Capítulo 22: Te quiero

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-Bueno... tal vez debimos comprar comida también -la ojiazul dio un largo suspiro.

-Ya estamos cerca del otro pueblo, pero la verdad es que nos tomamos mucho tiempo y ya se está haciendo de noche.

-Entonces sí podríamos quedarnos ahí, ¿no? -apuntaba hacia un viejo granero que se habían encontrado en el camino.

-Pues se ve abandonado...

-Vamos a ver -se adelantó.

Peridot siguió a la rápida peliazul. Cuando llegaron observaron bien el lugar, era un granero bastante abandonado. Parecía que nadie había estado allí en mucho tiempo.

-No creo que nadie se moleste si dormimos aquí, ¿verdad? -preguntó la ojiazul.

La rubia sonrió -No, no creo. Vamos a buscar un buen espacio entonces.

Abrieron un poco más la puertas, analizando bien el lugar. Estaba muy sucio, lleno de polvo. Solo habían un par de cajas y artículos esparcidos.

Lapis observó una vieja fotografía un par de segundos hasta que Peridot la llamó, diciendo que había encontrado un sofá en lo que vendría siendo un segundo piso. La peliazul fue con ella, al llegar vio a la chica ya sentada en el.

-Sí... hemos dormido en lugares peores -rió y dejó sus cosas sobre la vieja alfombra frente al sofá.

-Tenías razón -tocó su estómago-, debimos comprar comida...

Lapis Lazuli suspiró y asintió.

Peridot estiró sus brazos y luego se recostó por completo en el sofá, soltando un suspiro profundo.

-No revisaste si tiene chinches -dijo Lazuli desde el suelo, abriendo la mochila.

-Calla.

-O piojos, garrapatas, cucharachos -removió entre su ropa-, arañas...

-Ew, ya cállate, haces que me dé comezón de solo imaginarlo -se rascó la cabeza.

Lapis volteó a verla y rió, la rubia se cruzó de brazos mientras miraba hacia el techo. Poco después la joven cerró los ojos.

Lapis regresó a sus asuntos. Cuando por fin la encontró, la sacó de la mochila.

La atesoró en sus manos por algunos segundos, sin hacer nada más que verla con cierta tristeza.

Peridot abrió los ojos y miró a Lazuli, pues se había quedado en silencio de repente.

«Su caja de música»

La peliazul solo la observaba, sabía que se estaba debatiendo entre escuchar la melodía o no.

A veces quería preguntarle a Lapis cómo se sentía sobre eso, sobre su madre, pero siempre se arrepentía. Y más ahora que sabía que ella no se encontraba bien.

Tal vez luego, en un futuro próximo, al fin conversarían sobre eso.

Después de todo, Lapis algún día la dejaría ir. A pesar de que su madre se hubiera ido antes en realidad.

Pobre de la pequeña oceánide.

Arrugó las cejas mientras la veía, ella aún sostenía la caja.

No se sorprendió cuando Lapis volvió a guardarla en la mochila.






Cuando la noche cayó por completo decidieron subir un rato al techo.

Sin hogar | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora