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Pero llego el momento en el que todo se fue a la mierda.

Kevin, el niño de cabello castaño y cuyos ojos cafés son los más bonitos que he visto.

Se presento en la puerta de mi casa.

Abro la puerta y me dirijo a el, confusa al ver el drama en su cara.

¿Le han hecho daño? ¿Le han amenazado? O quizás... ¿Se ha escapado su perro?

Pues no, algo peor todavía.

-Sheila, por favor no te enfades... -Dice casi sin voz.
-¿Qué ha pasado? -Por la forma de sus ojos verdosos analizando mi cara, puedo notar que ve lo asustada que estoy y el nudo de la garganta que se me forma.

El traga saliva y me mira a los ojos casi sin fuerzas.

-Me tengo que mudar a Francia, gracias a mi querido padre, por su estupido nuevo trabajo.
-Pero... ¿por qué me lo dices ahora?

Siento como las lágrimas invaden mi rostro y a Kevin le falta tiempo para limpiármelas con su pulgar y abrazarme.

-Lo siento, Sheila. No he tenido fuerzas ni tiempo en decírtelo, mi padre me lo dijo hace una semana.

Antes de irse me prometió mil veces que nunca se olvidaría de mi y que me llamaría todos los días, al marcharse al aeropuerto me dijo que algún día volverá.

Esas promesas se esfumaron a los meses, hasta no saber nada el uno del otro.

QUIÉREME, JODER. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora