Comandante.

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Está anocheciendo. Hace una tarde preciosa y la puesta de sol es espectacular.

Llevas una eternidad preparándote para esto. Lo que tanto has querido desde hace años. No puedes estropearlo y echarte atrás ahora. Otra vez no.

Te tiembla el pulso cada vez que te mueves. Se te caen las cosas de las manos y a veces se te olvida cómo andar, porque esta no es una noche cualquiera. Te espera una cita con Erwin Smith. Y de hoy no pasa.

Te miras una vez más en el espejo. El vestido no era la gran cosa, pero sería un derroche gastar el dineral que vale la ropa buena para un vestido que apenas usarías.

Vuelves a acercarte y miras de cerca la enorme cicatriz que cruza desde tu ojo hasta tu cuello en el lado izquierdo de tu cara. Hanji se encargó de curar la herida, y aunque era reciente, parecía que llevaba allí varios años. Faltó poco para perder también el ojo, tuviste mucha suerte.

Te pones los zapatos y coges la nota que tantas veces has leído antes de partir hacia tu destino.

Los adoquines de las angostas calles resbalan por el desgaste y la lluvia, pero no te importa, te gusta el olor, el frescor y la pureza que embriaga el ambiente las horas después. No hay mucha gente en la calle, la mayoría son parte del servicio de las mansiones que rodean tu piso casi en ruinas. Algunos te saludan y otros evitan tu mirada. No te importa, vas más atenta a no caerte de morros.

Con dificultad pero con puntualidad llegas al restaurante. No uno de esos caros, uno normalito, lejos de miradas indiscretas y cotillas de sangre noble.

Una chica joven te saluda y te pregunta el nombre. Freya Heldersson. Te reconoce y te lleva hasta tu mesa: una pequeña, para dos, al final del establecimiento. Allí te espera formal y como si le hubieran metido un palo por el culo el comandante de la Legión de Reconocimiento, Erwin Smith.

—Justo a tiempo—. Te dice a modo de saludo con una sonrisa.

—Hola a ti también—. Le dices correspondiendo a su sonrisa.

Te sientas. No decís nada. Llevas conociéndole tantos años que ya no existen los silencios incómodos para vosotros. Tu gran amigo de la infancia sabe que no hace falta hablar para entenderos y simplemente miráis la carta.

No le preguntas apenas nada sobre su trabajo durante la cena. Todo el mundo necesita desconectar de vez en cuando, y él agradece la conversación banal, como en los viejos tiempos.

Acabáis la cena y salís del restaurante. Hace una noche muy agradable de verano, perfecta para dar un paseo.

El corazón te empieza a latir rápido. Hacía mucho que no le veías y aún más tiempo desde que no quedábais. Las cosas habían cambiado mucho estos últimos años.

Aún te acuerdas de cuando le ascendieron a comandante de la Legión; te sentiste aterrada por la sola idea de que tuviera un puesto tan importante y peligroso. Tantas vidas a su cargo.

Pero ya no sois niños. Tener miedo no es una opción siendo militar.

Paseáis hasta una sencilla pero bonita plaza de la ciudad y os sentáis al borde empedrado de una fuente.

Los nervios comienzan a aflorar, no puedes mantener las manos quietas y sientes calor en la cara casi de continuo, con cada palabra pronunciada por su voz. No estás preparada para lo que vas a hacer, pero no puedes posponerlo más.

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