Epílogo

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Su cuerpo se sentía pesado y dolorido, casi ajeno a él.
Trataba de dimensionar el espacio donde se encontraba pero sí, parecía ser su cuarto... ¿o no? Era difícil de adivinar donde se encontraba con los ojos cerrados, pero los párpados le pesaban demasiado.

Había mucha quietud y mucha paz a su alrededor, a diferencia del sueño que había tenido, lleno de caos y confusión, fuego y...

Kakyoin.

¡¿Dónde estaba Kakyoin?! ¡¿Estaría bien?!

Se incorporó con velocidad, aunque su cabeza le diera vueltas y empezó a mirar a su alrededor: Jotaro estaba en su habitación, todo se veía ordenado y limpio, incluso más que en días pasados. Suspiró y trató de levantarse, pero el mareo lo mantenía sentado. Necesitaba sentirse mejor o no sabría dónde estaba Kakyoin, pero parecía que había estado enfermo: a su lado estaba el nebulizador y unas cajas de medicina, con una jarra con agua y otros enseres.

¿Qué pasaba?

La puerta se abrió y Jolyne entró en la habitación.

–¡Papá! ¡Estás despierto! –Exclamó muy feliz, mientras daba unos pasos largos, se sentaba a su lado y le daba un abrazo.

–Eh... sí. –Dijo Jotaro, extrañado. –Jolyne, ¿qué sucede?

–¡Despertaste!

–Eso es obvio.

–Estuviste muy mal, ¿no tienes fiebre? –Su hija le puso la mano en la frente y le revisó la temperatura con un termómetro que tenía cerca. Instantes después, corroboró que todo estaba bien.

–¿Cómo aprendiste a medir la temperatura?

–El abuelo me enseñó. –Explicó. –¿Te sientes mal? –Su padre negó con la cabeza. –¿Seguro? –Rodó los ojos y murmuró un yare yare por lo bajo. –Oh... bien... parece que todo está normal... ¿no quieres que llame al doctor? ¿O al abuelo?

–¿Qué sucedió, Jolyne? –Preguntó Jotaro, insistiendo. –Cuéntame.

–¿No te acuerdas? –El hombre moreno no hizo ningún gesto. –Bueno... es muy raro, pero tuviste un accidente en el mar. –Jotaro se sorprendió. –El barco en el que iban... bueno, no sé muy bien qué sucedió, sólo nos avisaron que fuéramos por ti y bueno... duraste muchos días inconsciente. Tenías algo como neum–- neumo–- neura–- –Jolyne se subió de hombros. –Algo raro. Y en el accidente te golpeaste la cabeza y otras cosas. Tenías fiebre, escalofríos, gritabas cosas en sueños, te ponían conos encendidos en fuego en los oídos, te ponían gotas, vino un sacerdote a hacer cantos y a darte talismanes... –Los ojos verdes del biólogo se abrieron bastante. –estabas muy mal. Tan mal que mamá está en la ciudad...

–¡¿QUÉ?! –Preguntó sobresaltado. –¡¿Tu madre vino de América?! –Jolyne asintió. –¡¿Por mí?!

–Pensaron que ibas a morir. –Dijo Jolyne, con seriedad. –El abuelo, abuelita Suzie, mi abuelita Holly, Wes, mamá, Josuke y la Sra. Higashikata hablaron conmigo y dijeron que quizás ibas a morir... que me despidiera de ti y que estuviera contigo como fuera.

Jotaro notó la tristeza en la voz y en los ojos de su hija. Tomó su mano y la acarició.

–Ya pasó todo. –Intentó tranquilizarla. –Me siento... muy raro, pero no siento nada en mi pecho, sólo siento la cabeza muy ligera en momentos y en otros muy pesada.

–Tuve miedo... –Soltó ella, con lágrimas en los ojos. Se abalanzó sobre Jotaro y lo abrazó, por tanto, él no quiso moverse. Se limitó a acariciar su cabeza y su espalda.

–Tranquila, ya todo está bien. –Murmuró con cariño. Aún seguía preguntándose qué demonios: Si su mujer lo había abandonado originalmente, ¿por qué había dicho que estaba en América? ¿Por qué recordaba que se habían divorciado y que habían quedado relativamente bien? Sus recuerdos parecían molidos por una licuadora, entonces se apoyó un poco más en Jolyne y suspiró. Era confuso pensar en todo...

Sweet dreams (are made of this) -Jojo's bizarre adventure-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora