—¿Estás segura de querer hacerlo, Lapis?
La peliazul iba caminando frente a ella, aunque le llevaba un par de metros.
—Ya te dije que sí —levantó su voz.
Peridot sonrió y miró hacia el cielo. A pesar de ser un día fresco, el cielo estaba semi despejado, podía apreciar un hermoso azul celeste con nubes totalmente blancas adornándolo.
Llevaba una pequeña bolsa con su teléfono y el de Lapis, más la llave del hotel. Apenas la tarde anterior había pasado todo aquello y no lo podía creer.
Habían conversado sobre lo ocurrido mientras habían cenado.
Peridot aún se preguntaba cómo es que Lazuli no había guardado nada de rencor a pesar de la carta que le había dejado.
Pero bueno, no tenía por qué cuestionarle nada. Menos si ahora lucía tan tranquila.
La joven peliazul avanzaba por aquel campo mientras cargaba la maceta de las flores azules.
—Aunque aún me pregunto si lograrán adaptarse al lugar —se acercó más a ella—, por las condiciones.
—Pues tampoco sé, pero prefiero dejarlas aquí a llevarlas y dejarlas en la maceta. Aunque es triste, si estuviéramos establecidas podríamos darles los cuidados que necesitan, ¿verdad? —la miró, yo iba junto a ella.
—Sí, ¿sabes? Podríamos tener muchas plantas, todo un jardín —sonrió.
—Y un perro —miró hacia otro lado—, lo llamaría Pumpkin.
—¿Pumpkin?
Lapis asintió.
Peridot sonrió, sentía su rostro ruborizarse. Podrían hacer cosas juntas próximamente, de todos modos prácticamente eran como cohabitantes, solo que sin casa fija.
Vivir juntas...
—Ahí —Lapis apuntó.
—¿Segura?
—Tendrán luz solar, sombra de repente y allá está el estanque que nos dijeron en la recepción, a mí me parece bien.
—De acuerdo, intentemos plantarlas.
—Se ven bien —la peliazul acarició los pétalos—, espero que sobrevivan aquí.
—Sí, ojalá —asintió.
Ambas estaban sentadas cerca de la flores recién plantadas.
—Oye, Peri.
—Dime.
—Los niños de la escuela local tendrán un recital de piano en el auditorio, una señora me invitó, ¿quieres ir un rato antes de comer?
—Claro.
—Entonces deberíamos irnos de una vez —se puso de pie.
Peridot se levantó después de ella y luego tomó su mano, ambas voltearon a ver a las flores una vez más.
Lapis Lazuli comenzó a avanzar y Peridot le siguió.
—Entonces, ¿cómo dices que se llaman las flores?
—No me olvides.
🔸🔸🔸
Lapis Lazuli permaneció un rato viendo hacia el cielo nocturno mientras Peridot pagaba la cuenta de aquel pequeño restaurant.
—Listo —llegó y tomó su mano.