Siempre me he sentido diferente al resto de las personas. Todo el tiempo camino con miedo de mirar a algún lugar y toparme de frente con los hechos sucedidos en aquel lugar. No miro a las personas a los ojos porque se que veré el día de su muerte, no miro detrás de su espalda porque sé que veré a sus espíritus protectores. No toco a nadie porque sé que veré sus enfermedades.
Vaya maldición la que mi tatarabuela regó sobre la familia antes de morir, la verdad, nadie que esté en su sano juicio querría ver lo que yo veo, escuchar lo que yo escucho o sentir lo que yo siento.
Una vez realmente quise arrancarme los ojos y romperme los tímpanos después de ver lo que muchos describirían como una crisis terrestre llena de muerte, putrefacción y una sensación de ansiedad.
Caminaba por la calle para tomar el bus a la escuela mientras escuchaba música. Una brisa se hizo presente al mismo tiempo que el aire me susurraba entre los audífonos con una dulce voz de mujer. Me quité los audífonos y al voltear para ver de donde venía el sonido pude ver a una mujer albina entre los árboles. Sus pies a penas tocaban el suelo y llevaba puesto un vestido blanco como la nieve. La mujer retrocedió y fui tras ella.
De nuevo vi aquel edificio que debía cruzar para ir a la calle, pero esta vez todo estaba en ruinas. Una ligera capa de nieve estaba en el suelo. Olía a sangre y el frío no era solo por la nieve, era un frío que transmitía la muerte, el dolor y la soledad.
Un gran agujero atravesaba el edificio y dos cuerpos colgaban en su interior. Intenté cerrar los ojos, pero la imagen inundaba mi mente.
Una mano me tocó el hombro y al voltear vi de nuevo a la mujer albina, a la cual le salieron dos alas negras y en un leve susurro igual que el del viento dijo "Shachath". Del suelo comenzaron a salir brazos que inmediatamente me tomaron de las piernas y los brazos, intenté resistirme pero entonces comenzaron a pedir ayuda tan desesperadamente que los gritos desgarraban el alma.
Shachath se acercó mientras su rostro se ensombrecía poco a poco. Tomó mi cabeza por la nuca y lentamente se acercó a mis labios con los suyos.
Una mano tocó mi hombro y por primera vez agradecí que mi hermano estuviera ahí. Lo abracé fuerte y comencé a llorar. Él me miró extrañado y detrás de él vi a aquella mujer albina una vez más. Volví a abrazarlo fuertemente y aquella mujer se desvaneció entre la gente.
—Foto: Stefan Koidl.
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Historias de un mundo ajeno
МистикаCada día se viven y se cuentan miles de historias, viejas, nuevas. Algunas son verdaderas y otras son falsas, pero las mejores son las que salen de una mente perturbada.