Capítulo III

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Lo que más temía Jaime después de hablar con su hermana era hablar con Lyanna. Sabía que ella no se enojaría por la intención de ir a rescatar a su hija, se enojaría por cambiar sus planes, una vez más. Por mantenerla en ese lugar que tanto odiaba.

-        Lo lamento – susurro después de explicarle la situación –. Juro que te lo recompensare.

-        No – Lyanna se adelantó y acaricio su mejilla –. ¿Cómo podría molestarme? Yo también te lo hubiera pedido si se tratara de Joanna.

-        Tal vez deberías empezar la marcha. Te pondré como escolta a mis hombres más fieles. Partirán de la cuidad en carruajes y serán escoltados por jinetes, y yo, cuando vuelva y deje a Myrcella aquí, me uniré a ustedes – la consolaba Jaime.

Gracias a los dioses Lyanna acepto el plan sin protestar.

-        ¿Cuánto tiempo tardaras? – pregunto Lyanna después de concretar los detalles de su plan –. Es solo... que estaré completamente sola ahí. No conozco a nadie.

-        Te prometí que sostendría tu mano mientras nuestro bebé nace – Jaime le sonrió y beso su frente –. Así que planeo llegar a Roca Casterly en dos lunas. Aunque eso signifique que tenga que partir en menos de dos días.

Lyanna deseaba con todas sus fuerzas que el día de la partida de su esposo no llegase, pero llego. Fue un día particularmente gris, lleno de llantos y arrepentimientos. Lyanna sentía la necesidad de rogarle a Jaime que no se fuera, que no la dejara. Quería decirle sobre el miedo que se instaló en su corazón desde la muerte de su suegro, decirle sobre las pesadillas y sobre lo que sus sueños visiones le mostraban. En vez de eso, solo le repitió muchísimas veces cuanto lo amaba.

-        Te amamos – susurro Lyanna después de besarlo otra vez –. Los cuatro.

-        Y yo a ustedes – contesto Jaime –. Te amo, a ti y a los niños.

Jaime dejo Desembarco del Rey en total secreto junto a Ser Bronn, solo Lyanna, a través de sus gatos, vio como partían en un botecillo. Con un suspiro triste y tratando de contener las lágrimas, Lyanna se dispuso a continuar con los preparativos para ir a Roca Casterly, ansiosa de dejar Desembarco del Rey, lleno de fantasmas que la atormentaban.











Pasaron tres días de la partida de Jaime antes de que al fin llegara el gran día. Todo ya estaba listo, e incluso el equipaje de la familia ya estaba en camino. Varios empleados de la familia tenían la misión de acomodar todo para cuando la familia llegase. A pesar de la prisa de Lyanna, Cersei insistió en que el Septón Supremo bendijera a su familia, argumentando que con toda la devastación de la guerra necesitaban de la protección de los dioses, así que se encontraban siendo escoltadas por la Guardia Real hacia el Septo de Baelor mientras las damas de compañía de Lyanna cuidaban a Arthur y Joanna.

-        Gorriones – le explico Cersei mientras caminaban. Lyanna no había sido capaz de disimular su interes en la la manera en la que la observaban a los hombres en harapos que la rodeaban –. Un tipo de orden religiosa.

-        No me gustan – contesto Lyanna, caminando con la frente en alto y una mano en su vientre –. No debería haber tantos.

-        Los Lannister no le tememos a nadie – reprendió Cersei, como si hablara con una niña pequeña dedicándole una mirada de desprecio –. Peor a un montón de vagabundos harapientos.

-        ¿Quién es el líder? – pregunto Lyanna a Qyburn, quien las acompañaba, ignorando a la reina –. ¿Quién los dirige?

-        El Gorrión Supremo – el anciano se encogió de hombros –. No se sabe mucho sobre él.

Caminaron en silencio a partir de ahí, y Lyanna no pudo evitar preocuparse por las miradas fijas de aquellos fanáticos religiosos. Un escalofrió recorrió su columna, haciendo que agradezca a los dioses el hecho de dejar la ciudad ese día.











Los problemas comenzaron justo después de que el Septón Supremo bendijera a la caravana que ese día partiría Roca Casterly. Mientras la reina, su cuñada y la escolta regresaban a la Fortaleza Roja, los fieles decidieron que estaban cansados con el fornicador, corrupto y obeso anciano que era el mensajero de los dioses en la ciudad. Todos sabían que era un lamebotas de la corona, que hacía oídos sordos a los rumores de la incestuosa de la reina y demás pecados cometidos entre los grandes señores de Poniente.

Entonces, decidieron actuar. Los gorriones eran lo que la fe debería haber sido desde que los dragones se fueron. Mientras todos miraban distraídos a los Lannister regresar a su hogar, atacaron. El viejo pestilente no tuvo tiempo ni de cagarse en los pantalones. Y dejaron su cadáver ahí, para que todos vieran y supieran que pasaba cuando desafiabas a los dioses.











Cuando iban por medio camino, los gritos comenzaron. Gritos de horror y ahí es cuando vieron pasar a hordas y hordas de gorriones, corriendo por las calles. La escolta comenzó a apresurarlas, sacando sus espadas. Formaron un círculo alrededor de ellas, apretándolas cada vez más. Los devotos comenzaron a ir por Cersei otra vez, gritándole obscenidades.

Entonces, Lyanna tropezó. Ser Osmund la recogió rápidamente, pero la joven Lady comenzó a gritar de dolor en el acto, tocando su vientre de manera protectora.

Al llegar a la Fortaleza, casi todos los maestres del lugar corrieron a atender a Lyanna Lannister. Quien, por una intervención de los dioses, no perdió a su vástago, sin embargo, quedo con una salud tan delicada que tendría que guardar reposo hasta que llegara a término.

Cosa que Cersei Lannister agradeció.











Definitivamente pensó Lyanna cuando los maestres la dejaron los dioses se burlan de mí. El susto fue lo peor, eso sí. Aceptaría quedarse ahí por el bien de su bebé, y también por el hecho de que vería a Jaime antes. Una cosa era no ver o hablar con su esposo mientras ambos estaban en la Fortaleza Roja y otra totalmente diferente era no verlo sin saber donde se encontraba. Se había acostumbrado muy rápido a la presencia de su esposo.

-        ¡Mami! – gritaron mellizos al unisonó al verla, iban atados a la cintura de una de las damas de Lyanna.

-        ¿Eta bien? – pregunto Arthur mientras escalaba la cama y se acercaba a su madre.

-        ¿Bebé bien? – preguntaba a su vez Joanna, mucho mas tranquila que su hermano, rodeando la cama para poder ver a su madre.

- Si mis amores. Todo bien – Lyanna abrazo a Arthur ytomo la manita de Joanna –. Estaremos bien.

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