Capítulo 26: Presión y culpa

530 51 79
                                    

    Lapis Lazuli estaba a unos metros de ella, tenía su brazo algo extendido, su mano se encontraba a la altura de su cuello.

    La peliazul levantó un dedo y ella tomó aire, levantó el segundo y tragó saliva, levantó un tercero y ambas asintieron.

    La ojiazul le arrojó una bolsa a la rubia y esta de inmediato salió corriendo, la peliazul fue detrás de ella.

    Corrían con prisa por aquella calle, la ojiverde cuidando la bolsa y asegurándose de ver lo mejor posible por dónde pisaba, pues estaba anocheciendo y las luminarias no estaban funcionando correctamente.

    Lapis Lazuli cargaba un arma y vigilaba bien los costados; las autoridades no habían llegado al lugar al que habían asaltado momentos atrás, pero era mejor prevenir.

    Continuaron huyendo por calles angostas y algo solitarias, cuando llegaron a una avenida ambas se detuvieron. La ojiazul se puso frente a la rubia para protegerla por si algo pasaba.

    —Okay —murmuró Lazuli viendo a todos lados, inspeccionando—, ¿dónde estás, Bis?

    —Allá —susurró Peridot, quien apuntaba a unos árboles grandes sobre la banqueta de un parque.
Junto a ellos se encontraba un pequeño coche estacionado.

    —Vamos.

    Las dos corrieron hacia el vehículo y subieron, Lapis Lazuli de copiloto y Peridot en la parte trasera.

    —Hola, princesas —la mujer de rastas coloridas encendió el vehículo—. ¿Cómo se la pasaron?

    —¡Fue emocionante! —rió la rubia—. El tipo creyó que podría con nosotras cuando lo atacamos, pero bueno, creo que nos aprovechamos.

    —¿Por qué lo dices?

    —Le lanzó un par de bombas de humo —dijo Lazuli sin mucha gracia.

    —Para mí fue gracioso.

    —Solo complicó más nuestro trabajo.

    —Corazón, suenas muy tensa —habló la morena—. ¿Algo salió mal?

    «¿Qué no está mal en esto?»

    —No.

    Peridot se recargó en su asiento e infló las mejillas, apretó sus pies para sujetar mejor la maleta con el dinero.

    El camino a partir de ahí fue completamente silencioso.

    Habían salido de esa parte de la ciudad para tomar una carretera poco transitada, les había tomado un par de minutos llegar a un fraccionamiento algo sencillo.

    Ahí era en donde habían estado viviendo ya más de un año.

    La casa era como las otras por fuera: algo descuidada, con colores claros, un jardín que apenas se notaba.

    Aunque por dentro era otra historia.

    Apenas el auto se estacionó Lapis Lazuli bajó y caminó con prisa hacia la casa. Adentro había una reunión, quienes estaban eran las chicas de siempre: Garnet, Perla y Amatista.

Sin hogar | LapidotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora