Lapis Lazuli se sentía bien, demasiado a decir verdad.
Se encontraba en su propia versión del paraíso después de aquellos eventos que había vivido en la última ciudad costera en la que habían estado.
Comenzaba a desear que todo se quedara así, justo así, ella y Peridot juntas y nada más.
La noche anterior había hecho el amor por primera vez, o al menos así lo había sentido.
No temió por su propia vulnerabilidad ni de sus deseos, nada se había sentido mal.
Su mente la inducía a una fantasía de la que no quería escapar jamás.
Pero tenía que frenarse un poco, pues aunque todo se sintiera genial, había un futuro en el cual pensar.
Justo ahora se encontraban viajando en tren, y probablemente sería la última vez en un tiempo, pues ya no tenían tanto dinero.
Ya habían vivido su aventura.
Y ella aún estaba pensando en cómo se lo diría, aunque le preocupaba más la solución a la que llegarían.
Ideas habían muchas, pero aún sentía que su camino estaba incierto.
«¿Ahora qué?»
Dio un largo suspiro y volteó hacia su izquierda, viendo hacia donde la rubia se encontraba, dormida totalmente recargada en el asiento.
Una dulce sonrisa se formó en el rostro de la peliazul. Con cautela llevó una de sus manos a sus rubios cabellos, acariciando, dirigiéndose a su mejilla.
«Solo sé que estás en mi futuro, y eso es bueno, ¿no?»
Retiró su mano y volteó, ahora hacia su derecha, mirando por la ventana. Un gran paisaje boscoso se presentaba.
El viaje al fin había terminado. El tren se detuvo en aquella estación y las personas comenzaron a bajar.
Lapis y Peridot caminaban dentro de la estación, llevaban sus pertenencias, apenas y podían con ellas.
—¿Qué deberíamos hacer ahora? —preguntó la rubia, tallando uno de sus ojos.
Se había despertado un poco antes de llegar.
—Podemos explorar un poco, ¿recuerdas que te dije que este es un pueblo turístico?
—Oh... sí.
—Vamos a ver qué encontramos.
Peridot asintió y comenzaron a caminar. Saliendo de la estación avanzaron por una calle llena de negocios, habían carteles por todas partes anunciando un festival que se llevaría a cabo ese día.
No sabían la dirección de donde se llevaría a cabo el evento, así que solo iban entre los montones de gente que, al parecer, también eran de otros lugares.
—Oye, Peridot.
—Dime.
—¿Qué crees que debamos hacer ahora?
—Ah... ¿continuar siguiendo a la gente? Parece que ellos también van a...
—No —rió—, no me refiero a eso.
—¿Entonces a qué? —acomodó un mechón de su cabello que se había atravesado en su cara.
—A qué se supone que haremos ahora —suspiró y miró hacia el frente, las personas platicaban mientras avanzaban por esa banqueta—, porque bueno... ya no nos queda tanto dinero y no tenemos dónde quedarnos realmente. Además, ¿cuál es el sentido de viajar ahora?