Único

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Sana era de esas a las que no le importaba dormir poco. Es más, adoraba quedarse despierta por la noche porque era su momento favorito del día, irónicamente. Ninguna vista superaría nunca a esa que contemplaba cada noche sin falta en la azotea de su edificio.

Fue así por tanto tiempo, que Sana realmente no podía recordar el momento exacto en el que encontró algo capaz de igualar (incluso superar) su fascinación por la brillante Luna.

Probablemente todo comenzó el día que la conoció.

Aquella noche, como cualquier otra, subió a lo más alto de su edificio con la intención de admirar el hermoso paisaje nocturno. Era parte de su rutina, algo bastante doméstico y satisfactorio, pero se sorprendió cuando abrió la puerta de la azotea con sus llaves y descubrió que alguien más había decidido ocupar el lugar. El ruido de la puerta alertó a la otra persona, que se dio la vuelta rápidamente y conectó sus grandes ojos con los de Sana.

—Buenas noches —saludó en voz baja, alisando su ropa con cuidado.

Al igual que Sana, ella seguramente no esperó que alguien subiera a la azotea pasadas las 12 de la noche, así que no se molestó en cambiar sus prendas andrajosas que con toda probabilidad usaba para dormir. Sana encontró lindo el hecho de que ese descuido la pusiera tan nerviosa. De algún modo extraño, encajaba muy bien con su pequeña altura y el cigarrillo encendido que sujetaba entre sus dedos.

—Buenas noches —respondió Sana, caminando hacia la orilla de la azotea, ligeramente apartada de la otra mujer. Apoyó los codos en el barandal y se dedicó a observar el cielo en silencio. Podía notar la mirada de la otra mujer, pero decidió deliberadamente ignorarla.

—No pensé que alguien más usara este sitio. —Su vecina llenó el silencio, Sana solo asintió—. Disculpa, es que a la novia de mi compañera de piso no le gusta el olor a tabaco. Normalmente bajo a la calle un momento, pero aquí arriba el aire se siente más fresco y necesitaba un respiro.

—Está bien, esta es una zona común para propietarios. Puedes quedarte si quieres, tampoco es como si pudiera echarte. —La mirada de Sana no abandonó el cielo.

—Sí, claro. Gracias.

No entendía por qué la otra mujer se lo agradecía. Podía notar que estaba nerviosa, aunque no entendía el por qué. Tal vez era mala para hablar con desconocidos o quizás seguía pensando demasiado en sus pintas de vagabunda. De cualquier forma, Sana no le prestó demasiada atención. Ella podría vestir una fregona en la cabeza y los ojos de Sana aún permanecerían fijos en ese precioso punto blanco del cielo.

La verdad es que no era muy difícil llamar su atención. A veces bastaba con que una chica bonita le sonriera para iniciar algún tipo de comunicación. La única excepción era cuando subía a esa azotea, solo en esos momentos se olvidaba del resto del mundo porque nada importaba más que su perla del cielo.

El segundo encuentro no fue muy distinto. Solo que en esta ocasión, Sana llegó primero y la otra apareció de repente minutos más tarde. Como la primera vez, intercambiaron saludos y la mujer encendió un cigarrillo mientras tomaba ciertas distancias con Sana, quien nuevamente estaba ocupada en su propio mundo, demasiado impresionada con el paisaje sobre sus cabezas como para molestarse en echar un vistazo más allá. Ni siquiera se dio cuenta del momento en el que ella terminó de fumar y se llevó las manos a los bolsillos de su short antes de abandonar la azotea.

Las cosas permanecieron así por varios días. No siempre eran seguidos, su vecina no subía con tanta regularidad como ella. Sin embargo, Sana, que pasó mucho tiempo en compañía de la soledad cada noche que contemplaba la Luna, se dio cuenta de que cada vez era más frecuente encontrar a su vecina.

Selenofilia || SahyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora