentó sobre la tapa del inodoro y comenzó a hojear el contenido. El baño, era el único lugar privado en toda la propiedad. A simple vista, parecía tratarse de una bitácora, en la que Fernando anotaba con fechas y horarios cada detalle que observaba en su comportamiento. Por esfuerzos que le pusiera, no conseguía entender cuál era la finalidad de todo aquello. Las personas veían todo lo que acontecía en el lugar, pero, esto era otra cosa, un estudio de personalidad, de cambios de humor, de actitudes. Parecían ser las anotaciones de un psicólogo que la tomara como objeto de un estudio. No cuadraba en absoluto ni con la profesión ni con el interés que, aparentemente, Fernando había manifestado para entrar en ese concurso. Una frase le llamó la atención: "verla respirar tranquilamente después de la fiebre, me volvió el alma al cuerpo" y luego agregaba "¡se ve tan hermosa!". Letizia estaba muy confundida, ¿en qué momento escribía todo esto? ¿para qué?

—Letizia ¿estás bien?—preguntó él, seguramente preocupado por la tardanza.

Tenía que regresar y colocar el cuaderno donde lo había encontrado, sin despertar sospechas.

—¡Sí, ya voy!

El amor no estaba en los planesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora