Desolación tras la batalla.

18 3 10
                                    

La noche había sido larga y sus claros ojos verdes ardían de irritación. La sangre que había emanado de su frente ya estaba seca y se sentía incómoda en el rostro.
Había amanecido hace un par de horas y una amalgama de sentimientos le confundían y no sabía a ciencia cierta qué sentir, pero no podría ser nada bueno.

El cuerpo de su madre aún yacía sobre el regazo de la hermosa rubia junto a él, sus ojos azules carecían del hermoso brillo que tanto le caracterizaban. El suelo encharcado se había teñido de un rojo viscoso al drenarse toda la sangre de Méredith a su alrededor.

Cansado y somnoliento, Kinich levantó cariñosamente la cabeza de su madre y se acomodó de manera tal que logró levantarse con el cadáver en sus brazos. Kin se mantenía cabizbaja y callada, como había sido toda la noche. No se animó a seguir al chico, quien ya estaba cruzando la puerta de salida. Se limitó a recostarse en la pared que había a sus espaldas y descansar.

Kinich se tambaleaba levemente dando un paso tras otro, las empolvadas e improvisadas calles de la aldea carecían del color café oscuro propio de la tierra mojada, más un marrón rojizo y desagradable cubría casi toda la superficie. Sentía el húmedo tacto mientras avanzaba atravesando un valle de sangre, dolor y lágrimas.

Cayó de rodillas, pero se aferró al cuerpo sin vida de su madre lo suficientemente fuerte para que no cayera de sus brazos. No había dormido mucho en toda la noche y el esfuerzo físico le estaba pasando factura, sin embargo, tenía algo qué hacer. Plantó firmemente su pie y se levantó. Siguió su camino y, aunque sus pies avanzaban flaqueando más seguido de lo que él quisiera, no volvió a caer en todo el camino hasta la salida de la aldea.

Sus ojos parecían a punto de salir de sus cuencas, su rostro lucía demacrado por el agotamiento. Su mirada estaba perdida en el horizonte y sus pasos, temblorosos, parecían producto de la inercia. No podría describir exactamente qué sentía, pues su estado era tan deplorable que caminaba casi inconsciente. Poco después de cruzar las puertas de la aldea cayó de nuevo en sus rodillas. Se aferró al cuerpo de su madre como si su vida dependiera de ello, pero el peso, junto con su lamentable estado le ganó. La caída se prolongó hasta que su rostro se estrelló contra el suelo produciéndole un dolor punzante en la frente. Estaba arqueado y el cadáver yacía bajo su torso. Sacó fuerzas de dónde no creía tener, pero sólo le bastó para levantar un poco la mirada. Las piernas de varias personas fue lo último que vio antes de perder el conocimiento.

----

El dolor debió ser demasiado intenso, eso era lo único que lograba pensar Mylo cuándo se dió por enterado de los dos grandes orificios que atravesaban a Janus por completo. Pudo detener la hemorragia gracias a los atributos curativos que le brindaba su piedra, fue eso lo que le salvó; Era ella quien le mantenía con vida.

Se le hacía difícil creer que las bestias que habían dejado a nada más y nada menos que al portador del zafiro en tal estado ni siquiera habían logrado tocar a Kami.

El amanecer había asomado hace poco y las repugnantes criaturas se habían esfumado con la belleza del arrebol formado a consecuencia de los primeros rayos del sol de la mañana. En comparación a la tormentosa noche que había pasado, y digo tormentosa en más de un sentido, Janus se encontraba increíblemente bien. Apenas podía levantarse, y se apoyaba en Mylo para poder caminar, pero, a ver, la noche anterior estuvo a punto de morir.

Kami avanzaba junto a ellos zarandeando el cuchillo que había comprado Mylo para ella el día en que se habían conocido, intentaba reproducir los movimientos con los cuales había asesinado a los demonios la noche anterior. Lucía un aire arrogante y orgulloso, revoloteaba de un lado para otro y su rostro dibujaba una sonrisita que se traducía en un fuerte sentimiento de superioridad. Aunque lamentaba el estado de Janus, se jactaba de pensar en que ella sí había podido con ellos, Janus no. Se sentía superior y le gustaba.

- ¿Qué tal esto? - Mylo interrumpió el silencioso recorrido, llamando la atención de Kami y logrando que Janus abriera los ojos.- Creo que encontré el desayuno. Y alcanzará para el almuerzo. Y la cena. Y el desayuno de mañana. ¡Joder, es muy grande!

Un ciervo de un tamaño bastante considerable se había atravesado en su camino... O bueno, algo así. La falta de una pierna y un gran corte en su yugular manifestó el estado de cadáver del animal. Mylo se agachó cuidadosamente tratando de no lastimar a Janus, Kami le siguió de cerca.

- No tiene mucho tiempo.- Explicó mientras examinaba el cadáver.- dos días cuando mucho.

- Para mí luce bastante comestible, la verdad.- Respondió la chica casi babeando, el comentario le sacó una pequeña sonrisa a Janus.

- Pero, ¿Y bien?.- Se preguntó Mylo. - ¿Cómo lo llevaremos con nosotros?

- No lo llevaremos. - Contestó Janus, Kami arqueó una ceja, fastidiada.

- ¿Y por qué no? - Respondió la chica, tajante, con unos ojos desafiantes que desbordan disgusto.

- Piénsalo bien. Estoy herido, Mylo me lleva a sus hombros y tú no podrías recorrer mucho ni con el animal, ni conmigo. No hay manera de llevarlo con nosotros.

- Quién lo cazó debió haber estado en una situación similar.- Se atrevió a decir Mylo. Kami estaba un poco a parte, indignada y frustrada.- Por eso cortó la pierna. Podemos hacer lo mismo, ¿No crees?

Janus pensaba con la mano en su mentón, luego la dirigió al animal y al tocarlo sintió un pequeño colapso, de nuevo.

- Kinich...

- ¿Eh?- Tanto Mylo como Kami quedaron un poco perdidos con el cambio de actitud tan repentino.

- El portador de la Esmeralda.-Comenzó a explicar Janus.- Está cerca. Fue su flecha la que derribó al animal. Estaba lejos cuando la lanzó, es bueno. Es muy bueno.

- ¿Está cerca?- Se emocionó Mylo, a Kami se le oscureció el rostro. Tenía curiosidad por conocerlo, pero sentía un poco de incertidumbre.

- Sí, lo está. Vamos primero, luego, con su ayuda, volvemos por el ciervo.

- Me parece bien.- Mylo se levantó y comenzó a caminar. Kami le siguió.

La complicada superficie del bosque le dificultaba el andar a Mylo. Janus se esforzaba por no ser una carga demasiado estorbosa, sin embargo, por más que intentaba no hacerlo, resbalaba en repetidas ocasiones a causa del musgo y la humedad.

Aún con tantas adversidades encima, habían llegado por fin a su lugar de destino, pero la escena que les dió la bienvenida no fue muy agradable. El chico de cabello largo que se asomaba por las puertas de la aldea a la que habían llegado se tambaleaba con el cuerpo de una mujer en sus brazos. Se apresuraron a acercarse, y de un momento a otro, el chico se desplomó, golpeándose fuertemente el rostro.

- Ayúdalo.- Ordenó Janus a Kami en un poco pasado de tono.

- A ver.- Le miró la chica con unos ojos desafiantes. Janus se preparó para la reprimenda.- Como primero, tú no me mandas. De no ser por mí, estarías muerto. Que no se te olvide. Segundo, ese tipo y sus problemas no son asunto mío. Venimos por la esmeralda, nada más.

- Es él.- Mencionó Janus tajante.

- ... Bueno... Siendo así...

Kami se apresuró, aunque ya todos estaban bastante cerca del muchacho, quién con mucho esfuerzo levantó su rostro. Estaba ensangrentado, al parecer una herida reciente que tenía en la frente se le abrió por el golpe. Él sólo los miró, acto seguido, se desmayó.

Corazón De PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora