Tus pupilas bajo los cerezos en flor...

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(Bungou Stray Dogs le pertenece a Kafka Asagiri) 


—Oye, Dazai, ¡a que no me alcanzas!

—Chuuya, te he rebasado y ganado las últimas 36 veces que hemos competido a ver quién llega antes al edificio de la Port Mafia.

—Sí, pero en esas 36 veces no tenía un plan preparado como el de hoy —respondió el pelirrojo, corriendo frente a su compañero. En sus dulces 16 años, cada día se encontraban en la misma esquina y competían hasta llegar donde los esperaban los demás. Sin importar lo que hiciera, Dazai siempre le ganaba a Nakahara.

Pero, según sus propias palabras, este día tenía un nuevo plan.

Dazai comenzó a perseguirlo, pasando por los paisajes habituales: los árboles, el parque con su puente cruzando un lago, y luego hasta la calle donde a veces hacían una escala técnica para comprar galletas, que más tarde terminaban apostando en cualquier cosa.

No tenían que decirse nada. En algunos momentos, uno dejaba que el otro lo pasara para ponerle emoción, pero esa tarde, Chuuya decidió tomar un camino desconocido. Uno por el que nunca habían pasado, y tras cruzar un bosque de cerezos, Dazai perdió de vista a su compañero.

—¿Pero qué...? —exclamó al notar que Chuuya no aparecía por ningún lado.

Siguió corriendo, pero el pelirrojo seguía desaparecido. Además, el lugar no parecía ser un atajo.

De pronto, todo sucedió rápido: Chuuya se lanzó desde un alto cerezo donde estaba oculto. Sin embargo, no logró sorprender a Dazai. De inmediato, fue descubierto. El castaño saltó apoyándose en el tronco y lo atrapó en el aire, sujetándole las manos mientras ambos caían sobre una alfombra de pétalos esparcidos alrededor.

El atardecer bañaba el cielo con tonos anaranjados. Los pétalos volaban en todas direcciones tras el golpe al árbol. El sonido del viento entre los cerezos creaba una melodía perfecta. Y allí, sin testigos, los dos jóvenes yacían uno encima del otro. Dazai estaba sobre Chuuya, sujetándole las manos contra el pasto, inmovilizándolo con sus rodillas a cada lado de su cintura, impidiéndole escapar.

Ambos lucían un hermoso sonrojo en sus mejillas...

En ese espacio reducido, solo podían observarse. El viento, suave y cálido, hacía que pétalos cayeran entre sus cabellos. Ninguno se movía, y no sabían por qué. Quizás porque esa cercanía nunca había existido. O tal vez porque, en la mirada del otro, sus ojos brillaban de una manera única.

O simplemente, trataban de alargar ese momento un poco más...

Sus manos tampoco se movían, prácticamente entrelazadas: la de Chuuya tocaba el fresco pasto, mientras la de Dazai era rozada por el viento. Entre ellos, un toque eléctrico recorría sus cuerpos.

Sin embargo, había algo diferente en ambos. Algo que Dazai podía notar. Los hermosos ojos verdes que lo miraban se veían tímidos, asustados, aferrados a los suyos, que permanecían tranquilos y seguros, fundiéndose entre el verde lejano, el rosa cercano y el anaranjado que caía por todas partes.

Y entonces, ante esa fragilidad que Chuuya mostraba como nunca antes, Dazai sintió un deseo profundo de protegerlo. Esa sensación nacida con solo mirarlo lo hizo sonreírse a sí mismo, y su gesto hizo que las mejillas del pelirrojo se encendieran aún más.

—Da... zai... —susurró con un hilo de voz, atrapado por esa mirada segura y seductora que lo envolvía, dejando de forzar sus manos al mismo tiempo.

Estaba rindiéndose...

Y Dazai no desaprovechó la oportunidad. Soltó una de sus manos para acariciar con delicadeza la mejilla encendida de su compañero, como si su toque fuera un pétalo de cerezo.

Ambos corazones temblaban, latiendo con fuerza, como si estuvieran en medio de una misión de vida o muerte. Pero ese toque no se detuvo. Dazai delineó suavemente el rostro de Chuuya hasta colocar su mano sobre los cabellos que caían cerca de su oreja izquierda.

Como un impulso, Chuuya bajó su mano izquierda lentamente y apenas rozó los dedos de Dazai, con un ligero temblor.

Así, sin pensar en nada más que en lo que sus corazones susurraban, Dazai se acercó para unir sus labios con los de Chuuya. Lo hizo despacio, cerrando los ojos mientras veía cómo el pelirrojo también cerraba los suyos. Un beso tímido, dulce e inocente. El primer beso de dos chicos que ya habían compartido muchas cosas, pero que no sabían que el amor también los unía.

Unos segundos, unos labios que se movían frágilmente, y un latido compartido que componía la melodía de un crepúsculo donde se escribía una nueva historia.

Cuando Dazai se separó de Chuuya, pudo notar aún más rojo al chico. Curioso, se limitó a comentarlo.

—El rojo en tus mejillas combina con tu cabello.

—Cállate... Tú también estás así —contestó Chuuya, mirando cómo Dazai también mostraba dicho arrebol en sus pómulos.

—Creo que esta vez ganaste —dijo Dazai, incorporándose y soltando al pelirrojo, para sentarse entre los pétalos.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque no pude resistirme a tu mirada.

—Eso, ¿qué significa? —preguntó Chuuya, volviendo a sonrojarse mientras se sentaba a su lado.

—Que probablemente vuelva a besarte.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Tal vez ahora mismo —respondió Dazai, poniéndose de rodillas y gateando hasta quedar frente a él.

—Dazai... —susurró apenas antes de ser besado de nuevo, mientras el mayor sentía la necesidad de seguir tocando sus labios de esa forma.

El ocaso seguía pintando el cielo, y el calor en sus cuerpos continuaba creciendo, al igual que en sus rostros y en la dulzura que compartían.

Porque, aunque la ciudad era un cúmulo de violencia y sangre, ellos estaban en el nirvana... y eso les era suficiente.

Cuando volvieron a separarse, Chuuya tomó entre sus manos el rostro de Dazai, acariciándolo con ternura y sonriendo como si el mundo no importara.

—¿Ahora comprendes por qué era probable que pudiera volver a besarte?

—Eres un... —dijo Chuuya, sonriendo, mientras Dazai añadía:

—Así que, desde ahora, deberás estar listo porque en cualquier momento volveré a hacerlo, una y otra vez.

—¡No puedes ir por ahí besándome! —exclamó Chuuya, poniéndose de pie de inmediato, seguido por Dazai.

—Claro que puedo, porque te recuerdo que tú eres mi perro —dijo el castaño, dando un paso hacia él, acorralándolo contra el tronco del cerezo.

Los pétalos seguían cayendo bajo el cielo teñido de morados, naranjas, rojos y amarillos, y sus corazones no dejaban de latir.

—Entonces, ¿solo vas a besarme por eso?

—No, pero si te niegas a que lo siga haciendo, tendré que recurrir a ello, Chuuya.

—No sé por qué te aguanto todo esto, Dazai —murmuró el pelirrojo, sintiendo cómo el otro se acercaba más y más hasta rodearlo con sus brazos y pegarlo a su pecho. El castaño le respondió de manera seductora:

—Porque sientes lo mismo que yo. ¿O me lo vas a negar?

—No sé qué sientes tú, Dazai —confesó Chuuya, colocando sus manos sobre el pecho del mayor, preocupado por la respuesta, sonrojado y con sus pupilas verdes, muy abiertas... y hermosas.

—Siento que quiero quedarme así, contigo, toda la vida, mirando tus ojos bajo los cerezos en flor, Chuuya —confesó Dazai dulcemente, cerrando su declaración con una sonrisa.

—Yo también, Dazai...

Presos del encanto de ese sentimiento, se miraron fijamente a los ojos, con los colores del cielo reflejados en sus pupilas. Después, se besaron nuevamente, con todo su amor vibrando bajo los cerezos en flor.

FIN

Nota de la autora: me autorregalé este one shot porque pues cumple y porque pues amo el Soukoku. Espero les haya gustado mucho!! ♥

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Tus pupilas bajo los cerezos en flor... Soukoku FINALIZADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora